Luis Felipe Rodríguez Gerente adjunto de Programas Culturales
Autora: María José Rincón
Diagramación y diseño de portada: Pamela Thomas
Ediciones Centro León Programa de Arqueología Preventiva
CENTRO LEÓN
Ilustración: Juan Ramón Peralta Rincón
Indigenismos antillanos
María Luisa Asilis de Matos Gerente ejecutiva de Sostenibilidad
Todos los derechos reservados® Centro Cultural Eduardo León Jimenes. Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 2022. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedi miento sin la autorización escrita del titular de los derechos. ISBN: 978-9945-9296-2-1
Impresión: Amigo del Hogar
Créditos
Coordinación: Ana Azcona
Agradecimientos especiales
María Amalia León Directora General
Mario Núñez Muñoz Gerente de Extensión y Comunicaciones
Cuidado editorial: Daniela Cruz Gil
Este programa de arqueología preventiva había previsto dejar huellas que sirvieran a su continuidad en el tiempo, como este libro Indigenismos antillanos, que recupera la presencia real de la lengua arahuaca, la fuerza que aún tiene en este pueblo la herencia de los primeros habitantes. Con ello, fortalecemos la me moria social y la defensa de ese patrimonio como legado.
Este programa persigue la meta de estudiar el patrimonio arqueológico y contribuir a su conservación y salvaguardia apoyándose en un conjunto de inicia tivas y actividades que incluyeron cursos de museografía, cursos de arqueología introductorios, publicaciones e intercambios entre especialistas franceses y do minicanos en arqueología, contando con la colaboración de la Universidad de las Antillas en Martinica e instituciones culturales de Francia, entre ellas el Museo del Hombre de París.
Presentación
– Eric Fournier Embajador de Francia en República Dominicana
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Deseamos continuar este tipo de iniciativa que beneficie otras áreas del quehacer cultural y que fortalezca el intercambio entre ambos pueblos y, por su puesto, con el Centro León como aliado en estas iniciativas.
El Gobierno de Francia, a través del Ministerio de Europa y de Asuntos Ex tranjeros y de la Embajada de Francia en la República Dominicana, acoge con be neplácito este producto literario fruto de la implementación del Programa Arqueo logía Preventiva, en colaboración con el Centro Cultural Eduardo León Jimenes.
En su célebre Vocabulario de las instituciones indo-europeas, el lingüista de origen francés Emile Benveniste, consagró la etimología como un útil mecanismo para comprender la formación y sentido profundo de los estamentos sociales, de la organización política, de las creencias religiosas y de las prácticas culturales de la civilización occidental. Su investigación, innovadora por sus métodos y hallazgos, nos permitió comprender, desde una arqueología lexical, el campo semántico ori ginario de nuestras realidades.
Ese ayer que vive entre nosotros
Indigenismos antillanos es un libro tan trascendente por su contenido como por sus formas. Esta obra contribuye a poner en valor una parte importante del acervo lingüístico recibido de las culturas aborígenes de la región, y también a vi sibilizar los procesos de incorporación de esas voces al patrimonio literario uni versal. El lenguaje es la estructura antropológica central de toda comunidad. Al lenguaje le debemos la comunicación instrumental que hace posible la interac
Algo parecido encontramos en las páginas de Indigenismos antillanos, de la lingüista hispano-dominicana María José Rincón. El proceso colonizador vivido en el Gran Caribe hizo desaparecer no solo a sus poblaciones, sino también mucho de su legado cultural. Por suerte, no poco de ese patrimonio ha sido rescatado de la tierra y del olvido por las ciencias sociales y humanas de tiempos recientes, inclu yendo las artes, como ha sido el caso en la obra pictórica de Paul Giudicelli, o en la composición musical Areíto, de Juan Luis Guerra. De ahí el valor de todo esfuerzo intelectual o social que procure darle voz a un pasado que subyace en el subsuelo de nuestra memoria.
ción básica: aquella que asigna a las cosas unas palabras de forma estricta; pero las palabras les asignan a las cosas un sentido, habilitando en la conciencia de su usuario la posibilidad abierta y fértil del concepto, ahí donde se pone a trabajar la imaginación creativa. En Indigenismos antillanos hacemos un recorrido por la cos mogonía de una cultura que supo darle no solo voz, sino también significación a los diferentes elementos de su mundo. En sus páginas volvemos a ese universo, ahora razonado, que llega para ensancharnos nuestro campo de lo sensible, enriquecido con conocimientos sobre la historia social del lenguaje y de la gente; de la historia política del lenguaje y del poder; de la historia literaria del lenguaje y los escritores.
Desde la Fundación Eduardo León Jimenes, agradecemos la cooperación del Centro León, a todo su equipo, así como a la Embajada de Francia cuyos apoyos y estímulos a través del programa de Arqueología Preventiva fueron vitales para la realización de esta obra. Y a María José Rincón, la autora, por contribuir desde su trabajo lexicológico, a la historia de cómo se ha construido la poética vernácula que nos habita, y desde la cual el mundo también se ha constituido.–
Dra. María Amalia León
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Integradas y miméticas 53
El pan de los indios 66
Índice
¿La lengua de los indios? 14
Una vasija que lleva siglos en nuestra cocina 11
Palabras indígenas en letras latinas 29
Historias novelescas 19
Entornos con sabor ancestral 59
La vida cotidiana 63
Los indigenismos llegan al diccionario 41
Primeros antillanismos en la literatura 45
Cartas con regusto antillano 50
La realidad humana 55
Alimentos y palabras que emigran 71
Huella lingüística 13
Lengua franca 17
Nuevas realidades, nuevas herramientas 22 Palabras de siempre, nuevos significados 25
Los primeros 37
Los indigenismos entran en la lengua española 33
La literatura y la música resuenan con los indigenismos antillanos 137
Sabor y color antillano 75
Aplicaciones medicinales 107 Palmas 111
Ventanas abiertas 142
Armas y ataques 79
En el agua 83 Productos útiles 87 Un mundo de frutas 91
Suertes dispares 96 Árboles muy diferentes 99
Glosario 148
Pie de página 154
Roedores y reptiles 115 En los cielos de la Española 119 Tesoros de aguas saladas y dulces 123 Otros pobladores 126
Referencias bibliográficas 144
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Pervivencia de las palabras antillanas en el español de España 133
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Una vasija que lleva siglos en nuestra cocina
La lengua española guarda en los indigenismos antillanos pequeños tesoros cargados de significado y de historia. Para transportarnos a lo que estas palabras significan para nuestra lengua nos valemos de una metáfora. Imaginemos una hu milde vasija, cuya antigüedad resulta difícil de determinar, que ha sido usada por millones de personas desde que alguna vez alguien la moldeó para que guardara algo en su interior; ese diseño original ha ido modificándose con el tiempo y adap tándose a los gustos y a las necesidades de todos los que la han usado desde aquella primera vez. Los millones de manos por los que ha pasado le han ido dejando una pátina que a veces la hace irreconocible, pero, en el fondo, sigue siendo la misma. La arrumbamos en un rincón porque deja de sernos útil; y con el tiempo alguien de una generación muy distinta y quizás a miles de kilómetros de distancia vuelve a encontrarla en su alacena y decide que vuelva a la vida. Así son las palabras; así son los tesoros léxicos que las lenguas indígenas antillanas le han legado a la lengua española.
Huella lingüística
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Las Antillas son el escenario del primer encuentro entre lenguas de una y otra orilla del Atlántico. La lengua española entra en contacto por primera vez con dos familias lingüísticas indígenas americanas: la arahuaca y la caribe. Sus pala bras son las primeras en tomarse prestadas, las más numerosas y las que antes se consolidan en el español que empieza a hablarse en América. Emilio Tejera lo explica de esta forma en el primer diccionario de indigenismos de la República Dominicana: «En esta isla vivieron, i de aquí salieron a realizar su temeraria em presa, casi todos los hombres que conquistaron el continente, i cuando en la fauna i en la flora de los países recién descubiertos encontraban algo igual o parecido a lo que habían conocido en la Española, le aplicaban los mismos nombres que habían aprendido en ella».3 Son también las primeras palabras en atravesar el mar en un viaje de vuelta con destino a la lengua española que se habla en España y las prime ras en dejar una impronta americana en otras lenguas europeas.
La realidad lingüística de la América a la que llegó la lengua española era de una complejidad casi inimaginable. A la arribada de la lengua española a la América prehispánica existían aproximadamente ciento setenta familias de lenguas.1 Cada uno de estos inmensos troncos había ramificado en multitud de lenguas y dialec tos, a veces ininteligibles entre sí. Muchas de estas lenguas se han extinguido, otras están en vías de extinción, otras muchas siguen vivas. Cada una de ellas constituye un patrimonio histórico y cultural de valor incalculable, no solo para su propia his toria, sino para la historia de la lengua española. Entre estas ciento setenta familias de lenguas hay nueve que han dejado su huella lingüística en el español: arahuaco, caribe, náhuatl, maya, quechua, aimara, chibcha, araucano y tupí-guaraní.2
¿La lengua de los indios?
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Las crónicas nos hablan de «la lengua de los indios», pero las Antillas pre colombinas eran un territorio plurilingüe con contactos e influencias constantes entre hablantes de dos grupos étnicos.4 El primero hablaba una modalidad caribe ña de la lengua arahuaca, el taíno, y se extendía por la Española, Cuba, Jamaica y la parte oeste del actual Puerto Rico; la lengua taína se extinguió tan pronto que de ella solo conservamos las referencias cronísticas y las huellas léxicas que dejó en la lengua española. El segundo grupo, cercano culturalmente a los pueblos caribes de América del Sur, ocupaba la parte septentrional del arco antillano y usaba una lengua de origen mixto arahuaco y caribe denominada actualmente caribe insular.
Los indigenismos antillanos que perviven en el español tienen, por tanto, origen taíno o caribe; una raíz arahuaca común y un contacto muy cercano entre ambas lenguas provocan que, en ocasiones, no se pueda concluir con certeza a cuál de las dos lenguas los debemos, por lo que algunas palabras solo pueden clasificar se etimológicamente como arahuacas o antillanas.
Las crónicas escritas por descubridores, conquistadores y misioneros es pañoles son nuestra primera fuente de datos acerca de las lenguas prehispánicas en la Española. Estas narraciones históricas, teñidas de maravilla, escritas para trasladar a España la desconocida realidad americana, colaron entre los datos his tóricos, económicos o geográficos referencias lingüísticas que, aunque rudimenta rias en ocasiones, han permitido bosquejar un retrato de las lenguas indígenas que se usaban en las Antillas a la llegada de Cristóbal Colón.
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La lengua taína es la más conocida entre las lenguas que se hablaban en la Española. Su difusión la convirtió en una lengua franca en la misma isla y también para la comunicación con otros pueblos antillanos. El Diccionario de la lengua espa ñola de la Real Academia Española define una lengua franca como aquella que, con aportaciones de elementos de otras lenguas cercanas, se usa en enclaves donde necesitan relacionarse entre sí hablantes de diferentes idiomas.5 Bartolomé de las Casas, a su modo, la considera la lengua universal de toda la isla. En su descripción del cacicazgo de Jaragua, al que considera la corte de la isla Española, destaca la lengua entre las características más notables: «En otras munchas cosas eran estas gentes más polidas, por las cuales había entre nosotros tal manera de decir que aquel reino de Xaraguá era la corte desta isla. […]. Excedían todas las gentes deste reino de Behechio a todas las de esta isla en la lengua ser más delgada y de mejores y suaves vocablos, polida».6
La consideración del taíno como la lengua franca de Santo Domingo le granjeó mayor presencia en los textos coloniales y ayudó a que se conociera me jor. Las palabras taínas registradas en la documentación colonial y las finalmente incorporadas en la lengua española, las que perviven en el español del Caribe y las que han pasado a formar parte del español general, son las únicas huellas históri cas que nos quedan del taíno.7 Emilio Tejera lo resume con emoción en las palabras preliminares a la obra de su padre, Emiliano Tejera, Palabras indíjenas de la isla de Santo Domingo: «El mismo pesado sudario que cayó sobre la desventurada raza in díjena de Santo Domingo enmudeció para siempre su armoniosa lengua […]. Pero quiso el destino que muchas de sus palabras, además de las que se incorporaron al español de Santo Domingo, se esparcieran por toda la América hispánica».8
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Lengua franca
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Historias novelescas
Las crónicas nos cuentan novelescas historias de intérpretes, infiltrados y cautivos que aprendieron la lengua de los indios. No fueron muchos los que lle garon a conocer alguna de las lenguas de la Española. Bartolomé de las Casas se queja de la falta de interés por el aprendizaje de las lenguas indígenas por parte de clérigos y frailes, no por su dificultad, sino, en su opinión, por dejadez y poco celo en el adoctrinamiento de los indios: «Y esto de no saber alguno las lenguas desta isla no fue porque ellas fuesen muy difíciles de aprender, sino porque ninguna persona eclesiástica ni seglar tuvo en aquel tiempo cuidado, chico ni grande, de dar doctrina ni cognoscimiento de Dios a estas gentes […]».9
Bartolomé de las Casas, no obstante, destaca dos excepciones. Fray Ramón Pané, monje de la orden de San Jerónimo, autor de la Relación acerca de las antigüe dades de los indios, 10 aprendió una de las lenguas de la Española:
Un catalán que había tomado hábito de ermitaño y le llamaban fray Ramón, hombre simple y de buena intención, que sabía algo de la lengua de los indios […]. Este fray Ramón escudriñó lo que pudo, según lo que alcanzó de las lenguas, que fueron tres las que había en esta isla; pero no supo sino la una de una chica provincia, que arriba dejimos llamarse Macorix de Abajo, y aquélla no perfectamente, y de la universal supo no mucho, como los demás, aunque más que otros […].11
A veces el aprendizaje de la lengua indígena llegaba forzado por las circuns tancias. Bartolomé de las Casas nos narra la curiosa historia de un español quien, después de un cautiverio de tres o cuatro años en la isla de Cuba, hablaba la lengua de los indios y casi había llegado a olvidar la española:
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Y, la segunda excepción, Cristóbal Rodríguez, un marinero que fue el úni co en aprender la lengua taína, «la común»: «Porque ninguno, clérigo ni fraile ni seglar supo ninguna perfectamente dellas, si no fue un marinero de Palos o de Moguer, que se llamó Cristóbal Rodríguez la lengua, y éste no creo que penetró del todo la que supo, que fue la común, puesto que ninguno la supo sino él».12 Cristó bal Rodríguez, por su conocimiento de la lengua taína se ganó el sobrenombre de la lengua, denominación que se usaba para referirse a los intérpretes: «tenía por sobrenombre nombre [sic] “la lengua” (porque fue el primero que supo la lengua de los indios desta isla, y era marinero, el cual había estado ciertos años de industria entre los indios, sin hablar con cristiano alguno, por la aprender)».13 Este primer intérprete, que ya en 1499 dominaba la lengua indígena, acabó desterrado por Ni colás de Ovando, gobernador de la Española, por haber utilizado sus conocimien tos lingüísticos para concertar una boda mixta entre su vecino Juan Garcés y una mujer taína en La Concepción de la Vega en 1504.
Ya cuasi no sabía hablar nuestra lengua, sino en la de los indios hablaba las más palabras; sentose luego en el suelo como los indios, y hacía con la boca y con las manos todos los meneos que los indios acostumbraban, en lo cual no poca risa en los españoles causaba. Creo que se entendió dél que había tres o cuatro años que allí estaba; y después -algunos dias andados-, que de su lengua y nuestra materna se iba acordando, daba larga relación de las cosas que por él habían pasado.14
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Nuevas realidades, nuevas herramientas
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La lengua utiliza todos los recursos lingüísticos posibles. Se adaptan las palabras de las que se dispone, las palabras patrimoniales, creándoles nuevos significados. Cuando estas ya no son suficientes y empiezan a conocerse mejor las lenguas indígenas, hacen su entrada los préstamos de voces prehispánicas. Y las primeras y las que arraigan con más fuerza y persistencia son las palabras indígenas antillanas, las palabras taínas y caribes, con origen en el tronco arahuaco. Los cronistas empiezan por tratar de explicar el nuevo vo cabulario con el que se han encontrado recurriendo siempre a la referencia española; Juan Antonio Frago nos explica que esto ocurre «cuando el escritor aun no se siente familiari zado con el exótico vocabulario, quizá tampoco con la realidad objeto de su designación, y cuando asimismo tal vez teme que esas extrañas palabras no serán comprendidas por sus lectores».16
La llegada a América supuso para la lengua española el encuentro y la relación in tensa con una realidad geográfica y humana desconocida para ella hasta entonces. La len gua debe estar a la altura histórica de lo que supuso para Europa la irrupción histórica de América en su panorama histórico, social y cultural. Francis Scott Fitzgerald lo considera «el último y el más grande de todos los sueños humanos» y lo describe así en su novela El gran Gatsby: «Durante un fugaz momento lleno de magia, el ser humano tuvo que contener la respiración en presencia de aquel continente, obligado a realizar una contemplación estética que ni entendía ni deseaba, cara a cara, por última vez en la historia, con algo pro porcionado a su capacidad de asombro».15 Superar el asombro y responder a la necesidad de nombrar esta nueva realidad obliga al español a desarrollarse. Surgen así los america nismos, nuevas palabras y nuevas acepciones de las palabras de siempre, que nacen en tierras americanas y enriquecen el caudal de voces de la lengua española. En el periodo comprendido entre 1492 y 1650, que Juan Antonio Frago considera la «etapa fundacional» del español americano, el léxico del español de América desarrolla su personalidad propia, que sigue manteniendo con el paso de los siglos.
