ADMINISTRACIÓN Y CIENCIAS POLÍTICAS
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Explorando la construcción del
VENTANALES • UNIVERSIDAD CASA GRANDE • AÑO X No 18
islam cómo enemigo de Occidente
El imaginario social está íntimamente ligado con las construcciones de los Estados-nación, y es ese conjunto de Estados democráticos, liberales y a favor del libre mercado los que dictaminan las prácticas de Occidente. Para Castoriadis (1983) el término “imaginario social” consiste en la creación incesante y esencialmente indeterminada (social-histórica-psíquica) de figuras/formas/imágenes; esto es lo que se denomina ‘realidad y racionalidad’ como obras de esta creación que brindan legitimidad a los discursos de los Estados-nación y permiten la existencia de instituciones de la sociedad civil. A partir del imaginario social construido y atravesado por la razón de la modernidad como proyecto civilizatorio, se edifica la idea de la nación; que, definida por Anderson (2006), se concibe a su vez cómo “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”; con fronteras finitas, porque el Estado soberano es el garante y emblema de esa libertad; y comunidad, pues la nación se concibe a sí misma como un compañerismo horizontal. Simmel (1904) entiende que la búsqueda de un enemigo externo fortalece la cohesión. En el imaginario social de Occidente, se ha posicionado al islam como oponente directo de su sistema de valores, categorizándolo como enemigo. Milgram (1980) explica que reconocer a una autoridad como legítima, interiorizando los motivos para obedecerla, junto a —según Sherif (1935)— la sumisión al propio grupo, favorecen la aceptación de un determinado enemigo. Ambos mecanismos se han empleado para elaborar y difundir una narrativa en torno al islam, incorporada en los procesos de socialización de la gran mayoría de ciudadanos de Occidente. La gramática orientalista ha sido utilizada para formalizar e institucionalizar la construcción del islam como enemigo de Occidente. En dichas relaciones interétnicas se ponen en juego
esquemas clasificatorios que siguen una pauta de mutualidad según la cual el uno y el otro se constituyen como una ‘imagen especular negativa’: “El otro carece de lo que es bueno en nosotros”; a su vez: “en ellos está presente (aun) aquello de lo que nosotros carecemos” (Baumann y Gingrich, 2005). De esta forma, se exhibe la relación entre Occidente y Oriente como un paradigma de los procesos de construcción de identidadalteridad, enmarcado en la gramática orientalista (Said,1978). Si bien Oriente y el orientalismo fueron dominados en el siglo XIX y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial por Francia y Gran Bretaña, los sustituyó Estados Unidos, país que continuó dichas prácticas (Said, 1990); demostrando que entre Occidente y Oriente existe una relación de poder y de complicada dominación (Said, 1990) que es capaz de constituir, a través de enunciados, al sujeto árabe musulmán desde la visión de una supuesta superioridad occidental. La consolidación del orientalismo y la exotización del mundo islámico facultaron que el islam, ocupase el vacío creado por la pérdida del ‘Otro’, producto del fin de la Guerra Fría. La Unión Soviética cumplía con las funciones referidas al conflicto, al nacionalismo y a la búsqueda y legitimación de la hegemonía (Tortosa, 1999). Aunque el islam, como entidad única, homogénea y unívoca, no existe ni ha existido, al haber caducado la ‘amenaza comunista’, la retaguardia ideológica que se estableció como equivalente funcional fue Saddam Hussein (Desrues y Moyano Estrada.,1997). La demonización de su figura, a la que él mismo contribuyó como dictador sanguinario, se fundamentó en estereotipos y caracterizaciones repetidas