Dioses de Lambayeque
parece responder a un patrón local con un simbolismo poco conocido, que será necesario considerar para futuras intervenciones en el lugar o en otros sitios de la región. Debemos recordar que esta combinación de rojo – blanco de las fachadas, con otra de amarillo y negro predominantes en un contexto interior (escena del “venado cautivo”), aparece también en el arte mural de Huaca Ventarrón (Alva, 2014), dentro de un contexto ceremonial de mucha fuerza. Los mundos opuestos del agua y el fuego se han complementado siempre de muchas formas en el imaginario de las civilizaciones antiguas” (Narváez, 2010). De otro lado, debemos mencionar además, el concepto de “padre” o “madre” para referirnos al sapo mítico que se muestra en el vaso B de Denver, que lleva implícita la idea de mayor jerarquía, como “jefe” “dueño”, “señor” cuando las proporciones son claramente marcadas. La asociación del sapo mítico con representaciones de plantas de diverso tamaño y forma, pero además de aves, en el vaso B de Denver, no hace sino corroborar un tema cuyos ancestros se encuentran por lo menos en la sociedad moche, aunque algunos restos óseos de sapos (Bufo sp) han sido encontrados como parte de un conjunto de ofrendas en las galerías del templo antiguo de Chavín. Si bien se duda de la naturaleza de este hallazgo, que pudo ser accidental y fuera de contexto (Lumbreras, 2009, Tomo 1: 331) debería ser considerado como un elemento potencial, ya que no son pocas las representaciones de batracios en el arte Chavín y Cupisnique. En la documentación de los mitos relacionados con los valles de Lima, Tello señala la importancia de un sapo mítico, que es considerado como una de las expresiones míticas más importantes: “Un estudio crítico cuidadoso de las diferentes tradiciones lleva a definir cinco personajes mitológicos principales: El primero es el espíritu de la fertilidad, mejor dicho, la simiente o masa protoplásmica de los charcos y puquiales, que tiene por símbolo un batracio, rana o sapo, de color amarillento, animal, que idealizado abandona su hogar, el pantano, lleva de allí las semillas por diferentes sitios, asciende al cielo y se mueve por medio de las nubes. Este personaje era llamado en el valle de Lima, y en la región cisandina contigua, Carwa-anchi-waillayu, que significa literalmente la simiente del pantano, el sapo amarillo…A este se la ha dado las denominaciones (en las leyendas) de Pachacamac, y tal vez, Aizawillca: el gran demonio de Lima (según Santa Cruz). Casi siempre vive, se desarrolla en los pantanos, en medio de la sequedad” (Tello, 1999: 45, los subrayados son originales). Óvalos – círculos -esferas como símbolos de creación La deidad serpiente del vaso B de Denver, representa un punto de partida y de origen tanto cosmogónico como antropogénico, que la vincula al mundo del agua en general. Como hemos visto, esta deidad genera “burbujas” que le sirven como escenarios específicos para este gesto de creación, además del interior de su propio cuerpo. Estas burbujas, se pueden describir iconográficamente, pero son difíciles de conceptualizar. El artista las expresó de modo explícito como apéndices que brotan del inmenso cuerpo de la serpiente, pero no hay forma de decir si es que son parte de su interior y se expresan en un plano rebatido, o es que son espacios externos propios de su naturaleza mítica. De cualquier modo, son espacios generadores de vida que dependen y están ligados al cuerpo principal, tienen un canal o “cordón umbilical” que los une al cuerpo de la deidad serpiente, por lo tanto su rol como fuente, matriz, útero, le es inherente, haciendo del personaje un ser andrógino, tal vez por ello sus dos cabezas o dos cuerpos en uno. Debemos reconocer que el tema de una serpiente con canales y burbujas o esferas no es muy común iconográficamente, siendo necesaria una revisión más exhaustiva. Sin embargo, uno de los ejemplos que podría corresponder al mismo concepto, es el que podemos ver en un petroglifo del valle de Samanga, en la región de Piura. Este petroglifo muestra a una serpiente de dos cabezas triangulares, una en cada extremo, de cuyo cuerpo alargado brotan directamente semicírculos simples o dobles. Dentro del conjunto, una figura parece representar un pez. Aunque de modo general sea mencionado un estilo “chavinoide” para el petroglifo, la cronología no ha sido asignada. Mas su tamaño es realmente significativo, puesto que el bloque mide hasta 5 m de altura y el largo de la cara en donde se encuentra esta serpiente mítica llega a 7.80 m (Polia, 1992: 90-92). Entre las vasijas de estilo cajamarca descubiertas en San José de Moro, tanto en la que se conoce como “serrana” y “costeña” encontramos ejemplos similares (Castillo, 2009: 57, fig. 14). En uno de estos casos, el interior de un plato muestra a una serpiente grande dentro de una división de cuatro campos del fondo del plato. Esta serpiente tiene varios semicírculos concéntricos con punto central. En otro plato de la misma colección observamos un diseño muy parecido al 190