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Gonzalo Fernández Oviedo en su Historia General de las Indias explica con detalle el proceso por el que una palabra patrimonial se aplica a una nueva rea lidad, por cierta semejanza entre esta y la realidad conocida en España; lo refiere acerca del surgimiento de una nueva acepción para la palabra piña, que hasta el momento había servido para designar el fruto del pino:
Palabras de siempre, nuevos significados
Las palabras de siempre se utilizan para dar nombre a los nuevos referen tes americanos, desconocidos y diferentes de las realidades que habían nombrado hasta entonces. El cambio de referencia, basado en algún parecido entre la reali dad nueva y la conocida, o entre sus propiedades y aplicaciones, genera cambios semánticos; el sentido con el que se había venido usando la palabra en el español peninsular se transforma; surgen nuevas acepciones; como afirma Juan Antonio Frago, se produce una suerte de «acomodación semántica de muchos vocablos es pañoles a distintos aspectos propios del mundo americano», y esta adaptación se convierte en un «factor muy activo en la creación de americanismos léxicos […]».17
Otras veces se construyen locuciones en las que el núcleo es un sustantivo patrimonial y el complemento señala a la realidad americana. Así sucede con la denominación del guayacán, para el que se alterna el propio indigenismo con la locución palo santo: «Assí en las Indias como en estos reynos de España e fuera
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También fray Pedro Simón en sus Noticias historiales de la conquista de Tie rra Firme en las Indias Occidentales da testimonio de este procedimiento de crea ción léxica refiriéndose a la piña: «Es una fruta que dan unos cardos tan grandes como melones medianos. Son olorosíssimas y suavíssimas de comer. Llamáronles los españoles piñas, por lo mucho que por defuera se parecen a las piñas de los pi ñones, aunque en todo lo demás no se parecen en nada. Téngola por la mejor fruta de las Indias, y ay abundancia dellas en tierras calientes».19
A veces se recurre a un derivado de la palabra, que se especializa en nom brar una nueva realidad; así sucede con la palabra uvero, derivado de uva, que designa el árbol antillano que Gonzalo Fernández de Oviedo describe así: «Uvero llaman los cristianos al árbol que los indios llaman guiabara. Este es buen árbol e de gentil madera, en especial para hacer carbón […]. La fructa son unos racimos de unas uvas ralas, desviadas unas de otras, e de color como rosado o moradas, e buenas de comer […]».20
El cual nombre de piñas le pusieron los cristianos, porque lo parescen en alguna manera, puesto que estas son más hermosas e no tienen aquella robusticidad de las piñas de piñones de Castilla; porque aquéllas son madera, o cuasi, y estas otras se cortan con un cuchillo, como un melón, o a tajadas redondas mejor, quitándoles primero aquella cáscara, que está a manera de unas escamas re levadas que las hacen parescer piñas. Pero no se abren ni dividen por aquellas junturas de las escamas, como las de los piñones. Por cierto, así como entre las aves se esmeró Natura en las plumas con que viste a los pavos de nuestra Europa, así tuvo el mesmo cuidado, en la compusición y hermosura desta fructa, más que en todas las que yo he visto, sin comparación, e no sospecho que en el mundo hay otra de tan graciosa o linda vista. Tienen una carnosidad buena, apetitosa e muy satisfactoria al gusto, e son tamañas como medianosmelones[…].18
Las nuevas acepciones, los nuevos derivados y las nuevas locuciones em piezan a difundirse y a tener arraigo entre los hablantes; la mayoría de ellos en la orilla americana, algunos en la orilla española. Los americanismos léxicos y se mánticos habían llegado al español para quedarse.
d’ellos es muy notorio el palo sancto que, los indios llaman guayacan […]. Ay mu chos d’estos árboles e muchos bosques llenos d’ellos, assí en la ysla Española como en otras yslas de aquellas mares».21
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Palabras indígenas en letras latinas
Sin duda, la influencia léxica de las lenguas indígenas de América en el es pañol es la particularidad más evidente del vocabulario americano. Era un proceso inevitable. Las palabras indígenas expresaban mejor que ninguna otra las nuevas realidades. Así lo entiende Gonzalo Fernández de Oviedo, quien, en el prólogo de su Historia general y natural de Indias, justifica la inclusión de indigenismos en su texto romance:
Si algunos vocablos extraños e bárbaros aquí se hallaran, la causa es la novedad de que se tracta; y no se pongan a la cuenta de mi romance, que en Madrid nascí, y en la casa real me crie, y con gente noble he conversado, e algo he leído, para que se sospeche que habré entendido mi lengua castellana, la cual, de las vulgares, se tiene por la mejor de todas; y lo que hobiere en este volumen que con ella no consuene, serán nombres o palabras por mi voluntad puestas, para dar a entender las cosas que por ellas quieren los indios significar.22
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El orgullo de buen hablante de la lengua castellana («mi lengua castellana, la cual, de las vulgares, se tiene por la mejor de todas») no impide que acuda cons cientemente («por mi voluntad») a préstamos antillanos que le ayudan a expresar mejor una nueva realidad natural y cultural: «para dar a entender las cosas que por ellas quieren los indios significar».
Así, abrazándose el uno al otro, Colón mandó darse a la vela para volver a España, trayéndose consigo diez hombres de aquellos, por los cuales se vio que se podía escribir sin dificultad la lengua de todas aquellas islas con nuestras letras latinas. Pues al cielo le llaman turei, a la casa boa, al oro cauni, al hombre de bien tayno, nada mayani, y todos los demás vocablos los pronuncian no menos claramente que nosotros los latinos.24
Los cronistas españoles transcribieron muchas de las palabras prehispá nicas y algunas de sus expresiones adaptando los sonidos que oían a la fonética de la lengua española –teñida en cada uno de las particularidades de sus dialectos de origen– y, puesto que las lenguas prehispánicas antillanas no tenían escritura, sirviéndose del alfabeto latino con el que se escribía el español.
Pedro Mártir de Anglería, humanista y cronista italiano al servicio de los Reyes Católicos como miembro del Consejo de Indias, nos lo cuenta así al referirse a la transmisión oral de la cultura taína: «Se maravillará Vuestra Beatitud de cómo hombres sencillos conservan de los antepasados estos principios no teniendo, como no tienen, género alguno de letras».23 Mártir de Anglería, a pesar de no haber estado nunca en América, pudo relacionarse personalmente, gracias a su posición en la corte castellana, con Cristóbal Colón y ser testigo de acontecimientos tan relevantes como la llegada a España de los primeros indígenas americanos. Sus Dé cadas del Nuevo Mundo, publicadas entre 1511 y 1550, se nutren de estas referencias históricas y en ellas leemos sobre la transcripción de las palabras prehispánicas antillanas:
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Los primeros cronistas incluyen estos indigenismos en sus relaciones va liéndose de varios procedimientos que trataban de facilitar a sus lectores la com prensión de unos vocablos hasta entonces desconocidos en español y con los que no estaban familiarizados.
El cronista recurre, por ejemplo, a un sinónimo cercano, ya existente en la lengua española, para que sirva de referencia a la nueva palabra. El indigenismo y la palabra patrimonial aparecen en forma de doblete sinonímico o de explicación más o menos extensa de su significado. Cristóbal Colón describe en el Diario de su primer viaje unas embarcaciones particulares de los indios:
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Dexando un braço de aquel río fue al Sueste y halló una ca leta, en que vido cinco muy grandes almadías que los indios llaman canoas, como fustas, muy hermosas, labradas, diz que era plazer ve llas, y al pie del monte vido todo labrado. Estavan debaxo de árboles muy espessos, y yendo por un camino que salía a ellas, fueron a dar a una ataraçana muy bien ordenada y cubierta, que ni sol ni agua no les podía hazer daño, y debaxo d’ ella avía otra canoa hecha de un madero como las otras, como una fusta de diez siete bancos, que era plazer ver las labores que tenía y su hermosura.25
Los indigenismos entran en la lengua española
El indigenismo canoa, que resultaba incomprensible para quien leyera su texto, se acompaña del sinónimo parcial almadía, palabra de origen árabe hispano para designar una nave de remo de una sola pieza.
Si no se tiene a mano una palabra que pueda considerarse sinónima, aun que sea de forma parcial, el cronista incluye el préstamo indígena y le añade una explicación destinada a aclarar su significado. Así lo hace Gonzalo Fernández de Oviedo cuando incluye la palabra hamaca: «E como en aquella tierra los christianos acostumbran andar mucho al campo está esto muy provado, y luego que hallan hobos cuelgan debaxo d’ellos sus hamacas o camas para dormir».26
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La familiaridad progresiva con los préstamos de las lenguas indígenas es evidente cuando empezamos a encontrarlos sin la habitual explicación parafrásti ca o sin el correspondiente sinónimo hispánico. Muchos de los préstamos iniciales fueron tan tempranos y se difundieron e implantaron con tanta fuerza que llegaron a formar parte del léxico general de todos los hablantes de lengua española. Más allá de esta etapa inicial, el avance de la conquista, colonización e hispanización de América contribuyó a la adopción de nuevos préstamos indígenas que, si bien no tuvieron la extraordinaria difusión de los primeros indigenismos, pasaron a formar parte del léxico general del español en América o del léxico particular de determinadas variedades regionales dentro del español americano.
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Los primeros
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No todas las lenguas indígenas americanas tienen el mismo protagonismo en la formación del léxico de procedencia indígena del español general y del espa ñol americano. Las lenguas de las Antillas, por ser las de primer contacto, son las que aportan los préstamos más antiguos. Los primeros documentos históricos que incluyen indoamericanismos son la carta de Cristóbal Colón a los reyes anuncian do la llegada al Nuevo Mundo y los diarios de sus viajes. En la primera aparece ya la voz canoa: « Tienen muchas canoas, casi tan grandes como fustas de remo, con las cuales corren todas las islas de Yndia […]»27; los diarios registran los tainismos bohío, yuca, hamaca, cacique, caribe o maíz.28
Esta primicia y la asunción temprana de estos términos por parte del espa ñol antillano explican la expansión que experimentaron en el español americano y su implantación también en el español de España e, incluso, su paso desde nuestra lengua a otras lenguas europeas, como el inglés o el francés.
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Emilio Tejera nos lo explica así en el prólogo a Palabras indíjenas de la isla de Santo Domingo: «Muchas de esas voces […] llegaron hasta España, de tal modo, que los millones de habitantes de las tierras donde señorea el noble idioma de Castilla pronuncian cada día las mismas palabras que usaban hace siglos los primitivos moradores de esta isla».30
En todas las provincias del Perú había señores principales, que llamaban en su lengua curacas, que es lo mismo que en las islas solían llamar caciques; porque los españoles que fueron a conquistar el Perú, como en todas las palabras y cosas generales y más comunes iban amostrados de los nombres en que las llamaban de las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba y Tierra-Firme, donde habían vivido, y ellos no sabían los nombres en la lengua del Perú, nombrábanlas con los vocablos que de las tales cosas traían aprendidos, y esto se ha conservado de tal manera, que los mismos indios del Perú cuando hablan con los cristianos nombran estas cosas generales por los vocablos que han oído de ellos, como el cacique, que ellos llaman curaca, nunca le nombran sino cacicua, y aquel su pan de que está dicho, le llaman maíz, con nombrarse en su lengua zara […].29
Bernal Díaz del Castillo había aprendido la lengua taína a su paso por las Antillas. Cuando en 1575 publicó la Verdadera y notable relación del descubrimiento y conquista de la Nueva España y Guatemala, su crónica, plagada de voces antillanas, taínas y caribes, da fe de este aprendizaje.31 La obra de Bernal Díaz del Castillo atestigua la integración de los primeros indigenismos en nuestra lengua y cómo seguían adoptándose palabras de lenguas prehispánicas distintas con las que se entraba en contacto. Este fragmento nos muestra hasta qué punto el tainismo ca noa estaba integrado y cómo un nuevo indigenismo caribe, la voz piragua, se adop ta para referirse a una embarcación muy similar, gracias a que el conocimiento de la realidad americana iba paulatinamente matizándose: «Vinieron dos canoas muy grandes (que en aquellas partes a las canoas grandes llaman piraguas)».32
Agustín de Zárate en su Historia del descubrimiento y conquista del Perú ejemplifica hasta dónde habían llegado siguiendo a los conquistadores las palabras de las lenguas antillanas:
El éxito de la crónica de Bernal Díaz del Castillo logró que muchas de estas palabras se difundieran en el español de tierra firme americana (ají (taíno), cucuyo (caribe), guayaba (arahuaco), jagüey, naboría (taíno)) y que algunas voces, desbor dadas las fronteras lingüísticas americanas, se implantaran en el español que se hablaba en la Península Ibérica: hamaca (taíno), iguana (arahuaco), macana (caribe), maíz (taíno), nagua (taíno), sabana (caribe), tiburón, tuna (taíno), yuca (taíno), pira gua (caribe)). Y han llegado a ser tan nuestros, de todos los hispanohablantes, sea cual sea nuestro lugar de origen o residencia, que hace siglos que no los sentimos como préstamos indígenas y que incluso nos sorprende su origen caribeño. En lo sucesivo las referencias a estas lenguas originarias se incluirán abreviadas entre paréntesis a continuación del indigenismo.
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Por su importancia, los historiadores de la lengua española siguen estu diando la implantación de estos indigenismos a lo largo de las distintas etapas históricas del español y su pervivencia y vitalidad en el español contemporáneo. Son préstamos que se adoptaron tan pronto y con tanto éxito que no sabemos mencionar las realidades a las que se refieren sin usarlos. Sin ellos el español que hablamos los más de quinientos ochenta millones de hispanohablantes no sería el mismo.
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Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática de la lengua españo la, publicada en 1492, fue también el responsable de que por primera vez un indi genismo americano apareciera registrado en un diccionario de la lengua española. En 1495 encontramos entre las entradas de su Vocabulario español latino la palabra canoa. Sin duda el humanista lebrijano la recogió de los escritos de Cristóbal Colón, que tuvieron una gran difusión en España y Europa. Nebrija estaba al tanto de la existencia de estas nuevas palabras en el español y el hecho de que registre una de ellas en su diccionario nos prueba el grado de implantación que este vocabulario prehispánico iba a ir adquiriendo en el uso en nuestra lengua. Como apunta Ma nuel Ariza «las fuentes lexicográficas sirven, junto con las citas de obras literarias, como índices de acceso y difusión de estas voces».33
Los indigenismos llegan al diccionario
En 1611 Sebastián de Covarrubias incluye entre las entradas del primer dic cionario monolingüe del español, el Tesoro de la lengua castellana o española, trece indigenismos americanos, entre los que se encuentran los antillanismos prehis pánicos cacique (c), caimán (t), canoa (t), hamaca (t), huracán (t), maíz (t), tiburón y tuna (t)
Casi un siglo después, en 1591, el gramático y lexicógrafo Richard Perci val publica Bibliothecae hispanicae pars altera. Containing a Dictionarie in Spanish, English and Latine, un diccionario trilingüe (español, inglés, latín) que considera muy útil para el aprendizaje de la lengua española. En él se registran como plena mente incorporadas a la lengua española las palabras antillanas ají (t), bejuco (ca), cacique (ca) y hamaca (t).
.Fray Pedro Simón publicó en 1627 las Noticias historiales de la conquista de Tierra Firme en las Indias Occidentales, a las que, como les sucedió a otros viajeros y misioneros, se vio en la necesidad de añadir una «Tabla para la inteligencia de algunos vocablos desta Historia». Se trata de un glosario de voces y acepciones americanas, desconocidas en el español peninsular, que ayuda a los lectores de sus obras a interpretarlas adecuadamente. El paso de Simón por Santo Domingo en 1607 hace que su recopilación, cargada de voces indígenas con amplias descrip ciones, sea muy valiosa para la historia del español dominicano. Como afirma Juan Antonio Frago, está pendiente el estudio del papel de los religiosos en la difusión de los indigenismos antillanos prehispánicos puesto que ellos «fueron quienes más estrecho contacto mantuvieron con los pueblos indígenas y los que mejor conocie ron la geografía indiana por los frecuentes cambios en sus destinos misioneros».34
El siglo XIX impulsó la valoración de las distintas variedades de la lengua española, entre ellas las americanas. La creación de las academias americanas de la lengua española contribuyó al conocimiento de este léxico y a que fuera regis trado correctamente. Desde esa primera canoa puesta a navegar por Nebrija en su diccionario en 1495 los indigenismos se han ido incorporando paulatinamente, con distinto impulso según las épocas, no solo a los diccionarios diferenciales ameri canos, sino a los diccionarios generales de la lengua española.
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Como muestra su edición en línea, el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española incluye 124 voces de origen indígena antillano; entre ellas hay 55 de origen caribe, 43 de origen taíno, 18 de origen arahuaco y 8 de las que se sabe que son antillanas, pero cuya lengua de origen no ha podido ser determinada con certeza.
