El Callejón de las Once Esquinas
Los espiritistas
Plinio
el Bizco Lo nuestro es más una sociedad filantrópica... EL MANCEBO de la farmacia Ríos no pudo acceder al Pasaje de los Giles por la calle Cuatro de Agosto porque había un piquete sindical que cerraba el paso a todo el que estuviera por allí trabajando. Siguió con la carretilla de reparto en dirección a la calle Alfonso y no llevó el láudano de los señores hasta pasadas las nueve de la noche, cuando la señora Paquita, portera del edificio al que se accedía desde el interior de la vetusta galería, ya estaba cerrando el portón para irse a preparar la cena. Así que esta ordenó al chico del almacén que volviera por el envase al día siguiente y a su hijo Benjamín, que parecía dormitar al calor de una estufa de leña, que subiera el encargo al cuarto derecha. Este asintió con ese interés nulo hacia la responsabilidad que tienen los adolescentes y siguió leyendo las repercusiones económicas que estaban generando los huelguistas por su obstinación en no ir a trabajar. La señora Paquita, viuda de un sargento caído en el desastre de Annual, intentaba gobernar la portería, lo mismo que a sus cuatro hijos huérfanos, con ese aire cuartelario que observó en los bigotes de su marido, pero cuando se trataba de Benjamín tenía la sensación de que algo no terminaba de funcionar. Antes de tomar el ascensor de servicio para subir al ático donde vivía con su prole, hizo un último intento increpando a su estómago: «¡Espabila o tus hermanos te dejarán sin cenar!» Benjamín ni siquiera se inmutó, leía con afán que después de un 174