Introducción
E
n 2001 empecé a estudiar arquitectura con el arquitecto Félix Casiraghi, quien por muchos años había sido socio de Roberto Frangella y Ricardo Cassina, la clase que él dictaba en su Cátedra de la FADU-UBA era atípica, en primer lugar por el horario, ya que era la única clase de Arquitectura que se dictaba a la tarde; y en segundo lugar por la poca cantidad de alumnos que éramos: en Nivel I siempre había 20 estudiantes, pero en Nivel II éramos 7, en Nivel III fuimos 5, y los otros 5 eran los niveles IV y V juntos. La escala del taller permitía un trato verdaderamente personalizado sobre cada uno, Felice y Ana María Romano recorrían las mesas llenas de planos y maquetas y él siempre preguntaba: ¿Qué trajo Eduardo hoy? Conocía el progreso y las ideas de cada uno de nosotros. Para luego sentarse a explicarnos las obras de Renzo Piano o de Toyo Ito. Según el Maestro Cesar Pelli -quien fue Decano de Yale- la única manera de aprender a ser arquitecto es trabajando junta a otro arquitecto y, en mi caso, ese fue Félix y su firme propósito de vernos crecer. En esos días comprendí la diferencia entre simplemente construir y hacer buena arquitectura. Casiraghi era un continuador de las obras de Alvar Aalto -al que conoció personalmente- y no dudaba en revisar aquello que promulgaba 13