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Primerosenantillanismoslaliteratura
En 1589 Juan de Castellanos escribe sus Elegías de varones ilustres de Indias, una obra en verso que narra la colonización del Caribe antillano y continental. En sus estrofas, como la que nos sirve de ejemplo, podemos leer innumerables térmi nos prehispánicos antillanos, que hemos destacado en cursiva:35
Si vienen fatigados de hambrientos, darémosles comidas bien baratas; darémosles de nuestros alimentos guamas, auyamas, yucas y batatas, darémosles cazabis y maices, con otros panes hechos de raíces.
Darémosles huitias con agíes, darémosles pescados de los ríos, darémosles de gruesos manatíes las ollas y los platos no vacíos; también guaraquinajes y coríes de que tenemos llenos los buhíos, y curaremos bien á los que enferman, colgándoles hamacas en que duerman.36
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Estas estrofas nos dan una idea de cómo los indigenismos antillanos van imbricándose con las voces patrimoniales. Juan de Castellanos utiliza en su obra poética palabras taínas (guama, yuca, maíz, hamaca, bohío, mamey), caribes (auya ma, corí, anón, macana), arahuacas (batata, cazabe, manatí, guayaba) y algunas de origen antillano, pero cuya lengua madre no se ha podido determinar (guaraquina je, pitahaya, guanábana, guare).
No fue huracán el que pudo desbaratar nuestra flota, ni torció nuestra derrota el mar insolente y crudo.38
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Fuera yo un Polifemo, un antropófago, un troglodita, un bárbaro Zoílo, un caimán, un caribe, un comevivos, si de otra suerte me adornara, en tiempo de tamaña desgracia.37
Lope de Vega, hamaca (t), caoba (c) o bejuco (c):
Así lo hicieron también algunos de nuestros clásicos del Siglo de Oro, que utilizaron voces taínas y caribes en sus obras, aunque no trataran temas america nos o no estuvieran ambientadas en América. Miguel de Cervantes salpicó en sus obras las voces taínas caimán y huracán, y las caribes bejuco, cacique y su variante femenina cacica, loro o caribe:
Que el oro y dones que ofreces será para que le bordes ricas mantas en que duerma, rica hamaca en que repose.39
villano rico con poder tirano, víbora, cocodrilo, caimán fiero es la mujer si el hombre la desecha..41
serpiente o áspid con el pie oprimido, león que las prisiones ha quebrado, caballo volador desenfrenado, águila que le tocan a su nido; espada que la rige loca mano, pedernal sacudido del acero, pólvora a quien llegó encendida mecha;
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Góngora utiliza la voz enaguas (t) en este romance jocoso y de picante doble sentido:
Aprieta el jubón al pecho: o, suerte mal empleada, que solo apretarte a pechos puede tomar quien te ama. Al guardainfante perdono y me meto en las enaguas, por açercarme a la fuente que al mediodía se halla; y aunque dicen que el estrecho con peligro le amenaça, la aguja de marear pienso que bien me sacara.40
Francisco de Quevedo recurre al término taíno caimán (t) en este soneto a la mujer despreciada:
Disparado esmeril, toro herido; fuego que libremente se ha soltado, osa que los hijuelos le han robado, rayo de pardas nubes escupido;
Cuando al querer dar la vuelta nos asaltan infinitas legiones de hembras armadas, en los rostros serafinas pero en las obras demonios, pues tanta piedra lloviznan, tantos dardos nos arrojan, tantos flechazos nos tiran que si no se enamorara de la airosa bizarría de don Gonzalo Pizarro su hermosa reina o cacica, y de mí su bruja hermana, por Dios que nos desvalijan de las almas y que hambrientas o nos asan o nos guisan, porque comen carne humana mejor que nosotros guindas.42
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Tirso de Molina, quien, además, tuvo contacto con los indigenismos en América pues vivió dos años en Santo Domingo, incluye cacica (t), iguana (a) y be juco (ca):
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Cartas con regusto antillano
Un clérigo apellidado Quirós describe en otra carta el transporte de ropa a bordo de canoas: «[…] de manera q la ropa q hemos desembarcado en este desierto adonde se puede llegar por este rio la han de lleuar los indios acuestas estas dos leguas y despues se ha de tornar a embarcar en canoas qes harto trabajo […]».47
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El mismo clérigo relata los aprestos para el bautizo del hijo de un cacique: «[…] teniendo el cacique […] vn hijo de tres años muy enfermo […] a hecho instancia q se le fuessen a baptizar […] por estar ya muy propinco a la muerte».48
Ninguno de los que escriben las cartas se entretiene en aclarar el significa do de los indigenismos; bien porque ya eran conocidos por sus destinatarios, bien porque los utilizan sin darse apenas cuenta; las nuevas palabras ya están estrecha mente ligadas a su manera de hablar español. Aquellas cartas de los emigrados a Indias, los textos más humildes, no solo nos abren una ventana a la vida de quienes las escribieron y las leyeron; nos abren una ventana a la vida de las palabras.
Hernando de Cantillana le escribe a Sevilla a su mujer, Magdalena de Cár denas, detallándole unas mercancías que le envía, entre las que se incluyen una hamaca y un papagayo: «[…] mas vn amaca chiquita y vn papagayo grande […]».45 Alonso de Herrojo le cuenta a su mujer, Teresa González, vecina del pueblo pacense de Reina, cómo un accidente le ha impedido regresar a España; su pierna ha que dado en tan malas condiciones que lo llevan a misa cargado en una hamaca:
No todo son crónicas, diccionarios o grandes creaciones literarias. La co municación de las gentes de a pie entre la orilla americana y la española se mante nía gracias a las cartas.43 En ellas unas pocas palabras antillanas de origen taíno o caribe, perfectamente adaptadas, son la prueba de que el español ya nunca volvería a ser el que era antes de su llegada a América.44
[…] estava de partida p[ar]a yrme a castilla por mis pecados me sucedio vna desgraçia q cayo conmigo vn cavallo en un hoyo donde me cojo debaxo la pierna q tenia mala por donde esto muy maltratado y coxo q no puedo caminar q a misa me llevan cargado en una hamaca quatro o çinco hombres[…].46
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Si hay una prueba innegable de que un préstamo de otra lengua se ha in tegrado plenamente en la lengua que la recibe es verlo cumplir con sus normas gramaticales y léxicas; o verlo dar lugar a nuevas palabras siguiendo las reglas de derivación de la lengua receptora. Los indigenismos antillanos que se adoptaron en el español son un buen ejemplo. Demuestran su nivel de mimetismo con la lengua española al generar nuevas palabras.
El sustantivo cacique (ca), pasó de designar al jefe de una población indíge na, que era su significado en lengua caribe, y el primero que tuvo en la lengua espa ñola cuando se adoptó, a designar a cualquier persona que ejerce un poder abusivo en un grupo o comunidad; de un origen local a un uso general. Este sustantivo ha generado además el femenino cacica, morfológicamente español, y algunos deriva dos conforme a los procesos de derivación de la lengua española. Gracias al sufijo de origen latino -azgo forma la nueva palabra cacicazgo (‘condición de cacique’; ‘te rritorio en el que manda un cacique’). La voz cacicatura (‘autoridad o poder del ca cique de un pueblo o comarca’) sigue las mismas reglas que palabras similares del español, como jefatura. El sustantivo cacicada (‘acción arbitraria propia de un cacique o de quien se comporta de igual modo’) se origina gracias al sufijo -ada, que ‘forma sustantivos derivados de otros sustantivos que indican acción, a veces con matiz peyorativo’,49 como alcaldada o dominicanada.
Integradas y miméticas
La realidad humana
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Si la llegada de la lengua española al Caribe la puso en contacto con una nueva realidad, las gentes y sus lenguas fueron parte esencial de ella. Los pueblos antillanos y los idiomas que usan exigen al español la adopción de sus propios tér minos para nombrarlos: arahuaco, taíno, caribe, o el derivado caníbal (de caríbal). Desde muy temprano el vocablo caribe se especializó para referirse a los indígenas más belicosos; así lo registra Pedro Simón: «Caribe. Es cosa áspera, brava, y de mala digestión, y assí llaman con este nombre a los indios indómitos, y de estas calidades». Entre las pocas referencias al cuerpo humano se ha mantenido en el español dominicano rural la voz guataca, a la que Augusto Malaret atribuye origen indígena, que designa la oreja.
Hay entre ellos la eterna costumbre de que, principalmente en las casas de los caziques, los boicios o sabios les instruyan de memoria los hijos en el conocimiento de las cosas. En esta enseñanza atiende principalmente a dos cosas: la una general, del origen y sucesión de las cosas; la otra particular, de las hazañas que en guerra y paz hicieron sus padres, sus abuelos, bisabuelos y todos sus ascendientes. Ambas clases de preceptos las tienen compuestas en ritmos en su lengua, y les llaman areitos, y, como entre nosotros los citaristas, así ellos, con atabales hechos a su modo, cantan sus areitos y danzan al son del canto: al tambor le llaman maguei. También tienen areitos de amores, y otros lastimeros, otros bélicos, con sus respectivas sonatas acomodadas.51
Las crónicas nos hablan del uso de objetos como el dúho (ca), ‘asiento bajo de madera o de piedra’, que Gonzalo Fernández de Oviedo describe como «banqui llos de palo». Fray Pedro Simón describe sus diferencias con las sillas castellanas: «Es una silla baxa en se sientan los indios, de una hechura extraordinaria de las nuestras, que tiene su respaldo desde el asiento caydo atrás, y el asiento no está llano, sino levantado […]». En el español dominicano pervive la denominación ture, al parecer originada en este indigenismo, para designar una silla baja sin brazos.
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Como esta, otras muchas palabras indígenas antillanas designan exclusi vamente instituciones prehispánicas que solo conocemos como realidades histó ricas y tienen un ámbito de uso especializado en obras históricas o antropológicas. Así sucede con la palabra cemí, que denominaba a los dioses o espíritus antillanos, o con la voz areíto (t), que designaba una ceremonia ritual cuya trascendencia cul tural nos describe Pedro Mártir de Anglería en sus Décadas del Nuevo Mundo:
A diferencia de la pervivencia y la vitalidad del sustantivo cacique, el sus tantivo naboría (t), referido a los indios considerados como personal de servicio o doméstico, se quedó en las crónicas y no pasó al español general: «El dicho señor alcalde mayor hizo traer antel a sauasteanjco yndio criado e naboria del dicho solis e estando delante el dicho juan de morales ynterpetre syendo preguntado el dicho yndio çerca del caso en lengua castellana claramente depuso».50
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La cohoba, también voz antillana, era esencial en las ceremonias rituales. Diego de Alvarado da su parecer sobre las costumbres de los indios en 1517 y reseña cómo los indios la comparaban con el vino que llegaba de Castilla:
Lo que de los dichos caçiques e yndios conosçia que ser aficionados hera al juego de batee e areytos e cohobas e tomar yervas para hechar del cuerpo todo lo que an comjdo e çenado e lo que agora al presente dellos conosco es ser afiçionados al vino porque dize que es mejor cohoba que la suya […].52
La voz antillana guanín, para referirse al oro de baja ley y a las joyas fa bricadas con él, es otra de esas palabras que usamos para denominar realidades históricas o arqueológicas. Solo las encontramos en las crónicas y en las primeras descripciones del Nuevo Mundo: «Esto era cierta especie de oro baxo que llama ban guanín, que es algo morado, el cual cognoscen por el olor y estímanlo en mun cho».53 En la actualidad están limitadas al ámbito académico y, como los referentes que designan, han dejado de tener pervivencia en el habla cotidiana.
Entornos con sabor ancestral
La naturaleza antillana, su descripción y su aprovechamiento hicieron ne cesaria la adopción de las palabras que la nombraban. La palabra bohío (t), referida a la vivienda de los indios, construida con madera, ramas, cañas y hojas de palma, se mantiene en uso en el español dominicano cuando se trata de designar una cabaña rústica de características similares. Pedro Simón los describe y nos explica a su manera el proceso de adopción del indigenismo y sus variantes:
Es lo mismo que casa pajiza, este nombre pussieron los es pañoles a las casas de los indios, que todas son pajizas, y aunque algunas son redondas, y al modo de campanas, y otras prolongadas, y hechas las paredes de piedra, o tapias, si son cubiertas de paja todas se comprehenden debajo deste nombre, el qual tuvo este principio, que en descubriendo los castellanos la isla Española oyan dezir a los indios muchas vezes este nombre bohío, y no entendiendo, qué querían dezir en aquello, por algunas conjeturas les pareció, que querían dezir, y significar sus casas, y como eran de paja, vino a quedar assentado, que toda casa cubierta de paja se llamase bohío, o buhío mudada la o en u.
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El madero vertical que funciona como columna para sostener las vigas o el techo de los bohíos, y de otras construcciones rústicas, se denomina horcón en el español americano; para el horcón más alto del bohío se sigue utilizando en el español dominicano el indigenismo haitinal (ant), mencionado por Gonzalo Fer nández de Oviedo:
Otras casas o buhíos hacen asimismo los indios, […] de postes e paredes de cañas y maderas, como está dicho. Estas cañas son macizas y más gruesas que las de Castilla, y más altas, pero córtanlas a la medida de la altura de las paredes que quieren hacer, y a trechos, en la mitad, van sus horcones (que acá llamamos haitinales), que llegan a la cumbrera e caballete alto.54
La agricultura tenía su escenario esencial en el conuco (t), porción de tierra destinada al cultivo por los indígenas. Ya desde temprano los documentos antilla nos se refieren a la forma de cultivo de los indios:
Oyeron dezyr que los tales yndjos en espiçial los desta ysla española asy henbras como varones son de tal saber y capaçidad todos o alguno de ellos que sean para ponellos en libertad entera y que cada vno dellos podra beuir politicamente sabiendo adquirir por sus manos de que se mantengan agora sacando oro por su ba tea o hazyendo conucos e vendiendo el pan dellos […].56
Para referirse a la vivienda propia de los caciques, de planta circular, se reservaba el término caney (t), que no pervive en el español dominicano. Para la construcción de estas viviendas se usaban paredes denominadas bahareques (o su variante bajareques) (t) que, como nos explica Pedro Simón, consistían en paredes hechas «de palos hincados entretexidos con cañas, y barro, y en tierras calientes es de sola cañas».
La voz batey (ca) se refería originalmente al juego de pelota practicado por los indios, que, al parecer, gozaba de gran popularidad («ninguno de ellos entendia en otra cosa mas de en jugar su juego de batey»55), y a la extensión de terreno des tinada a practicarlo. Pervive en el español antillano como el término para designar los terrenos y las instalaciones de los ingenios azucareros.
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La palabra pervive en el uso común del español del Caribe para referirse a pequeñas parcelas destinadas al cultivo de supervivencia; así también se mantiene el uso de la voz coa (t) para referirse al ‘instrumento de labranza con mango de madera y pala de hierro que se usa para hacer hoyos’.57
El español adoptó el término sabana (ca) para referirse a las amplias llanu ras poco arboladas y, desde las islas caribeñas, este sustantivo se extendió hasta convertirse en parte del léxico del español general; en cambio, la voz arcabuco (t), adoptada para nombrar el ‘monte espeso y cerrado’, tuvo una difusión más restrin gida. Gonzalo Fernández de Oviedo los describe y compara en su Historia general y natural de las Indias: «Llaman sabana los indios […] las vegas e cerros e costas de riberas, si no tienen árboles, e a todo terreno que está sin ellos, con hierba o sin ella. El arcabuco es boscaje de árboles, en monte alto o en lo llano: en fin, todo lo que está arbolado es arcabuco».58 El término arcabuco aparece en la carta en que Celedón Favalis se queja a su padre de las dificultades para encontrar sustento: «En mas de los diez dias que digo a vm no comimos sino frutas del arcabuco y palmitos, con lo qual lo pasamos todo este tiempo [...]».59 Pedro Simón registra la variante alcabuco: «Es lo mismo que monte, o montaña de árboles altos, o baxos». En el español dominicano se utiliza el término charabuco para referirse a la ‘maleza tupida’, para el que Emilio Tejera plantea en Indigenismos la hipótesis de que pueda tratarse de una variante de arcabuco.60
La variedad antillana de la lengua española se sirvió del indigenismo mani gua (t) para designar el terreno poblado de espesos arbustos tropicales y, a partir de este término, creó los derivados manigual, para el ‘terreno pantanoso cubierto de vegetación espesa’, y manigüero, referido a la manigua y a sus habitantes.
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La
Gonzalo Fernández de Oviedo en el Sumario de la Historia Natural de las Indias, publicado en 1526, nos describe cómo los indios «asan la carne sobre unos palos, que ponen, a manera de trévedes o parrillas, en hueco, (que ellos llaman barbacoas) e la lumbre debajo; porque, como la tierra está en clima que natural mente es calurosa, presto se daña el pescado o la carne, que se asa el mesmo día que muere».61 Pedro Simón describe así en 1627 el uso de la barbacoa como soporte para mantener lejos del suelo lo que se pone sobre ella: «Es poyo, o cama hecha de cañas, juntan muchas al modo de los çarços, en que se cría la seda, y hincados en el suelo unos palos con unas horquetas de altura de una cama, o poyo, y travessados otros por las horquetas tienden las cañas, o el cañizo, y sirve de muchas cosas […]». El término barbacoa (t) pasa al español peninsular con el sentido de ‘parrilla usada al aire libre para asar’; con este mismo sentido es usado en inglés (barbecue) o en francés (barbecue).
