El Callejón de las Once Esquinas
Mitografía
Luis
González Hasta que surgió un nuevo pormenor inexplicable...
SIEMPRE DESTAQUÉ por mi pulcritud. Aun siendo niño, jugaba como todo el mundo pero detestaba ensuciarme las manos; este fue el inicio de mis manías. Mientras crecía y se mostraban los primeros cambios corporales y hormonales propios de todo joven, me enfrenté al primer problema: el vello facial, esos primeros asomos de un primigenio bigote que crecía sin preguntar, sin avisar y peor aún, con espacios que hacían parecer que mi labio superior fuera un jardín maltrecho con trozos de pasto arrancados de raíz por un inexperto jardinero, una persona malintencionada o simplemente un infante que deseaba llegar a China. Así pasaron los días y el molesto pseudobigote seguía ganando dimensiones. Entonces, a escondidas de mi padre, me escabullí al baño y tomé su afeitadora. Ese aparato de plástico color amarillo me resultaba tan inofensivo que decidí probar su poder cortante en mi dedo para cerciorarme de su efectividad y acabar con el extraño mostacho. Claramente acabó de la peor manera, pues casi mutilé mi pulgar. Mi madre, curioseando, ingresó a escena y gritó con espanto, por no saber qué había sucedido y por la sangre del lugar. Los posteriores intentos fueron más favorables y el ejercicio se hizo hábito. Por fin un rostro imberbe como en un inicio; sólo dejé que mis patillas crecieran porque jamás debes confiar en una persona que no tiene patillas o las tiene muy pequeñas. Conforme acontecían los cambios fui aceptando cada uno de 156