El peor de los bolívares
La semilla de la ambición siempre estuvo viva en Bolívar y fue creciendo con afortunados pasos hasta llevarlo a la gloria merecida de libertador de cinco países para después caer en la repugnante egolatría de “imperator”. Silenciada la oposición, apoyado por su guardia pretoriana de colombianos, rodeado de serviles burócratas, ensalzado por periódicos que financiaba, enaltecido por interesados ciudadanos, Bolívar vio claro que su destino era ser emperador de los territorios que había independizado, pero como eso no podía ser, creó la institución más cercana al zenit: la presidencia vitalicia con derecho a nombrar heredero, “sucesor” en términos republicanos. En este capítulo veremos como lo consiguió y perdió.
2.- EL ASESINATO DEL CONGRESO Y LOS SUICIDIOS DEL “CONGRESITO”. Como vimos en el Capítulo I, a escasos seis meses de su existencia la libertad del primer congreso fue asesinada por las bayonetas que impusieron la elección de Riva-Agüero. Muerta la libertad, todo lo que siguió fue un remedo de congreso, un “congresito”, como burlonamente lo llamaban los españoles. Pocos meses después, Sucre hizo que los restos de ese congreso disminuido y temeroso destituyese al presidente golpista y eligiese a otro: a él y a su títere Torre Tagle. Luego llegó Bolívar en setiembre de 1823 y fue elegido dictador. Sometido y manipulado por el Libertador, el Congreso cometió su primer suicidio el 10 de febrero de 1824 al declarase en suspenso hasta que el Libertador lo creyese conveniente. Se podría decir que eso fue lo más honesto que hicieron los diputados sobrevivientes: ¿por qué pretender que existían cuando no eran tomados en cuenta? Desgraciadamente esa no fue la razón, sino que los diputados colaboracionistas interpretaron el deseo del Libertador: el congreso no le servía para hacer la guerra, era una pérdida de tiempo preocuparse de ellos y sus debates. En tiempos de crisis no se puede perder el tiempo en bagatelas; el congreso es un estorbo, dicen los dictadores.
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