Lo más curioso de la palabra barbacoa es su sorprendente viaje de ida y vuelta. En tierras dominicanas mantiene la forma original para algunos de sus sig nificados; sin embargo, para referirse a la rejilla para asar, y a los alimentos que en ella se asan, se adopta la forma patrimonial parrilla y su derivado parrillada o, más extraordinario todavía, el préstamo procedente del inglés barbecue, pronunciado /barbikiú/. Como si de un búmeran lingüístico se tratara, lo que nació taíno se usa en su lugar de origen pasado por el tamiz del inglés. La adopción del término patrimonial o del anglicismo para esta acepción puede deberse a que el español vida cotidiana
que se adoptó con celeridad, esa fue la hamaca; y con ella, la palabra utilizada para designarla. Diego de Alvarado recomienda su uso para el buen trato a los indios: «mandandoles dar de comer como dan en castilla a los trabajadores su almuerzo e comida e merienda e çena e buenas camas e ha macas en que duerman».63 Pedro Simón apunta que es «de manta de algodón […] y suele en tierras calientes ahorrar de llevar otras camas de camino»; la compara con el chinchorro y describe su éxito entre los españoles: «Y se acuestan a dormir en la red, assí dispuesta, los indios, especialmente en tierras calientes, y se están como columpiando, pues por poco movimiento que hagan del cuerpo se mueve de una parte a otra; invención, que no les a parecido mal a los españoles, y assí usan mu cho della para lo mismo». La lengua española, que ha creado múltiples derivados de este sustantivo (hamacar, hamacada, hamaquear), sirvió además para su difusión a otras lenguas europeas como el francés (hamac), el inglés (hammock) o el italiano (amaca). El español dominicano conserva el indigenismo hico, o su variante jico, para designar a las cuerdas con las que se cuelgan las hamacas.
Gonzalo Fernández de Oviedo describe las naguas como «unas mantas cor tas de algodón, con que las indias andan cubiertas desde la cinta hasta las rodillas»64 y Bernal Díaz del Castillo nos cuenta que «andaban los de Cuba con las vergüenzas defuera, excepto las mujeres, que traían hasta que les llegaban a los muslos unas ropas de algodón que llaman naguas».65 Simón lo describe como un «faldellín blan co de lienço que traen las mugeres en tierras calientes». Esta voz taína se difundió en el español peninsular para designar a la falda interior femenina; con la pérdida de vigencia de la prenda, la palabra comienza su declive.
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dominicano mantiene para barbacoa acepciones directamente relacionadas con otras que el término original tenía en la lengua taína: ‘camastro hecho de tablas de palma sobre la que se ponen hojas secas de plátano o de guineo’, ‘repisa para colocar platos y utensilios de cocina’, y ‘armazón construida para que se extiendan plantas Sienredaderas’.62hubounutensilio
Los indios llamaban cacona (ant) al jornal diario, en moneda o especie, que se les entregaba; las prendas de ropa solían formar parte de él: «que en la caco na que a cada yndio se oviere de dar sea prinçipal mente doss camisas: la vna de angeo para trabajar, y otra de lienço más delgado para las fiestas».66 Al parecer, esta costumbre está en el origen de que el término cacona, ya en desuso, desarrollara
Con origen en la palabra botuto (ca) se conserva en el español dominicano la voz fotuto para designar a la caracola del lambí, voz de origen incierto, o cobo (ant), usada tradicionalmente en los campos como bocina. Rafael Moscoso incluye entre sus notas en el diccionario Indigenismos una relacionada con esta costumbre ancestral: «Un caracol jigante, que los campesinos (en Santo Domingo) usan como fotuto o guamo para anunciar a los vecinos de sus secciones que tienen carne a la venta. Los sonidos o modulaciones varían según la clase de carne que se expenda: de res o de cerdo».68 El uso de la caracola ha perdido vigencia y la denominación fotuto ha pasado a un instrumento de viento que produce un sonido similar y a un pequeño pito cónico de cartón.69
en el español dominicano las acepciones de ‘levita’, ‘traje infantil de gala, utiliza do especialmente para el bautizo o el entierro’, ‘canastilla que contiene las cosas necesarias para el recién nacido’ y ‘herencia legada por la madrina a su ahijado’.67
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En el español caribeño coloquial se utilizan las palabras tereco o tereque (ant), generalmente en plural, como sinónimos de trasto, cualquier cosa que se considera poco útil o de poco valor.
Tirso de Molina, que vivió en Santo Domingo a comienzos del XVII, registra en su comedia La villana de Vallecas la voz antillana túbano, de uso común en el español dominicano para referirse al cigarro rústico. Tirso describe los manjares de una copiosa cena que, tras los postres indianos y castellanos, culmina con un buen cigarro:
Y si en postres asegundas, en conserva hay piña indiana, y en tres o cuatro pipotes, mameyes, cipizapotes; y si de la castellana gustas, hay melocotón y perada; y al fon saco; un túbano de tabaco para echar la bendición.70
El pan de los indios
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La yuca (t) era una de las bases del sustento indígena. Simón nos da datos interesantes sobre sus variedades y su aprovechamiento: «Es la rayz de que se haze el caçabe. Cómense también asadas, y cozidas. Ay de dos especies, amargas o bra vas y dulces». No es de extrañar la rápida adopción del indigenismo para referirse a ella y a su principal derivado, el cazabe (ar), cuyo proceso de elaboración, del que sin duda fue testigo durante su estancia en Santo Domingo, nos describe detalla damente en su glosario: «Es pan echo de unas rayzes que llaman yucas, las quales siembran, y después de dos, o tres años, que están de sazón las desentierran, y rallan en unas piedras ásperas, y esprimiéndoles en unas presas aquel jugo con que queda aquella masa, la van echando en unas caçuelas de barro estendidas, que están a la lumbre con fuego manso, y assí van quajando unas tortas grandes, o pequeñas como las quieren hazer, y estar quajadas, y cozidas, todo se haze de una vez. Es sustento muy universal en las tierras calientes, que es donde se dan estas rayzes».Pedro
Simón describe el proceso de rallado de la yuca en unas «piedras ásperas» llamadas por los indígenas guayos (ant). En el español dominicano guayo sigue siendo el término preferido para denominar al ‘utensilio metálico para ra llar’. Es una palabra muy productiva en términos léxicos y de ella se derivan mu chas otras de usos rectos y figurados. Basta consultar las entradas que registra el Diccionario del español dominicano.71 Para empezar, el verbo guayar, que se refiere a la acción de ‘desmenuzar algo rallándolo’; coloquialmente guayar es ‘trabajar duro’, ‘frenar un vehículo’ o, incluso, ‘mantener relaciones sexuales’. La forma pronomi nal guayarse significa ‘herirse al sufrir una caída’ y ‘equivocarse o fallar’. Este verbo forma parte de cuatro locuciones coloquiales: guayar gomas, ‘producir un sonido con las gomas de un automóvil al acelerar bruscamente’ o, figuradamete, ‘lucir unos zapatos nuevos y bonitos’; guayar la hebilla, ‘bailar pegado de la pareja’; gua yar la yuca, ‘trabajar duramente y experimentar penalidades o precariedades’; y
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Sácanla después de la manga o cibucan y queda ni más ni menos que si fuese alfeñique blanco y apretado, no seco sino sin zumo, que es placer verlo cuán lindo está. Tienen luego un cedazo algo más espeso que un harnero de los con que ahechan el trigo en el Andalucía, que llamaban híbiz (la primera sílaba luenga), hecho de unas cañitas de carrizo muy delicadas, y allí desboronan aquella masa ya vuelta en otro forma, la cual, como esté seca o enjuta sin el agua o zumo que tenía, luego se desborona con las manos, y pasado por aquel híbiz o cedazo queda cernida muy buena harina.74
guayar en el aro, estar en una mala situación económica’. De guayo derivan también los sustantivos guayón, ‘rozadura, raspón’, y guayada, ‘equivocación, error’. El gua yao es la ‘bebida refrescante hecha con hielo triturado al que se le añade un jarabe de fruta’ y el guayaero es la ‘persona que vende guayao por las calles’. Jocosamente se le llama guayahielo al teléfono celular de gran tamaño, generalmente si es un modelo pasado de moda.
Después de rallada y exprimida, la yuca se cierne en el jibe, cuyo origen está en el indigenismo antillano hibiz, una especie de cedazo hecho de cañas:
Gonzalo Fernández de Oviedo describe la utilidad del sebucán o cibucán (ar), un colador rústico para exprimir la yuca rallada: «para hazer pan della que lla man caçabi rallanla y despues aquello rallado estrujanlo en un cibucán que es una manera de talega de diez palmos o mas de luengo y gruessa como la pierna que los indios hazen de palmas como estera texido […]».72 El cibucán era imprescindible para eliminar el zumo venenoso de la yuca, llamado hyen (ant) por los indígenas, como leemos en Bartolomé de las Casas cuando se refiere al proceso de elabora ción del cazabe: «Con esta cosa de maravillar quiero acabar lo que toca a este pan y es que aquella agua o zumo que es mucha, que tiene y sale de la dicha masa y la llaman los indios hyen, es de tal naturaleza que cualquiera que la bebiese así cruda como sale moriría como si bebiese agua de rejalgar».73
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El almidón de la yuca es la denominada naiboa o anaiboa (ar), palabra que el español dominicano ha desarrollado nuevas acepciones para referirse a un ‘ali mento bueno y sustancioso’ y, coloquialmente, al ‘meollo de un asunto’. Cuando una cosa tiene naiboa es que es agradable o valiosa.
El español dominicano sigue denominando jibe al ‘cedazo usado para ta mizar la arena’75 y para referirse a alguien que está maltrecho utiliza la locución coloquial estar hecho un jibe.
Estas raíces se llaman guayagas, y hacen dellas el pan que comían por toda esta provincia los indios. […] Hácese el pan desta manera, conviene a saber, que en unas piedras ásperas como rallos las rallan como quien rallase un nabo o zanahoria en un rallo de los de Castilla, y sale masa luego blanca y hacen della unos globos o bollos redondos, tan grandes como una bola, los cuales ponen al sol […]. Están al sol uno y dos y tres días y al cabo dellos se hinchen de gusanos como si fuese carne podrida […]. Después que ya están en esta dispusición negros y herviendo de gusanos tan gordos como piñones, hacen unas tortillas dellos, que ya es masa cuanto a la blancura y ser correosa como la de nuestro trigo, y en una como cazuela de barro, que tienen ya sobre unas piedras y luego debajo, callente, ponen sus tortillas, y desde a un rato questán cociendo de un lado las vuelven del otro, donde bullendo los gusanos con el calor se fríen y mueren y así se quedan allí fritos. Y este es el pan de aquella tierra y provincia, y si se comiese antes que se parase prieto y no estuviese lleno o con algunos y muchos gusanos, los comedores morirían.76
La harina de yuca o catibía (ant) se guarda en una vasija de madera deno minada guariquitén (ant) y se cocina en en el burén (ant), una plancha de barro, y más tarde de hierro, en la que se cocina el cazabe. El sustantivo catibía sigue en vigor en el español dominicano para referirse tanto a la harina de yuca como a la masa elaborada con ella, principal ingrediente de unas sabrosas empanaditas rellenas también llamadas catibías. También se elaboraba una especie de cazabe con la guáyiga (ant), un arbusto del este de la Española, de cuyas raíces se obtiene actualmente almidón. Bartolomé de las Casas describe el particular proceso de elaboración de esta especie de cazabe de guáyiga:
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El Diccionario de autoridades, primer diccionario académico de la lengua española, publicado en 1726, ofrece una curiosa definición del indigenismo batata, que había viajado junto con la raíz y con ella se había adaptado a su uso en tierras españolas: «Es mui sabrosa y dulce, y aunque de ella se hacen diversos dulces y almibares mui delicados, con especialidad es mas grata al paladar assada y rociada despues con vino y azúcar. En España se crían muchas en las cercanías de Mála ga».78
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En la base de la alimentación antillana a la yuca se unen el boniato (ca) y la batata (t). Gonzalo Fernández de Oviedo llama boniata a la «yuca dulce», para dis tinguirla de la amarga: «Esta yuca, d’este género, que el çumo d’ella mata […] la ay en grand cantidad en las yslas de Sant Juan, e Cuba, e Jamayca y la Española, pero también ay otra que se llama boniata […] que no mata el çumo d’ella, antes se come la yuca assada como çanahorias, y en vino e sin él, y es buen manjar».77
Alimentos y palabras que emigran
En cambio, Juan Cabeza de Vaca le escribe a su mujer, Elvira de Cantalejos, encareciendo con entusiasmo las bondades de las nuevas tierras y las condiciones que ofrecen para los que quieren establecerse allí: «[…] no se sabe que cosa es hanbre porque se coje trigo i maiz dos beçes al año i ai todas las frutas de castilla i muchas mas de la tierra donde no se echand a españa i ansi la jente pobre lo pasa mejor en esta tierra que no en España […]».80
El aprovechamiento económico del cultivo de ciertas plantas americanas contribuyó a la propagación de los indigenismos antillanos en América y, como en el caso de batata o maíz, también en España. En cambio, hubo algunos alimentos cuyo cultivo y consumo no llegaron a generalizarse o que nunca fueron conocidos en España, y así también les sucedió a sus nombres indígenas. Gonzalo Fernández
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El maíz (t), al que Simón llama el «trigo de los indios», es un alimento esen cial, de cultivo y aprovechamiento universal, cuya denominación indígena se im pone tempranamente. De su vigencia e implantación da idea el hecho de que se trata del indigenismo más recurrente en las cartas de particulares desde Indias. Celedón Favalis comparte con su padre la nostalgia de las fiestas navideñas en familia que contrastan con las que vive ahora, en las que solo se sustenta con un poco de queso y pan de maíz: «[…] nunca e estado tan triste y melençolico como la uispera de la pasqua de nauidad en la noche, y todo hera acordandome como me solia yo olgar aquella noche , y como me bia tan lexos de ello33 y en la mar, y sin tener con que la çelebrar sino con un poco de queso y pan de maiz4 por no auer otra cosa , aunque no lo tuue por poco regalo […]».79
En la gastronomía dominicana se elaboran unos pequeños bollitos de hari na de maíz que se cocinan envueltos en hojas de plátano a los que se conoce con el nombre de guanimo (ant), al que se le presume origen indígena.
La vitalidad del indigenismo en el español dominicano está garantizada; además de la referencia tradicional, ha desarrollado nuevas acepciones coloquiales para referirse con una metáfora popular a la ‘pantorrilla’ o a una ‘persona incom petente o estúpida’. Forma parte también de locuciones populares como agarrar asando batatas, para referirse a ‘atrapar a alguien desprevenido y sin estar hacien do lo que se le supone’; o la locución estar como puerco entre batatas para expresar que alguien está muy a gusto.
de Oviedo nos habla de la preparación y venta del tubérculo comestible llamado lerén (ant), o yerén, consumido aún en la República Dominicana:
También el tubérculo conocido como yautía (t) es de uso cotidiano en la Re pública Dominicana, donde se mantiene su denominación indígena: «Yahutia, por otros llamada diahutia, es una planta de las más ordinarias que los indios cultivan con mucha diligencia o especial cuidado. […] E lo mejor es las raíces, que tienen unas barbas que los quitan e mondan, e cuécenlas, e son buenas».82
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Lirén es una fructa que nasce en una planta que los indios cultivan, e aun al presente, algunos de los españoles en sus labranzas en esta isla Española. Y es hierba o planta que […] debajo de tierra echa su fructo, que es blanco e del tamaño que dátiles gruesos […]. Estos lirenes cuecen los indios, e cuando es tiempo desta fruc ta, hay mucha por las plazas que la sacan a vender, así cocidos los lirenes; e quítanle aquella cortezuela de encima, que es muy más delgada e más blanda que una cáscara de una castaña, e queda de dentro el lirén blanco, y es de buen sabor. No he visto en España, ni en otra parte, fructa ni sabor a que compare estos lirenes.81
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Sabor y color antillano
¿Cómo preparar un buen sancocho sin ají (t) ni auyama (ca)? Oviedo llama al ají (t) «la pimienta de los indios». La diferencia de usos léxicos entre España y América que Simón registra en su glosario en 1627 es la que hoy se mantiene: «Agí. Se llaman los pimientos colorados, y aunque ay algunos blancos, y otros morados, todos se entiende con este nombre de agí, y en España, pimientos. Los blancos no pican». La experiencia americana de Simón sabe distinguir entre los ajís picantes y los que no lo son; sabe además que el término caribe (ca) se aplica a ciertos ali mentos: «Es cosa áspera, brava, y de mala digestión […]». En el español dominicano se mantiene el uso de caribe con la acepción ‘picante’ y la denominación ají caribe para una determinada variedad de ají muy picante.
