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APÉNDICE
SUERTE DE LOS VENCEDORES Y VENCIDOS DESPUÉS DE AYACUCHO
La noche del 9 de diciembre de 1824 los exultantes patriotas vencedores de la batalla hubieran jurado que les esperaba una vida promisoria y feliz. Sabían que la repercusión de la derrota definitiva del colonialismo español en Sudamérica grabaría sus nombres en lo más alto de la gloria. Creían que estaban destinados a tener una vida feliz y vivir finalmente en paz el resto de sus días. Seis años más tarde Sucre, Córdova y La Mar corrían la misma suerte que el Libertador: morían víctimas de traiciones y luchas internas. Al otro lado de las fogatas vencedoras, los derrotados españoles rumiaban sus pesares y vergüenza, España no les perdonaría el fracaso, no importaba que los hubiera abandonado a su suerte desde hacía varios años. El presagio se cumplió: al regresar a la península Fernando VII no quiso verlos y, como si fueran leprosos, les prohibió que se acercaran a menos de 40 kilómetros de la corte. Mal momento para perder: a la derrota bélica se añadía la reputación de ser liberales, defensores de las Cortes de Cádiz y acaso ser masones. Si no se les fusiló fue posiblemente por no acrecentar la vergüenza de España ante las potencias europeas. Era preferible voltear rápidamente la página. Aun así los derrotados en Ayacucho no escaparon a las críticas de los políticos absolutistas, se les acusó de “haber regresado con más dinero que honor”. Este epíteto tenía varias lecturas, al no entender cómo se podría perder una batalla teniendo 50% más de soldados que el enemigo, una envidiable posición en el campo de batalla y 14 piezas de artillería frente a un cañón patriota, la sospecha de haberse vendido no escapaba a las malas lenguas. También se sospechaba del buen trato que recibieron de los patriotas después de