Número 8
Declaración Universal Luis J. Goróstegui Como nosotros los humanos…
I «¡POR FIN!», pensó Nooll cuando oyó la sirena del colegio que indicaba que era la hora de volver a casa. Lo cierto es que le gustaba ir al colegio, pero era evidente que, a sus doce años, prefería jugar con sus amigos en lugar de tener que estudiar todo lo que le enseñaban en clase. Por eso, nada más oír la sirena, se despidió de sus amigos con un sonoro «¡hasta luego…, quedamos para jugar esta tarde al baloncesto donde siempre!», que se oyó a tres manzanas, y salió corriendo. Nooll vivía no muy lejos del colegio por lo que, en el aerobús que circulaba a
siete niveles de altura por las calles de la ciudad, llegaba en menos de cinco minutos a casa. Cuando llegó, entro gritando: —¡Hola!... ¡Ya estoy en casa!... ¡Mamá…! Nooll tuvo que repetir los gritos tres veces hasta que su madre salió del laboratorio que tenían en el sótano, desde donde trabajaba para una empresa de diseño y construcción de propulsores cuánticos hiperlumínicos. Su madre, Taiy, era física especializada en partículas de alta densidad y desde hacía cinco años trabajaba en un nuevo 159