Un ingrediente habitual en la cocina dominicana es la auyama (ca); la dife rencia entre la denominación americana y la peninsular fue registrada por Simón: «Es cierta especie de calabaças, que se hazen muy grandes de corteza tosca, de que ay hartas en España, que suelen conservar en arrope, aunque no con este nombre, sino de calabaças». Las crónicas y documentos coloniales nos reservan valiosas apreciaciones sobre cómo se iba forjando la personalidad de las nuevas variedades americanas del español. Como bien observa Juan Antonio Frago, es incalculable el valor histórico y lingüístico para nuestra lengua de los datos que los religiosos registraron en la etapa fundacional del español de América: «No hay que echar en saco roto […] la asombrosa capacidad de percepción de la realidad lingüística amerindia —pienso ahora en tantas ilustrativas menciones sobre los sinónimos diatópicos— que demostraron muchos frailes españoles y que bien visible es en relevantes pasajes de las crónicas etnográficas».83
El zumo desta fructa es blanco y poco a poco se hace tinta muy negra, con que teñían los indios algunas cosas que hacían de algodón y nosotros escrebíamos. Este zumo o agua de las xaguas tiene virtud de apretar las carnes y quitar el cansancio de las piernas y por esto se untaban los indios las piernas principalmente y también el cuerpo. Después de pintada se quita con dificultad de algunos días, aunque se lave.85
El término caribe bija se conserva en el español caribeño para designar cierto árbol y sus semillas, de las que se obtiene una sustancia de color rojo intenso que se aprovecha en pintura y tintorería. La cocina tradicional dominicana la usa desde antaño para dar color y sabor a los alimentos al cocinarlos; Antonio Sánchez Valverde explica en 1785 cómo la pasta elaborada con bija «servía y sirve para dar color y gusto a los manjares y guisos, sin el picor del pimentón […] ni el calor de la pimienta».84 Pedro Simón aporta en su glosario una definición enciclopédica de la variante vija, que nos recuerda que fue usada por los indios como pintura corporal:
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Es un betún que hazen los Indios de trementina y una fruta de unos árboles colorada, como almagre, con que se suelen untar todo el cuerpo los indios desnudos, quando van a pelear, como lo hazen otras vezes con la jagua. Suelen también untarse ellos y ellas el rostro, con que se hazen más feos de lo que son, y es común práctica que se ponen de aquella manera por parecer al demonio, que se les aparece así.
El zumo de la jagua (t), fruto del árbol del mismo nombre, era usado además como colorante textil por los indios; los españoles aprendieron de ellos su aplica ción medicinal contra el cansancio de las piernas y aprovecharon para utilizarlo como tinta:
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Armas y ataques
De la actividad guerrera conservamos el término macana (ca), que designa un tipo de arma indígena muy característica que Gonzalo Fernández de Oviedo describe de esta forma: «Pelean con macanas los indios de esta isla, que son unos palos tan anchos como tres dedos, o algo menos, e tan luengos como la estatura de un hombre, con dos filos algo agudos; y en el extremo de la macana tiene una manija, e usaban dellas como de hacha de armas a dos manos. Son de madera de palma muy recia, y de otros árboles».86 Pedro Simón nos detalla el aspecto de las macanas: «Es lo mismo que montante o espada, de que usan los indios en la guerra, y quando van camino, como de su arma, es un palo de palma negro, que corta por ambas partes, porque es duríssimo. Hazen algunas muy largas, más que montan tes, otras menores». Desde esta acepción referida al arma ofensiva de los indios
Esta armada llegó a aquella tierra el año que está dicho; e luego el adelantado Joan Ponce, como se desembarcó, dió, como hombre proveído, orden en que la gente de su armada descansase e cuando le paresció, movió con su gente y entró por la tierra, y en una guazábara o batalla que hobo con los indios, como él era animoso capitán, e se halló de los primeros, e no tan diestro en aquella tierra como en las islas, cargaron tantos e tales de los enemigos, que no bastó su gente e su esfuerzo a los resistir.87
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el término macana pasó a designar en el español americano un garrote grueso, generalmente de madera. En el español dominicano se ha desarrollado además, metafóricamente, una acepción con connotaciones vulgares para referise al pene y la locución coloquial ser una macana para señalar el tamaño y la fuerza de una per sona o su autoritarismo. La palabra macana es además la base léxica de derivados como macanazo, ‘golpe fuerte’, o como macanear que, desde su acepción ‘golpear a alguien, especialmente si es con una macana’, generó una acepción figurada para referirse la acción de ‘controlar o dirigir a alguien autoritariamente’.
El español dominicano actual conserva para guazábara, y su variante grá fica guasábara, dos acepciones relacionadas con su origen –’conflicto, enfrenta miento’ y ‘tumulto, alboroto’– y ha pasado a designar una planta enredadera con espinas de gran tamaño. Entre los pescadores dominicanos se emplea la locución dar guazábara para referirse a la acción de ‘entrar un pez grande en un banco de peces pequeños’.
Término guerrero es también guazábara (ant), que Simón define como «la pelea o guerra de los indios entre sí, o con los españoles». Gonzalo Fernández de Oviedo nos relata de esta forma la guazábara que los indios dieron al adelantado Juan Ponce de León en su intento de conquista de la Florida:
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En
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La vida antillana estaba estrechamente relacionada con el agua. La abun dancia de ríos, lagos y lagunas en la República Dominicana y su condición isle ña la vincula necesariamente con este elemento. La palabra antillana jagüey (ant) se adoptó en la lengua española para referirse al pozo de agua dulce, natural o artificial. Gonzalo Fernández de Oviedo registra la polisemia de este sustantivo prehispánico, que es usado también para designar cierto tipo de árbol de corteza colorada: «Otras cortezas de árboles coloradas hay en esta isla Española, las cuales llaman xagüey […]; e danles este nombre, porque en esta lengua de Haití el árbol que descortezan para esto le llaman xagüey, y a un charco llaman xagüey asimis mo».88 el agua
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Es un modo de barca hecha de una pieça, porque solo se haze de un tronco de árbol cavado, y puesto en proporción, de manera que se va angostando desde en medio, que es ancha de una vara y más para ambos extremos, hasta que remata en puntas altas del agua con su modo de popa, y proa. Navéganse con esta los ríos, y aun las costas del mar, y son algunas tan grandes, por ser valentíssi mos los árboles de que se hazen, que van veynte, y más hombres en ellas, y muchas mercadurías.
Sin duda, entre las realidades indígenas que más llamaron la atención es tuvieron las canoas (t) y las piraguas (ca). El interés por las canoas era inevitable en gentes que tenían una relación directa con la navegación, ya fuera por su profesión o por las largas travesías oceánicas a las que se veían obligadas en su traslado a tierras americanas. La fascinación que Simón sintió por las canoas se trasluce en su definición:
Del entorno marino el español tomó prestada la palabra cayo (ar) para nombrar las islas arenosas del mar de las Antillas, en las que crece el mangle (ca o ara), un arbusto extraordinario que Simón describe como «un árbol que nace a las orillas del mar, y en llegando a su altura, que no es mucha, le nacen de las ramas unos callos, que cayendo a la tierra, se asen a ella y le sirven como de rayzes por lo qual se dize que hecha las rayzes en las ramas». A partir de estas voces antillanas se forman los sustantivos colectivos cayería ‘conjunto de cayos’ y manglar ‘terreno poblado de mangles’. Derivada de la palabra arahuaca cayo se conserva en el espa ñol dominicano el sustantivo cayuco para referirse a una embarcación artesanal de pequeñas dimensiones. Se denominan también cayucos varias especies de cardo nes de tallo alto y grandes flores blancas.
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Una experiencia antillana insoslayable debió ser el huracán, lo que provocó la rápida y definitiva adopción del término taíno. Pedro Simón supo describir el fenómeno atmosférico: «Es lo mismo que vientos rezios, o contrarios, con que se causa tormente en la mar, y aun en la tierra quando derriba árboles y casas»; y también dar cuenta de la procedencia del término indígena y de su adopción en la lengua española: «Es vocablo de los indios de las islas de Santo Domingo, y sus vezinas, de quien lo tomaron los castellanos».
La palabra canoa fue de introducción muy temprana y generalizada. Llega hasta las cartas de emigrados a Indias, como esta de 1574 en la que el curtidor Alon so Ortiz le describe a su mujer, residente en Zafra (Badajoz), su negocio de compra y venta de cueros de novillos: «[...] nos las traen en una canoa por el agua a la puerta que quando nos levantamos muchas vezes estan esperando a la puerta de mi casa [...]».89
Entre los campos semánticos que más préstamos indígenas antillanos aportan está el referido a la flora, especialmente si la planta o el fruto tienen apro vechamiento para la alimentación o para la fabricación de enseres. Tal es el caso de las palabras bejuco (ca), maguey (ant) o majagua (t), y su variante damajagua (t), que designan arbustos cuyas fibras se utilizan para la fabricación de sogas y tejidos. Ampliamente nos describe Bartolomé de las Casas el aspecto y las aplicaciones del bejuco, incluida aquella de su utilización como purgante en la medicina tradicional indígena:
Otra cosa para purgar, no sé para qué enfermedades, hay en esta isla, y sospecho que debe ser para males de flema, y ésta es una correa o raíz, no porque esté debajo de la tierra sino que tiene su raíz debajo della y encarámase por los árboles de la manera de la yedra y así parece algo, no en la hoja porque no la tiene, sino en parecer correa y encaramarse como la yedra. Llamábanla los indios bexuco (la penúltima sílaba luenga). Pueden atar cualquiera cosa con ella como con una cuerda, porque es nervosa y tiene quince y veinte brazas y más de luengo. Generalmente hay muchos bexucos en todos los montes, y sirven para todas cosas de atar y son
Productos útiles
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provechosos.muy90
Posible origen antillano tiene la denominación mabí (ant), referida a un ar busto y a la bebida fermentada que se elabora con su corteza, a la que se le llama además mabí de bejuco o bejuco de indio.91 En cambio, de otras enredaderas con nombre prehispánico, como el bonday (ant), se consume el fruto, a pesar de su sabor
amargo.Eltérmino
cabuya (ca) se refiere tanto a la planta como a la fibra que de ella se extrae, y a las sogas y cuerdas que con ella se fabrican; así nos lo cuenta Pedro Simón, que aporta además información sobre el uso de su cogollo como jabón o de sus vástagos como madera para la construcción de casas o como yesca:
Cabuya. Es lo mismo que soga, házese de un cáñamo, que se saca de las ojas de unas matas, que son la hechura de una sábila, pero muy mayores […]. Rematan en punta, son gruesas, y de mucha carnaza blanda, quitan aquella carnaza con unos palos, y sácanles las hebras que tiene dentro, que son al modo de las del cáñamo […]. Desto hazen las sogas, y toda suerte de servicio para el carguío, enjalmas, jáquimas, suelas de alpargates […]. Cogen el cohollo tierno, y sirve de jabón, y si no se lo quitan, echa un bástago tan crecido, que sirve de enmaderar las casas […]. Es la mejor yesca para encender lumbre, qye deven de aver hallado los hombres.
Se generaliza poco a poco la palabra cabuya para designar cualquier tipo de soga fabricada con fibra vegetal; así podemos deducirlo de las palabras de Pedro Simón: «También se hazen estas cabuyas de cortezas de árboles, en tierras ca lientes, que llaman mahaguas […]». En el español dominicano cabuya mantiene las acepciones históricas y ha desarrollado además varias locuciones de uso coloquial y popular que dan muestra de su vigencia. Para referirse a ‘complicar algo o hacer lo más difícil de comprender o de realizar’ o a ‘equivocarse, confundirse’ se utiliza la locución verbal enredar la cabuya; si se quiere llamar a alguien loco se le dice que está mal de la cabuya
De la corteza fibrosa del daguillo o daguilla (ant) se extrae una fibra textil muy fina y entrelazada cuyo aspecto le ha granjeado el nombre popular de palo de encaje, según apunta Rafael Moscoso en Indigenismos.92 Con estas fibras se fabrica una soga delgada que se conoce como daguita (ant): «Y en esta isla Española hacen
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de cortezas de árboles, otro hilo, e cordeles delgados que llaman daguita, y este es el es mejor género de hilo de todos para alpargates e hamacas e otras cosas, e más recio que henequén e que la cabuya».
Muchos pinos naturales hay en esta isla Española, grandes y pequeños, todos inútiles en el fructo, pues que no llevan piñas sino vanas e muy chiquitas. […] Llaman los indios desta isla Española a este árbol o pino, coaba, e sírvanse mucho dél, en los ingenios del azúcar, desta leña, donde la tienen cerca, para farol o candiles con que se alumbran de noche para las madrugadas, para moler las atareas e ejercicios que se hacen antes que sea de día.93
En el español dominicano sigue llamándose cuaba a esta madera resinosa que, al prender con facilidad y mantenerse ardiendo, se utiliza como tea para ilu minación; Emilio Tejera nos cuenta en su diccionario la costumbre de alumbrar se con hachos de cuaba que se colocan sobre una gran piedra chata en el centro de la habitación en las zonas donde abunda este árbol.94 Como nombre genérico también se utiliza cuaba para referirse a la madera del arbusto resinoso llamado guaconejo (ant), empleada también como tea, y cuya resina tiene aplicaciones en medicina tradicional.
El término indígena antillano coaba, el actual cuaba, nombra a una especie de pino resinoso abundante en los montes dominicanos cuya madera supo aprove charse para fabricar teas con que alumbrarse, como nos relata Gonzalo Fernández de Oviedo:
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Bartolomé de las Casas es fuente abundante de descripciones sobre los frutos encontrados en las Antillas y de la Española nos cuenta que en ella había «algunas frutas silvestres por los montes y dellas muy buenas, ninguna empero doméstica, porque no curaban de tener huertas ni frutales los indios […], sino que cuando las topaban acaso, las comían».95 Muchos de los indigenismos antillanos adoptados por nuestra lengua para nombrarlas no pasaron al español general; han quedado circunscritos al español del Caribe insular o se restringen a una variedad dialectal concreta, cubana, puertorriqueña o dominicana. Las frutas y sus nombres recorren caminos paralelos. Las realidades que designan siguen siendo parte del entorno natural antillano y, en el caso de los árboles frutales y de sus frutos, parte de la vida diaria; sin ellos la alimentación caribeña no sería la misma.
Un mundo de frutas
Pedro Simón añade el dato de su consideración de fruta muy saludable, in cluso para los enfermos: «Es una fruta que la carne se come dellos, es como manjar blanco tiene muchas pepitas negras, es tan saludable, que a un muy enfermo se la dan porElregalo».indigenismo
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Había otra mucho buena y suave, muy sabrosa, puesto que no odorífera, tan grande como un membrillo, que no es otra cosa sino como una bolsa de natas o mantequillas, y así es blanco y más ralo o líquido que espeso, como manteca muy blanda, lo que della es comestible. Tiene dentro algunas pepitas negras y lucias, como si fueran de azabaja, tan grandes como piñones con sus cáscaras aunque muy más lindas. La cáscara o bolsa en que está lo comestible es como entre verde y parda, la cual llamaban los indios annona (la penúltima luenga).96
Una refrescante champola no puede elaborarse sin guanábana (t); esta voz antillana designa el árbol y su fruta, similar a la chirimoya, que Simón describe como «una fruta grande, y llena de puntas defuera, y dentro, una carne agria, que algunos dizen es algodón en vinagre». El español dominicano la mantiene con es tas acepciones y ha creado la locución verbal coloquial caer como una guanábana, que describe visualmente la acción de desplomarse por el cansancio o el susto o la de perder una posición destacada. De características similares es la fruta llamada anón o anona (ca), del árbol del mismo nombre, cuya denominación indígena, as pecto y sabor describe con lujo de detalles Bartolomé de las Casas, quien sin duda tuvo la oportunidad de saborearla:
guayaba (ara) designa una fruta que se consume fresca y en conserva. Bartolomé de las Casas registra, como en tantas ocasiones, el nombre prehispánico y su pronunciación original: «Había que llamaban guayabas, la pe núltima silaba luenga, i estas son mui odoriferas, sabrosas también».97 Simón nos habla de su aprovechamiento en Santo Domingo para la alimentación de los ani males y de cómo la proliferación de guayabos, término especializado para designar el árbol, causaba graves daños en la tierra:
Echa una fructa morada, prolongada, e tamaña como el trecho que hay, en un dedo, de coyuntura a coyuntura; pero no tan gruesa como el dedo, sitio poco más que un cañón de una pluma de un buitre. De dentro es blanca como leche e zumosa, […] más espesa que leche y pegajosa. […]. Fructa es sana e de buena digestión, y en estas plazas de Sancto Domingo se vende harta della en el tiempo que la hay.99
Describe además la utilidad de la madera del árbol que lo produce, del mis mo nombre: «La madera de este árbol es recia e buena para labrar, si la cortan en menguante e la dejan algunos meses curar, e que no se labre verde, segund dicen
Es una fruta colorada, por de dentro, y defuera del tamaño de mançanas, con unos granillos no pocos, ni blandos, suelen comer la los animales, y de los granillos, que echan en el estiércol, nacen luego guayabos, y suele desta manera echarse a perder la tierra, y hazerse tan espessos, que no se puede beneficiar el ganado, ni halla que comer, porque debaxo deste árbol mo se cría yerva como se ha visto todo en la isla de Santo Domingo.
