Dioses de Lambayeque
de gran importancia en el complejo mundo religioso de nuestras sociedades prehispánicas. En resumen, muchos de los elementos propios de la naturaleza debieron ser considerados sagrados. Un aspecto adicional que es sumamente importante considerar en este debate, es el concepto de “madre” que todo elemento de la naturaleza o de la cultura tiene, de manera independiente, incluyendo las enfermedades. Este concepto se expresa iconográficamente en complejos artesanales tradicionales aun hoy en día. En la cerámica tradicional de Chazuta -una comunidad ancestral a orillas del Huallaga, en la región San Martín- cuando se decora la vajilla con formas de estrellas o flores, siempre hay una “madre”: la más compleja y la más grande. De la misma forma, cuando se pintan bandas simples, ondulantes, serpentiformes o quebradas, más anchas, delimitadas por líneas finas que le ofrecen un marco, las primeras son las “madres” y las otras las “wawas” o hijas (Narváez, 2012 a). La madre de los frutos En los registros arqueológicos de la costa norte, la expresión predominantemente antropomorfa de un personaje identificado con el maíz, contrasta con otro tipo de representaciones en las que predomina la forma fitomorfa, a la que se la agrega o no un rostro humano (Fig.111, tomada de Shimada et al, 2009, fig. 119). Aunque es difícil comprender si ambas son equivalentes o expresan diferencias, podemos esbozar una hipótesis interpretativa que se sintetiza en plantear dos expresiones religiosas en distinto nivel. Por un lado es conocido el argumento de sacralización de los frutos de mayor tamaño en una temporada de cosecha, a los cuales se vestía y adornaba convirtiéndoles en sujetos de culto. En este caso estamos hablando de la sacralización del fruto de mayor tamaño, el más destacado, convertido en el caso del maíz, por ejemplo, en mamasara y sujeto de culto familiar o comunitario. Desde esta perspectiva de análisis, podríamos involucrar a las diversas representaciones de frutos que son tan comunes en la cerámica no solo lambayeque, sino costeña en general. Es posible que los artesanos hayan querido expresar artísticamente de modo naturalista los frutos de la producción agrícola como siempre ha sido aceptado; pero además es posible que dejaran constancia de los frutos de mayor significación por su destacado tamaño, en una expresión naturalista, considerados así frutos-huaca o madre de los frutos y sujetos de culto. Representaciones en bulto de frutos como la palta, pepino, calabazas, guanábana, papa, yuca, maní, entre los más conocidos, expresan el espíritu de la deidad que los protege y expresa. La figura simbólica de “madre” para los elementos de la naturaleza es parte de una compleja cosmovisión andina, aún vigente entre nuestras comunidades tradicionales costeñas, andinas y amazónicas. Si se considera que todo tiene una “madre”, esto puede ser expresado iconográficamente. Un fruto de maíz de tamaño desproporcionado sobre el Fig. 111 cual se añaden mazorcas de maíz de menor tamaño pueden hacer referencia al criterio de madre e hijos. Si a esta representación le agregamos la figura antropomorfa con un gran tocado adornado por corontas de maíz, podríamos estar frente a la deidad protectora de este cultivo. Por lo tanto, la vasija está dedicada a un culto especializado, pero también es un ritual específico. Este aspecto funcional trasciende a la muerte en este mundo, por lo que debe ser parte de las ofrendas que acompañan a los entierros humanos.Finalmente, los conceptos de waka, pacarina y mama, dentro de una visión de la cultura andina como proceso y no como estancos independientes que los arqueólogos llamamos “culturas”, nos permite acercarnos mejor a la discusión iconográfica, haciendo comparaciones con otras regiones, más allá del dominio de la costa norte, en donde lo que conocemos como cultura lambayeque tuvo un escenario específico de desarrollo a lo largo de casi 8 siglos. El término “huaca” se entiende hoy día desde diversos ángulos y para el público en general, como referencia
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