23 Raíza Era martes, veintiocho de octubre, día de san Judas Tadeo, y Raíza no sospechaba que sería la jornada del gran alumbramiento. Llevaba más de un año taladrada por una idea, un deseo, más bien una incontenible marea de deseos que la perturbaban. Desde hacía casi diez años se había entregado a su verdadera naturaleza, la cual brotó desde la temprana infancia y la había reprimido otra buena cantidad de años. Todo se vinculaba a un pasaje del otoño del año 1988 en el que, tras un descuido de su hermana mayor, logró ver como las gotas del agua se le quedaban detenidas en las tetas. Su hermana usaba un aceite de almendras para garantizar la avidez desenfrenada de su amante ocasional. Raíza almacenó en sus recuerdos aquellas tetas salpicadas, y años más tarde cuando casi por inercia llegó a tener algunos noviecitos en la escuela y estos provocaban escenas de intimidad besándola en la boca, Raíza les desabotonaba las camisas anhelando encontrarse con unas tetas similares a aquellas que bajo el vapor del agua había contemplado en el distante otoño. Llegó el día en que decidió dejar de traicionar lo que ella misma había descubierto como identidad y se fue a compartir la vida con una mujer, la primera que en realidad la había mirado con deseo, mediando una combinación poco común entre los humanos que mezclaba sendas dosis de ternura y cinismo; después vinieron otras, ante las cuales no lograba despojarse de la emoción irrepetible que le había provocado aquella primera capaz de quebrar el hie-
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