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La voz jobo (ca), escrita hobo en los textos antiguos, reflejando una posible aspiración inicial en lengua caribe, designa el árbol y su fruto. Curiosamente tanto la definición que de él ofrece Simón como la que consultamos en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española98 hacen referencia a su parecido con las ciruelas: «Es una frutilla amarilla al modo de ciruelas. Suelese comer a necesidad, porque no es muy sabrosa, un dulce que tiene y es nociba a la cabeça. Llamase también asi el arbol, que es muy grande y común». Similar parecido se le busca al caimito (ara) por su color morado, aunque su tamaño lo acerca a la naran ja: «Caimitos. Es una fruta morada al modo de çiruelas chavacanas. Dase solo en tierras calientes en unos hermoíssimos árboles, es muy sabrosa aunque al comer se pega a los labios una leche, que tiene; ay otros blancos, y todos son gruessos, como medianas naranjas». Una nueva coincidencia entre Pedro Simón y el diccio nario académico, que define así el caimito: «[…] fruto redondo, del tamaño de una naranja, de pulpa azucarada, mucilaginosa y refrescante». Gonzalo Fernández de Oviedo describe su aspecto interno y externo y añade la nota costumbrista de su venta en las calles de Santo Domingo cuando es temporada:
carpinteros e los maestros de tal arte».100 Pero, sin duda, lo más particular del cai mito es el aspecto de sus hojas, que, según Gonzalo Fernández de Oviedo, lo hacen fácilmente reconocible, y que tienen una curiosa aplicación tradicional:
Caimito es un árbol el más conoscido en el mundo para quien una vez le hobiese visto; porque, sus hojas tiene cuasi redondas, e de la una parte están verdes e de la otra de una color que paresce que están secas o como chamuscadas; e así, aunque esté entre mucha espesura de árboles, se conosce y es muy diferenciado entre todos ellos. […] Una propriedad tienen las hojas deste árbol, muy singular, y es que aquella parte dellas que paresce seca (e no lo es), sino leonada, es algo vellosa, e a quien con aquella parte se acostumbrara a estregar los dientes, se los limpiará, e páralos muy blancos.101
A veces las frutas permanecen, pero su aprovechamiento cambia. Así suce de con el fruto llamado tuna (t), conocido también en español como higo de Indias o higo chumbo, de piel cubierta de espinas, cuya valoración, más allá del sabor, nos cuenta Simón: «Una frutilla colorada, no de mal sabor, aunque toda muy llena de perniciosas espinas. Suelen servir de alfileres a las indias, que no alcançan caudal para comprar los nuestros». También cubierto de espinas está el cactus llamado pitahaya (ant), o su variante pitajaya, y su fruto, cuyo color amarillo o rojo intenso parece explicar la locución dominicana como una pitahaya para referirse a una cara ruborizada.Elinterior de la fruta llamada guama (ant), en forma de vaina chata, contiene unas semillas ovales, cubiertas de una pulpa cuyo color y dulzura hacen que Pedro Simón la describa como «una carne blanquísima como algodón, y dulces, que algu nos le llaman algodón en azúcar». En el español dominicano el antillanismo guama tiene también una acepción para referirse coloquialmente al peso, la moneda co rriente dominicana. Guarda parecido con la guama el fruto del árbol llamado jina, o gina (ant). El término caguasa (ant) denomina tanto a la enredadera, una variedad
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Emilio Tejera registra en su diccionario Indigenismos que esta peculiaridad de las hojas del caimito ha dado lugar en Santo Domingo a la expresión tener dos caras, como la hoja del caimito, aplicada a una persona que no muestra coherencia en su comportamiento o en sus afirmaciones.102
Las referencias para el aspecto o el sabor de las frutas eran, inevitable mente, aquellos de las frutas conocidas para los españoles; así lo hemos visto para el caso de los jobos o los caimitos. Los hicacos (t) se comparan con manzanas pe queñas o con ciruelas claudias; así en Simón se describen como «una fruta como mançanas pequeñas, de buen parecer, y algo sabrosas, pero muy floxas y casi hue cas de manera que casi no son otra cosa que huesso y cáscara. Dase en árboles ba xos, y con abundancia solo en tierras calientes orillas del mar»; o en el Diccionario de la lengua española como: «fruto en drupa del tamaño, forma y color de la ciruela claudia». La tradición culinaria dominicana recuerda un sabroso dulce elaborado con los hicacos, verdes, rosados o negros.103
de pasionaria, como a su fruto, al que se le atribuyen propiedades medicinales. El caimoní (ant) es apreciado por el dulzor de sus pequeñas frutillas agrupadas en forma de racimo y que adquieren un hermoso color rojo cuando maduran.
El fruto del árbol llamado mamey (t) fue, sin duda el preferido por el padre Las Casas: «La mejor de las cuales, y quizá de gran parte del mundo, eran los que llamaban mameyes».104 De nuevo Simón echa mano de sus referencias españolas para describirlo y lo compara con el melocotón y el durazno: «Es una fruta de tierra caliente, grande redonda, el cuerpo áspero y pardo, la carne colorada y buena. Sabe algo a la del melocotón, cómese en vino, por ser fría. Tiene un gruesso guesso, y algunas vezes dos, y más, agujereados, como los de durazno. Son los árboles muy bellos». El color anaranjado de la pulpa de este sabroso fruto es el responsable de que el término mamey se use en el español dominicano como adjetivo para referir se a este color. La lengua popular lo refiere también coloquialmente a una persona de trato afable o a una cosa fácil de hacer. El sustantivo mamey forma parte además de la locución verbal acabarse el mamey, utilizada para expresar de forma coloquial que una situación llegó a su fin.
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Suertes dispares
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Entre los indigenismos antillanos que no tuvieron éxito en el español do minicano se encuentra papaya (ca), que, curiosamente, ha sido desplazado por el término patrimonial lechosa, derivado de leche, en referencia a la sustancia lechosa que desprende el tallo de la planta cuando se corta. Simón registra el indigenismo con su habitual capacidad de observación de las nuevas realidades americanas:
Es una fruta tamaña, como un melón y con sus tajadas señaladas, que se da en unos árboles desaliñados, y de no agradable vista, aunque la fruta lo enmienda, que es muy sabrosa, y sana. Tiene las pepitas como granos de pimienta, aunque un poquito mayores, y más arrugados, que sabe mucho a mastuerzo. Es fruta de tierra caliente, aunque en tierra fría se dan otras de diferente especie, pa recidas en algo, de suavíssimo olor, pequeñas, y también se comen todas. Son buenas para hazer conserva.
Las denominaciones indígenas antillanas no siempre se impusieron. Su difusión acompañó en algunos casos a la de los frutos que nombran; en otros per dió terreno frente a otras palabras que designaban las mismas realidades, otros indigenismos o nuevos derivados patrimoniales; suertes dispares que hicieron que algunas se generalizaran en español y otras se limitaran a la variedad de su tierra de origen.Elsustantivo
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En el español hablado en la República Dominicana maní pervive como el único término para referirse a la planta y al fruto. Su derivado manisero, con la variante manicero, se usa para designar a la persona que se dedica a su venta am bulante. Prueba de su vitalidad es la locución coloquial ser un maní, para referirse a algo que es fácil de realizar o conseguir; o la fórmula a mí maní, usada para ex presar que no se le da importancia a algo.
maní (t) compite en su difusión americana y española con ca cahuete, de origen náhuatl. Pedro Simón, como acostumbra, nos lo describe y deta lla sus usos culinarios y sus efectos: «Son unos granillos, que se crían debajo de la tierra en las rayzes de unas matas pequeñas, críase en unas vaynillas poco mayores que las de los garbanços, y sacados todos son casi como la medula de la avellama, hazen dél tostado turrón, y suple la falta que ay por acá de almendras y piñones. Si comen mucho, embriaga».
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Esta realidad natural provocó que la lengua española necesitara de un rico caudal de voces que la nombrara. Las lenguas antillanas prehispánicas tenían estas palabras y muchas de ellas fueron adoptadas por el español y siguen nombrando las especies propias de los ecosistemas caribeños. La riqueza del léxico campesino, tan fecundo en palabras tradicionales que nos hablan de flora y de fauna, de la tie rra, al fin, está en las «palabras de noble solera», como escribió el insigne filólogo Rafael Lapesa. Los indigenismos son, sin duda, palabras de noble solera cuyo uso y vigencia puede verse mermado por el paulatino abandono del medio rural y el alejamiento del campo y de su conocimiento.
La naturaleza antillana fue motivo de admiración y extrañamiento para los ojos europeos que la contemplaban por primera vez. Así nos cuenta el Diario del primer viaje de Cristóbal Colón: «Y vide muchos árboles muy diformes de los nuestros, d’ ellos muchos que tenían los ramos de muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro de otra; y tan disforme, que es la mayor maravilla del mundo cuánta es la diversidad de la una manera a la otra».105
Árboles muy diferentes
Lo blando del cohollo es muy blanco, y largo, que parece puerro. Suele remediar la hambre de los soldados en las jornadas, aunque no son muy sabrosas, antes desabridos. Con estas grandes ojas hazen toldos y cubiertas a las canoas para cubrir, y reparar las mercadurías que vienen en ellas del agua, y de las demás inclemenciasdelcielo.
La madera de la enorme ceiba (t) era aprovechada para la fabricación de canoas de una pieza, aunque Simón aclara que las hechas de este material no eran las mejores. Antonio Sánchez Valverde, en su obra Idea del valor de la isla Española, habla de la «sutilísima pelusa o lana» que contiene la mazorca o espiga de la ceiba con la que se hacen «suavísimos colchones y almohadas».107
La denominación indígena de la caoba (ca) se adopta tempranamente, como le sucedió a la mayoría de las voces indígenas que se referían a árboles y arbustos de relevancia para el aprovechamiento humano. Su valor maderero destaca en los escritos coloniales: «Caobán es un árbol de los mayores e mejores e de mejor ma dera e color que hay entre todos los de esta Isla Española».106
Se mantiene en el léxico dominicano referido a la flora el indigenismo bijao (t), que todavía denomina hoy una planta de hojas anchas, parecidas a las del pláta no común, descrita ya por Simón, quien nos aporta el dato de que su cogollo servía como alimento y sus hojas se utilizaban para fabricar cubiertas para las canoas:
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De ser comúnmente grandísimos y grosísimos y admirables ninguno debe dudar ni tener por exceso que aquél fuese tan grande, porque en esta isla en la ribera de Hayna, ocho o diez leguas de Sancto Domingo yendo hacia la Vega, hobo uno que llamaban el árbol gordo, y cerca dél se asentó una villa de españoles que la nombraron así, que si no me he olvidado, cabían dentro de sus concavidades pienso que trece hombres y estaban cubiertos, cuando llovía, del agua, y a mí en él acaeció lo mismo, y creo que no lo podían abrazar diez hombres, si, como digo, no me he olvidado.109
En las crónicas de Indias se relata la historia de una ceiba singular por su tamaño que llegó a dar nombre a una población cercana a Santo Domingo llamada Árbol Gordo. Conservamos dos testimonios casi novelescos. Bartolomé de las Casas describe el tamaño de las ceibas: «Hay en esta isla […] unos árboles que los indios desta isla llamaban ceybas (la y letra luenga), que son comúnmente tan grandes y de tanta copa de rama y hoja y espesura que harán sombra y estarán debajo del quinientos de caballo, y algunos cubrirán muchos más».108 Consciente de que será difícil para sus lectores creer en sus palabras, Las Casas insiste:
En esta isla Española hobo una ceiba, ocho leguas desta cibdad (donde ha quedado el nombre de Arbol gordo), del cual yo oí hablar muchas veces al Almirante don Diego Colom, e le oí decir que él con otros catorce hombres tomados de las manos, aún no acababan de abrazar aquella ceiba que llamaban árbol gordo. Este árbol peresció e se pudrió, e muchos viven hoy que le vieron e dicen lo mismo de su grandeza.110
Gonzalo Fernández de Oviedo relata la historia de la misma ceiba, que había oido contar de boca de Diego Colón:
En el paraje Monte Adentro, entre los municipios de Licey y Tamboril, en la provincia de Santiago de los Caballeros sigue en pie una centenaria ceiba que es considerada el árbol de mayor tamaño de los que existen en territorio dominicano. Su longevidad y sus dimensiones le han merecido la consideración de monumento natural.
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La madera del yaití (ca) y de las distintas variedades del abey (ant) es aprecia da por su dureza y suele emplearse en carpintería o para la fabricación de horcones y postes de cercas; también se destaca la utilización en ebanistería de la madera del jobobán (ant). De la rojiza madera del ácano (ara), o ácana, y de la cabima, o cabir ma, se aprecia su resistencia; de la macagua (ca), el aprovechamiento de sus frutos para la alimentación de los animales domésticos y el valor artesanal de su madera. Gonzalo Fernández de Oviedo la describe así: «Macagua es un gentil e grande ár bol. Su fructa es como aceitunas pequeñas; el sabor es como de cerezas. La madera deste árbol es muy buena para labrar. Tiene la hoja muy verde e fresca».111
Bartolomé de las Casas nos habla del aprovechamiento ancestral del copey o cupey (t): Hay un árbol en estas tierras que se llama, en lengua de indios desta Es pañola, cupey […] su raíz es sin algun ñudo muy lisa y derecha […] de la cual se han hecho muy buenas lanzas».114 En otro punto de su obra se refiere a la utilización de las hojas del copey como superficie para escribir en sustitución del papel cuando este escaseaba:
Es mui verde i escura i hermosa, gruesa como un real i tiesa, no floja, i por esto con un alfiler, i mejor con un palillo agudo, escribe el hombre todo lo que quiere, i luego señálase la letra amarilla, de un sudir o zumo cuasi como el de la zabila i desde a poco tórnase la letra blanca; deste papel, i péndolas, por falta del de Castilla, los tiempos primeros en esta isla usábamos.115
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La ausuba, también conocida como caya, tiene una madera valorada por su dureza para la construcción y en la crónica de Francisco López de Gómara se aprecia el uso de su fruto para hacer una suerte de licor: «No conocían el licor de las uvas, aunque avía vides; y assí, hazían vino del maíz, de frutas y de otras yervas muy buenas, que acá no las ay, como son caymitos, iaiaguas, higueros, auzubas, guanábanos, guaiabos, iarumas y guaçumas».112 Augusto Malaret le atribuye origen indígena antillano a la voz capá,113 que designa varias especies de árboles corpu lentos de buena madera para la carpintería. Las yayas (t), árboles de tronco recto y resistente, comparten su denominación indígena en las Antillas.
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Una vez, un indio de aquéllos (y allí lo refiere Pedro Mártir) tomó cierto árbol muy grueso, que se llamaba en lengua desta isla
Pedro Mártir de Anglería propone una hipótesis arriesgada respecto a la hoja del copey: «Debemos juzgar que este árbol es aquel en cuyas hojas los caldeos, primeros inventores de las letras, significaban sus pensamientos a los ausentes antes de que se inventara el uso del papel».116
La ataibaba (ant), un arbusto ornamental apreciado por el color y olor de sus flores, se conoce también en el español dominicano como alelí, voz de origen árabe. El manibarí (ant) es parecido a la verdolaga española y en el español dominicano es palabra aguda, aunque Bartolomé de las Casas no la recuerda así: «[…] verdolagas, y estas me acuerdo que llamaban los indios maníbari, la penúltima breve».117 Del maricao (ant), también conocido como maricao cimarrón, se aprovecha la madera para tablazones y leña. Las mayas (ant), gracias a las espinas de sus hojas, son muy valoradas como setos vivos, llamados mayales.
La madera de la baitoa (ant) se trabaja con facilidad a pesar de su dureza. Augusto Malaret incluye un curioso dato etnográfico en su Lexicón de fauna y flora: «Es creencia de los campesinos del Cibao que si una vaca se pierde en el monte, y se derriba una baitoa, la vaca acude al olor que despide el árbol derribado».118 Al yagrumo (ant) ya se refiere Bartolomé de las Casas cuando describe como la fabri cación de balsas con su tronco:
Española yauruma (la penúltima sílaba luenga), el cual es muy liviano y todo güeco, y sobre él debía de armar con otros palos alguna balsa, muy bien atados con bexucos, que son ciertas raíces muy recias, como si fuesen cordeles.119
Del guaymate (ant), al que se conoce también como ojo de buey y ojo de bu rro, se utilizan como cuentas sus semillas de color negro, duras y lustrosas. La guajaca (ant), planta epífita que crece sobre los árboles, se usa como estropajo o para arreglos florales. La madera de la cigua (ant) se apreciaba por su ligereza y flexibilidad, pero además porque con su carbón podía fabricarse pólvora, como nos relata Gonzalo Fernández de Oviedo:
Similar variación se registra en hibuera, hibuero, higüera, higüero, güira, güi ro (ara), variantes gráficas del mismo origen antillano para denominar al árbol que produce un fruto en forma de calabaza ovalada, de corteza dura, con el que, una vez vaciado y secado, pueden fabricarse cuencos o vasijas que adoptan el mismo nombre.
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La adaptación del indigenismo original y su pervivencia en la lengua espa ñola a lo largo de siglos provoca con frecuencia numerosas variantes ortográficas para una misma palabra. Así sucede con guázuma, guásuma, guásima y guásimo (t), todas para referirse a un árbol alto de copa frondosa con racimos de flores amari llas y fragantes; o con guara o guárana (ant), nombres de un árbol de tronco liso y gris y fruto en forma de baya. El árbol denominado baría (ant), que suele llamarse también con la variante maría, probablemente por etimología popular, se utiliza por su madera para la construcción y por su fruto para alimento de los cerdos.
Y entre los otros provechos a que sirve y eis muy apropriado material, es para la cosa más perjudicial de todas cuantas el ingenio de los hombres ha hallado e inventado, para abreviar la vida e ruinar los edeficios e muros e casas fuertes, mediante la pólvora. En la cual yo he fecho experimentar, en esta cibdad de Sancto Domingo de la isla Española, a los artilleros que Su Majestad tiene en esta fortaleza, el carbón desta cigua; y el carbón de este árbol es excelente y se hace muy singular pólvora con él, y le loan por el mejor que se pueda hallar o haber para esto que he dicho.120
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A veces la denominación de origen indígena se mantiene aunque la especie a la que se aplica actualmente parece diferir de aquella que describen los cronistas de Indias. Ese puede ser el cáso del córbano, descrito por Gonzalo Fernández de Oviedo como «poderoso árbol e de fortísima madera»121 y del cual Rafael Moscoso afirma en Indigenismos que el que se conoce en la región dominicana del Cibao es de madera blanca y blanda.122
La misma utilidad tiene el fruto del totumo (ant), llamado totuma. En el es pañol dominicano se utiliza figuradamente el sustantivo totuma para referirse a un bulto en el cuerpo o a una protuberancia en cualquier superficie.
Algunas especies más humildes, como el quibey (ca), planta herbácea vene nosa que llama la atención por sus flores blancas; el curamagüey (ant), enredadera venenosa para el ganado; o el jaquimey (ant), un bejuco estupefaciente, no tienen aprovechamiento comercial. Otras como el anamú (ant) son usadas en medicina tradicional para dar friegas. El intenso olor a ajo de sus flores y hojas impregna la carne y la leche de las reses que con ella se alimentan.124
El amacey (ant) produce una resina del mismo nombre a la que la tradición popular atribuye el valor de curar la diarrea. La semilla del guatapaná (ant) se em plea para aliviar males de garganta. Al guayacán (t), aprovechado por la dureza y belleza de su madera, se le atribuyen propiedades medicinales, por lo que se ha ga nado el nombre de palo santo; en época colonial fue muy valorado medicinalmente para combatir la sífilis, como pondera Bartolomé de las Casas:
Aplicaciones medicinales
Tiene aquesta isla Española cuarenta o cincuento ingenios de azúcar y dispusición para hacer docientos, que valen más y son más provechosos al linaje humano que cuanta plata y oro y perlas en Inglaterra hay. Item, los árboles y yerbas medicinales, señaladamente el palo de guayacán, que no solo para el mal francés o de las bubas, pero para toda enfermedad que proceda de frío y humidad.123
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Guao es un árbol que es más que planta […]. Es un fuego e potentísimo cáustico, en tanta manera, que cierta leche blanquísima que sale cortando o despezonando las hojas, o cortando sus cogollos, o el zumo de las ramas o hojas, e aun el rocío que sobre tal árbol está, caído en la cara o en cualquier parte de la persona, lo abrasa, cualquiera cosa destas, e lo quema e alza ampollas e lo hincha, que es cosa para admirar.125
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Y diré lo que vi a un compañero, destos chapetones o nueva mente venidos, que no conosciendo este árbol, estando que estábamos en el campo, él se apartó a hacer lo que no pudo excusar para hacer cámara, e como se quiso limpiar, deparóle su suerte ciertas ramas, allí a par deste guao, e tomó algunas hojas e con ellas lim pióse, de tal manera, y quedó tal, que en toda esa noche no pudo dormir ni aun a otros dejó reposar, ni en el día siguiente dejó de pa descer tanto ardor en aquella parte, que no se podía valer.126
El guao (ant), que Bartolomé de las Casas sitúa en la costa de Higüey y en la isla Saona, tiene una savia cáustica y tóxica, cuyos efectos están descritos detalla damente por Gonzalo Fernández de Oviedo:
A modo de ejemplo el cronista relata una anécdota protagonizada por un recién llegado a Indias que, poco avezado en el conocimiento de la naturaleza an tillana, sufrió dolorosas consecuencias:
También nos habla de las aplicaciones medicinales de la leche cáustica del guao, que, utilizada como sublimado corrosivo, servía para limpiar llagas: «es tal, que en lugar de solimán, sirve para comer la carne podrida de las llagas». 127 Por la descripción de Gonzalo Fernández de Oviedo sabemos que las indias utilizaban también la raíz para blanquear la piel; aprovecha además el cronista para arreme ter contra la costumbre de usar afeites, tanto en indias como en cristianas:
Y es que las indias desta isla, nuestra Española, algunas dellas que se atreven a padescer por parescer mejor, como han envidia de ver a las mujeres de España blancas, toman las raíces del guao e ásanlas muy bien; e después que están muy asadas e blandas, tráenlas entre las palmas buen rato, frotándolas, e en medio la raíz
e hácenla tornar como pasta de enguente; e con aquello úntanse la cara e pescuezo, e todo lo que quieren que les quede blanco, e sobre aquello ponen otras unciones de hierbas e zumos confortativos para que el guao no las ase vivas o lo puedan comportar; e a cabo de nueve días, quítanse aquello todo e lávanse, e quedan tan blancas que no las conoscerán, segund están mudadas e blancas, como si nascieran en Castilla. Pero ni de las indias que esto hacen, ni de las cristianas españolas que gastan solimán e albayalde en en afeitarse, pocas aciertan a ser monjas ni aun a hacer cosa que honesta sea; y esto baste cuanto al guao.128
Del ocuje (ant) se valora la resistencia de su madera y las propiedades me dicinales de su resina.
En otros casos existen varias hipótesis que explican el origen de una pala bra por lo que es necesario seguir investigando para concluir si estamos ante un término prehispánico o no; tal sucede con la voz guanibrey, que en español domi nicano designa un bejuco tóxico que se utiliza para pescar echando en el agua sus hojas machacadas para atontar a los peces. Rafael Moscoso apunta en Indigenismos a un origen haitiano del término: «Es corrupción de bois enivré (palo embriagador o emborrachador) con que se conoce en Haití a varias especies […]».129 La historia del léxico dominicano está pendiente de estudio y documentación; bien los merece la variedad de la lengua española que primero se habló en América.
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Palmas
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El indigenismo yagua (ca) se refiere a cierto tipo de palma, pero también al tejido fibroso que rodea la parte superior del tronco de la palma real. Su aprove chamiento es antiguo. Bartolomé de las Casas, que las llama «camisas de palma», nos da una idea de su valor: «En ella le tenían aparejado un estrado de camisas de palma: […] son mui limpias y frescas, i que con una se cubre un hombre i defien de del agua como si se cubrieses con un gran cuero becerro o de vaca; son para muchas cosas provechosas […] i llámanlas yaguas».130 La voz ha desarrollado los derivados yaguazo, para referirse a un golpe duro, y yaguacil, que denomina a la cubierta del racimo de la palma real, que puede usarse como recipiente. Además forma parte de numerosas locuciones en el español dominicano; cargar con yagua donde hay palmar es una locución verbal para expresar que se lleva algo a un sitio donde abunda; si dos personas se parecen en su aspecto o en su comportamiento son yaguas del mismo paquete.
La abundancia y la variedad de palmas propia de la naturaleza antillana es la responsable de la adopción de numerosos indigenismos que perviven localmente para designar las especies autóctonas. El aprovechamiento ancestral de sus hojas y fibras para la fabricación de enseres domésticos o como cubiertas de techumbres ha favorecido la conservación y la vigencia de las palabras que las nombran.
El indigenismo yarey (ant) designa tanto a la palma como a la fibra que de ella se aprovecha para la fabricación de sombreros. En el español dominicano se le llama figuradamente yarey al cabello ensortijado.
Para la descripción del fruto de las manaclas (ant), variedad de palma an tillana, Gonzalo Fernández de Oviedo acude a la comparación con el tamaño del jobo; por si sus lectores desconocían esta fruta americana, echa mano además de la referencia española:
Guano (t) y miraguano (t) son los nombres de ciertas palmas y de sus hojas; entre sus utilidades está la cubierta de techos o la fabricación de escobas, som breros o árganas, la denominación dominicana de las alforjas. Las voces jaba (ca) y macuto (ant) designan en el español dominicano una especie de cesta tejida con las hojas del guano o de la cana. Bartolomé de las Casas menciona la jaba, con la variante gráfica haba, en su Historia de las Indias: «Tenía luego allí encubierta una cestilla hecha de palma que en su lengua llamaban haba llena –o parte della— con oro».131
Entre las otras palmas, hay un género dellas que los indios llaman manaca, la cual palma es tan gorda como una pipa, e más e menos; su hoja es como la palma de los dátiles, e en altura es mucha. Echa un racimo de fructa, tan grande como un muchacho de tres o cuatro años, e los granos deste racimo, es cada uno como un hobo pequeño; y porque me entiendan mejor (donde no hay hobos), digo que es tamaño como una aceituna de las gordas de Sevilla, o más.132
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Atribuyen origen indígena antillano al nombre cacheo (ant), denominación de una palma de palmito muy valorado por su dulzor y con cuyo jugo fermentado se elabora una bebida conocida como cacheo o guarapo de cacheo. En el español dominicano se usa la expresión coloquial tener de cacheo a alguien para indicar que se le causan frecuentes molestias y perjuicios.
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Los animales también tienen su protagonismo en los préstamos antillanos. Entre los mamíferos roedores antillanos están la hutía (ara) y el curí (ca), también conocido como conejillo de Indias, que ha derivado en el español dominicano en la palabra curía para referirse despectivamente a la mujer muy fecunda. Gonzalo Fernández de Oviedo nos cuenta cómo «en esta isla ningún animal de quatro pies avía sino dos maneras de animales muy pequeñicos que se llaman hutía e corí, quue son quasi a manera de conejos».133
Roedores y reptiles
El español adoptó el término caribe sabana para referirse a las amplias lla nuras poco arboladas; se sirvió del tainismo manigua para designar el terreno po blado de espesos arbustos tropicales; necesitó del arahuaco cayo para nombrar las islas arenosas del mar de las Antillas. Y con los nombres de los entornos naturales llegaron los nombres de sus pobladores naturales.
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Es tan excelente cosa de comer, según todos los españoles dicen, y tan estimada -mayormente toda la cola, que es muy blanca cuando está desollada- que la tienen por más preciosa que pechugas de gallina ni otro manjar alguno. De los indios no hay duda sino que la estiman sobre todos los manjares. Con todas sus bondades, aunque soy de los más viejos destas tierras y en los tiempos pasados me vi con otros en grandes necesidades de hambre, peno nunca jamás pudieron conmigo para que della gustase. Llámanla los indios de esta isla Española iguana.135
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Entre los reptiles ninguno tan impresionante como la iguana (ara). Su as pecto y su tamaño llamaron la atención de los españoles, a pesar de que su com portamiento no mostraba fiereza. Bartolomé de las Casas las describe tomando como referencia los animales que conoce:
El aprovechamiento de su carne y de sus huevos era tradicional en el mun do indígena, y así lo adoptaron los españoles, como nos hace ver Pedro Simón: «No son de ningún daño vivas. Y muertas, quanto son espantables, son de sabrosas, guisadas de mil maneras». Aunque alguno, como Bartolomé de las Casas, se resitió al nuevo manjar incluso en momentos de necesidad:
Esta costumbre ancestral mantiene aún en peligro de extinción a las igua nas endémicas de las islas del Caribe. Algo similar le sucede a la hicotea (t), o ji cotea, cuya carne se aprovecha desde época prehispánica. Bartolomé de las Casas nos las describe en relación con aquellas que él conoce de Castilla: «Hay en ellos también hycoteas que son galápagos de los arroyos de Castilla, puesto que estas hycoteas son muy más limpias y más sanas que aquellos -según creo-, porque no son tan limosas ni tan amigas de lodo».136
Esta sierpe, verdaderamente es sierpe y cosa espantable; cuasi de manera de cocodrilo o como un lagarto, salvo que tiene hacia la boca y narices más ahusada que lagarto. Tiene un cerco, desde las narices hasta lo último de la cola, de espinas grandes, que la hace más terrible; es toda pintada como lagarto, aunque más verdes escuras las pinturas. No hace mal a nadie y es muy tímida y cobarde.134
Pedro Simón nos aporta un curioso dato cultural: «Es lo mismo que tortuga, con alguna diferencia, animal de agua, y tierras, cuya carne no está prohibida en viernes, por estar dada más por pescado que por carne».
En el español dominicano se solía usar el término hicotea, o su variante grá fica jicotea, para referirse a la presidencia de la República. A esta acepción jocosa se refiere, como nos reseña Emilio Rodríguez Demorizi, el refrán popular criollo «la jicotea no es del que la ve sino del que la coge. Porque lo habitual no era merecerla ni recibirla, sino cogerla, pescarla a la brava sin parar mientes en la camada».137
Entre los reptiles antillanos mantiene su denominación prehispánica el majá (ant), una serpiente gruesa, no venenosa, de la que se aprovechaba la piel.
El hábitat natural del cocodrilo, el reptil de mayor tamaño entre los que habitan en la República Dominicana, se encuentra en las aguas salobres del lago Enriquillo, en la Reserva de la Biosfera de Jaragua, Bahoruco y Enriquillo. La vida y el recorrido de las palabras nos sorprende a veces. La denominación prehispánica de estos reptiles era la voz taína caimán; sin embargo, este término prehispánico ha pasado en español a denominar a una especie diferente de reptil; para la es pecie dominicana se utiliza la patrimonial cocodrilo, del latín medieval, y este del griego. Pedro Simón ya compara a los caimanes con los cocodrilos del Nilo: «Son unos valentíssimos, y ferozes lagartos de agua, y tierra, que son lo mismo, que los cocodrillos del río Nilo de Egypto […]».
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En los cielos de la Española
Gonzalo Fernández de Oviedo enumera detalladamente en su Historia ge neral y natural de las Indias las aves de la Española, siempre guardando como punto de referencia, a veces muy lejano, el nombre y el aspecto de las que él había cono cido en la Península Ibérica:
Hai en la isla de Haití o Española muchas palomas torcazas, e de las zoritas por consiguiente (pero menores las unas e las otras que las de España, cada una en su especie); tórtolas muy buenas […]; golondrinas mayores que las de España, pero no tienen rubio el cuello ni las cabezas, […] ni crían tan domésticamente en las casas acá; e debe ser porque ha poco tiempo que acá se han fundado casas de piedra. Con todo, ya comienzan a criar en la iglesia mayor desta cibdad y en el monesterio de los frailes de Sancto Domingo, desta cibdad.138
Entre las denominaciones de aves que menciona solo se conserva la pre hispánica guaraguao (ca) para el ave rapaz diurna antillana: «E otros que llaman acá guaraguaos, que son como milanos y de aquel oficio de hurtar e tomar pollos donde los pueden haber, e por falta dellos, se ceban en lagartijas […]. Estos no los hay en España […]».139
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El totí (ca), con su plumaje de un negro intenso y su pico encorvado, sigue mantienendo su denominación indígena; así mismo el colibrí (ca), al que en el es pañol dominicano se le conoce también con la denominación patrimonial zumba dor o zumbadorcito, por el efecto que producen sus alas al agitarse y mantenerlo suspendido en pleno vuelo para libar el néctar de las flores.
Se atribuye origen prehispánico al término cigua que, además de designar al árbol antillano, se utiliza de forma genérica para cierto tipo de ave de pequeño tamaño de la que se conocen variedades como la cigua palmera, la cigua mamonera o la cigua canaria. En el español dominicano existe además la locución no ser cigua de este año para referirse coloquialmente a una persona que no se considera joven.
El término caribe guaraguao designa además en el español dominicano un árbol corpulento con flores de un blanco verdoso y fruto en forma de nuez que ya Juan López de Velasco menciona en su Geografía y descripción universal de las Indias cuando se refiere a los árboles de las islas del Caribe: «Son por la mayor parte mui pobladas de árboles i montañas de muchos de palo santo, bálsamos, maga, robles, cedros, laureles, guaragaos, capas, cahobos, copeis, açubas, mangles […]».140
Augusto Malaret, el gran lexicógrafo puertorriqueño, atribuye origen in dígena antillano a la voz yaguasa, o a su variante yaguaza, que designa a un pato silvestre caribeño cuya población se encuentra amenazada en la República Domi nicana.141 Juan López de Velasco las menciona en su descripción de la naturaleza de las islas del Caribe: «Hay comunmente muchas aves, papagayos, palomas torcaces, patos de agua […], yaguaças y otras aves de agua».142
Tienen origen prehispánico los términos loro (ca) y guacamayo (t), genera lizados en español para designar a ciertas especies de papagayos. La primera ha generado una acepción metafórica para referirse a una persona fea que viste de forma estridente o a una persona que habla en demasía. El sonido que emiten y los vistosos colores de sus plumas parecen ser los responsables de estas metáforas populares. En el español de la República Dominicana y de Puerto Rico se denomina también a la cotorra con la voz antillana higuaca (ant).
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Las aguas del mar Caribe guardan extraordinarios tesoros. Bartolomé de las Casas atribuye origen indígena al término tiburón y describe así a los de las Antillas:
El patrimonio léxico de nuestra lengua conserva las voces manatí (ca o ara) y carey (t); su vigencia depende de que sepamos proteger la vida de estas especies en peligro de extinción. Al manatí lo pone en riesgo el aprovechamiento de su car ne, del que ya nos habla Pedro Simón 1627: «Es un pece de agua, y tierra, porque sale a ella a pacer. Es redondo al modo de una pipa. Tiene el hozico como de buey. Péscanlos por la mucha manteca que sacan, que sirve de muchas cosas, y la carne sacan, y secan, y no es mala comida».
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Hay en la mar y entran también en los ríos unos peces de hechura de cazones o al menos todo el cuerpo, la cabeza bota y la boca en el derecho de la barriga con muchos dientes, que los indios llamaron tiburones, bestia bravísima y carnicera de hombres. El mayor terná de luengo diez o doce palmos; de gordo, por lo más, poco menos que un hombre. Tronzan una pierna de hombre y aun de un caballo dentro del agua. Son muy golosos, con que cualquiera cebo que pongan de carne o pescado en un anzuelo de cadena, luego caen y se toman; historias hay de lo que tragan; cualquiera cosa que se eche de los navíos a la mar y aunque sea estiércol lo engullen sin dejar nada.143
Tesoros de aguas saladas y dulces
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El carey y la caguama (ca), una tortuga marina caribeña de mayor tamaño, están protegidos para evitar el consumo de sus huevos y el aprovechamiento de la materia córnea que cubre sus escamas. Este material precioso, que se denomina también con el término caribe carey, ha sido muy apreciado por su belleza en jo yería o taracea. Hernando de Vallejo relata en 1623 los regalos que la reina hace al príncipe de Inglaterra a su llegada a Madrid: «El Principe se boluio a su quarto, al qual baxo luego el Mayordomo mayor de la Reyna, con un gran presente que su Magestad le embio en unos baules de carei, con guarniciones de oro».144
También de agua dulce y comestibles son las biajacas, denominación actual de lo que en las crónicas es el término indígena diahacas: «Hay asimismo los que llamaban los indios diahacas (la media luenga); estas son como mojarras de Cas tilla, difieren algo de mojarras en tener las escamas preticitas y las mojarras son todas muy blancas; estos pescados son también sabrosos y muy sanos».147
La camiguama (ant) nada formando grandes bancos que disimulan su pe queñísimo tamaño, que no impide que sea muy apreciada por su sabor, como el macabí (ant), de piel espinosa, y el carite (ant), pez comestible con un hocico largo y dentado, del que Antonio Sánchez Valverde dice que es «un pez regalado que crece hasta la estatura de un hombre».148 Parece tener también origen prehispánico la voz guabina, para referirse a un pescado de río comestible:
En las aguas dulces de los ríos antillanos viven infinidad de peces. Barto lomé de las Casas nos los describe así: «Estos ríos y arroyos en muchas partes y diversas partes de la tierra que ocupan, hacen muchas veguetas y hoyas gracio sísimas y delitables, que no parecen sino pintadas en un paño de Flandes. Todos estos ríos y todos los de esta isla están de pescados plenísimos».145 Entre ellos se destacan, por su aprovechamiento, los que son comestibles. Los dajaos (t) lo son, aunque Bartolomé de las Casas los describa como de «poca sustancia»: «Otros que se llaman dahos (la media luenga) son pequeños como pequeños albures, menos que un jeme, y tienen los huevos tan grandes y mayores que los de los sábalos y esto es lo principal que tienen de comida, porque lo otro todo tiene poca sustancia».146
Hay otros que llaman guabinas (la media sílaba breve), las cuales tienen cuasi el parecer de truchas en la escama, especialmente cuanto a las pinturas, puesto que son las pinturas o manchitas negrecitas, y el pescado dellas muy blanco; es sanísimo y delicadísimo pescado, que se puede y suele dar a los enfermos como si fuesen pollos.
Los cangrejos, ya sean estos de mar o de río, reciben el nombre genérico de jaiba, de posible origen arahuaco; su carne fue siempre apreciada para el consu mo humano: «Y los yndios, donde quiera que andoviesen, se manternían, avn que no tuviesen labranças; que comen muchas rrayzes con que se sustentan, e donde quiera ay rrios e arroyos, donde tomasen pescado e xaybas, con que se pudiesen sustentar a su manera».149 Bartolomé de las Casas los describe con lujo de detalles gastronómicos:
Hay en los arroyos también unos cangrejos que sus cuevas tienen dentro del agua, que los indios llamaban xaybas. Estos cangrejos o xaybas tienen dentro, en el vaso o caparacho, ciertos huevos y cierto caldo que parece cosa guisada con azafrán y especias y así tiene el color y el olor y el sabor de especias, mayormente cuando están llenas, que es con la luna nueva, porque entonces están sazonadas; hanse de comer asadas, porque cocidas irse hía […] el caldo y no serían tan buenas.
La palabra jaiba, de uso general en el español dominicano con la acepción referida al cangrejo, ha desarrollado también en esta variedad dialectal dos acep ciones figuradas, propias del registro coloquial, para referirse a una persona lista y astuta o a una persona tramposa y marrullera; ambas acepciones están en el origen de la creación del sustantivo derivado jaibería para designar la astucia o la marrullería.150 Origen caribe se le atribuye a la palabra maquey, usada en el español dominicano para referirse al cangrejo ermitaño.
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Otros pobladores
Así que destas luciérnagas acá hay muchas […]. Mas hay una especial, que se llama cocuyo, que es cosa mucho de notar. Este es un animal muy noto en esta isla Española y en todas las otras cercanas a ella; el cual es de especie de escarabajo. […] Tiene los ojos resplandecientes como candelas, en tal manera, que por donde pasa volando, torna el aire vecino tan claro, como lo suele hacer la lumbre. […]. En tal guisa, que encerrado en una cámara escura, resplandece tanto, que se vee muy bien leer y escrebir una carta; e si juntan cua tro o cinco destos cocuyos e los atan o ensartan, sirven tanto como una bastante lenterna en el campo, o por los montes, e do quiera, siendo noche bien escura. Acostumbran tener presos e retenidos estos cocuyos para el servicio de las casas e cenar de noche a su resplandor, sin haber nescesidad de otra lumbre. E así lo hacían también en el tiempo pasado algunos cristianos, por no gastar sus dineros en aceite para los candiles, que era en aquella sazón muy caro, o porque no lo había. Y cuando veían que por enflaquecerse el cocuyo, o por la congoja de su prisión, se amortiguaba o iba desfalleciendo aquella virtud resplandeciente, soltábanlos e tomaban otros para otros días siguien-tes.151
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Los atardeceres de las noches caribeñas se iluminan con la suave luz azu lada de los cocuyos (ca). Desde antiguo su aspecto y su aprovechamiento llamaron la atención de los cronistas, que nos han regalado bellas descripciones tanto del cocuyo, o cucuyo, como de las costumbres indígenas en torno a él, costumbres que fueron pronto adoptadas por los españoles:
El que levanta el más humilde bohío o la edificación urbana más sofisticada sigue teniendo muy presente al comején (ara ant), insecto que hoy como antaño destruye la madera. Así nos lo describe Gonzalo Fernández de Oviedo:
Entre las hormigas destacan las bibijaguas o jibijaguas y las jibijoas, cuyos sonoros nombres indígenas antillanos siguen vigentes en el español dominicano.
La naturaleza antillana también guarda muchas pequeñas sorpresas. Que se lo digan si no a los que se asustan del guabá (t), un arácnido de aspecto impac tante pero inofensivo que habita bajo las piedras. Voz antillana indígena parece ser también la que está en el origen del nombre del abujo, o abuso, insecto pequeñísi mo de color rojo y picadura dolorosa.
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Hay otras que se llaman comixén, las cuales son pequeñas, e tienen las cabezas blancas, e son muy perjudiciales en los edeficios, así en los muros e paredes, como en las maderas e cubiertas e sue los de las casas. Estas salen de la pared, como minero que paresce que mana, y la penetran e discurren por lo edificado e por donde les paresce, e por los maderamientos, e llevan hecho un camino o senda de bóveda, e hueco, tan grueso como una pluma de escrebir […]. E donde se para esta su labor o van a dar estas sendas, se encepan e hacen un ayuntamiento de la mesma materia o pasta de que son estas sus trancheas o bóvedas, tan grande como la cabeza de un hombre, e como una botija que quepa media é aun una arroba de agua e más. E algunas veces, cuando en árboles hacen estas sus poblaciones, las hacen tan grandes cuanto un hombre lo podrá abrazar o poner los brazos en circuito.152
A partir de la voz caribe el español dominicano desarrolló el derivado cocu yera para designar una vasija agujereada que permitía el paso de la luz que emitían los cocuyos que se mantenían en su interior. Este derivado se aplica además a cualquier superficie que esté cubierta de agujeros. Forma parte también de la lo cución hecho una cocuyera, para referirse a una persona que tiene muchas heridas.
Con todos los bienes y fertilidad questa provincia tiene, abunda de una poca menos que plaga más que otra y es de muchos mosquitos de los que los indios llamaban xoxenes, que son tan chequitos que apenas con buenos ojos, estando comiendo la mano y metiendo un agrijón que parece aguja recién quitada del fuego, se ven. Están comúnmente por toda la ribera de la mar y la tierra cercana a ella desta isla, por la mayor parte, donde es la arena muy blanca, pero ninguno hay destos la tierra dentro. Para defenderse dello hay buen remedio y es tener escombrado de árboles y de yerba el pueblo, y los aposentos para dormir algo oscuros; y lo mejor de todo es tener unos pabelloncitos que se hacen con doce o quince varas de angeo o lienzo o de algodón, para que ni en poco ni en mucho impidansueño.el
Bartolomé de las Casas nos cuenta de un remedio infalible para evitar la plaga de jejenes durante la noche, unos mosquiteros de lienzo o algodón:
El azote insistente de los jejenes (ara), insectos de picadura muy irritante, mantiene vigente la voz prehispánica. Gonzalo Fernández de Oviedo muestra su conocimiento de la naturaleza antillana en su descripción de cómo la picadura del jején puede llegar a atravesar el tejido de una calza:
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Mosquitos hay muchos, e tantos en algunas temporadas, que dan fatiga […]; mas en el campo en algunas partes hay tantos, que no se pueden comportar; y los peores de todos son unos menudísimos que llaman xixenes, que es cierto que pasan la calza algunos dellos, e pican mucho.153
De nada sirven los mosquiteros para las niguas (t), insecto parecido a la pulga que penetra bajo la piel, descrita por Pedro Simón como «una casta de pulgas pequeñas que se crían en tierras templadas, porque el mucho calor, o frío no les dexa criar. Éntranse en la carne, y allí oban, y son penosíssimas, y más si las dexan llegar a grandes, por su mucha comezón». Mucho más explícita es la referencia que a las temidas niguas y sus consecuencias hace Gonzalo Fernández de Oviedo, contra las que solo sirve tener bien barrida la casa:
Como se desprende de los fragmentos que nos han servido para ejempli ficar la paulatina adopción de los indigenismos para expresar en lengua española las realidades naturales del entorno antillano, la lectura de los crónicas de la etapa colonial es una fuente inagotable de conocimiento sobre el proceso de contacto lingüístico que tuvo lugar en las Antillas y, especialmente, sobre la naturaleza y la vida en las islas del Caribe.
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La nigua es una cosa viva e pequeñísima, mucho menor que la menor pulga, que se puede ver. Pero, en fin, es género de pulga, porque, así como ella, salta, salvo que es más pequeña. Este animal anda por el polvo, e donde quiera que quisieron que no le haya, hase de barrer a menudo la casa. Entrase en los pies y en otras partes de la persona, y en especial, las más veces, en las cabezas de los dedos, sin que se sienta hasta que está aposentada entre el cuero e la carne e comienza a comer de la forma que un arador e harto más; y después, cuanto más allá está, más come. De manera que, como acuden las manos rascando, este animal se da tanta priesa a multiplicar allí otros sus semejantes que, en breve tiempo, hace muchos.154
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Pervivencia de las palabras antillanas en el español de España
La llegada de indigenismos al español de España fue más intensa durante el período de primer contacto y, como nos explica Manuel Ariza, para aquellas pala bras «que correspondían a seres, objetos o plantas que el peninsular podía “ver y tocar”, que pasaban a formar parte de su universo ibérico».155 Si el objeto, la planta o el animal se aclimataba en España, el nombre prehispánico que llevaba aparejado las más de las veces lo hacía también. Sin embargo, la adopción de indigenismos antillanos en el español de España no necesariamente ha estado restringida a la etapa colonial. En expresión de Manuel Ariza «la puerta sigue abierta» y a veces las circunstancias que llevan al trasvase más o menos reciente de indigenismos hacia el español peninsular son ciertamente curiosas. Podemos rastrear algunos casos de antillanismos de adopción reciente en el español hablado en España.
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El Diccionario de la lengua española lo incluye ese mismo año como voz fa miliar con las acepciones de ‘chanza, ironía, burla’ y ‘calma, pesadez’.157 Algo similar sucede con la voz caribe guateque (ca). En la edición de 1936 el Diccionario de la lengua española de la Real Academia la registraba como palabra propia de América con la acepción ‘baile bullanguero y, por ext., cualquier jolgorio’.158 En los corpus de la Real Academia Española se documenta su uso en Cuba a mediados del XIX. Ya a mediados del siglo XX se empiezan a observar más apariciones en textos de autores españoles y es la edición de 1950 del Diccionario de la lengua española la que lo registra, ya no como americanismo, con la acepción ‘comida, convite, banquete’.
Las palabras viajan y se establecen con las cosas que nombran. Adaptarse a sus nuevos hablantes es la garantía de su supervivencia. Los indigenismos que el español ha ido adoptando a lo largo de su historia a uno y otro lado del Atlántico no son una excepción. La vida y el recorrido estas palabras, que se encontraron con la lengua española hace más de cinco siglos y se unieron a ella, nos sigue deparando muchas sorpresas.
La voz caribe guasa se utiliza en el español dominicano coloquial con el significado de ‘conversación bulliciosa y alegre’. Su primera documentación en los corpus de la Real Academia Española data de 1869, precisamente en el discurso de Juan Valera Sobre la ciencia del lenguaje, en el que el académico español da como desconida su etimología:
Todavía el lenguaje no ha perdido […] aquella virtud generadora de nuevas voces cuando la necesidad lo exige. Raíces nuevas son las que nacen rara vez. Aquellos vocablos cuya etimología no se halla, son casi siempre de una condición plebeya, formados por capricho y rayando en lo truhanesco y chabacano, verbigracia, en nuestra lengua, cursi, filfa, guasa, camelo. Pero si lo examinásemos con detención, hasta en estos vocablos descubriríamos el origen mológico.eti-156
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La naturaleza antillana está poblada de flora y fauna nombrada por las pa labras de origen indígena antillano. La supervivencia de estas palabras está ligada a la de su medio natural y al conocimiento que las generaciones futuras tengan de este entorno. Pero los indigenismos taínos y caribes dieron el salto desde muy temprano a las creaciones literarias. Desde la lengua cotidiana de los hablantes pa saron casi desapercibidamente a las crónicas históricas o a las comedias y poemas barrocos. Y ya no tuvieron vuelta atrás. Desde los siglos XVI y XVII, que las vieron afianzarse léxicamente en el español, han recorrido nuestra historia cultural hasta nuestros días; y no solo forman parte de la historia cultural dominicana o caribeña, sino de la de todos los países que hablan español.
La literatura y la música resuenan con los indigenismos antillanos
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Son innumerables las apariciones de los indigenismos en la novela his tórica e indigenista por excelencia entre los clásicos dominicanos, Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, publicada en 1870: «Camacho estaba habitualmente en el pueblecillo indio, donde vivía a sus anchas, como un filósofo; metido en su hamaca, fumando su cachimbo, enseñando a rezar a los niños, y fabricando toscas imágenes de arcilla, que él llamaba santos, y por la intención realmente lo eran».161
No solo la prosa incluye palabras indígenas caribeñas; también las leemos en la poesía de Salomé Ureña, especialmente en su extenso poema Anacaona:
A partir de la Independencia de la República Dominicana vemos surgir las obras fundacionales de la literatura dominicana. Todas ellas se hacen eco en sus páginas de la vigencia de los indigenismos. El montero, de Pedro Francisco Bonó, publicada en 1856, considerada la primera novela dominicana, nos acerca a la vida rural:159 «Saberlo y montar a caballo todo fue uno; prometió a su madre volver pronto, y llegó al bohío al tiempo que María estaba en el conuco» 160
Del tronco de los árboles su hamaca vaporosa allí colgó a los hálitos del aura rumorosa, y del reposo blando las horas deleitando la tribu improvisábale el rústico batey; y del cemí benéfico en el altar sagrado depuso las riquísimas ofrendas, prosternado, que el dios grato acogía hasta que en triste día la predicción fatídica temblando oyó la grey.162
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La vida de las palabras indígenas que se adoptaron en la lengua española no solo brilla en la literatura culta. Estas palabras ancestrales, que caracterizan el español domicano y el de otros pueblos caribeños, también aparecen en la música tradicional. En las letras de merengues y bachatas suenan voces que las vinculan con las raíces más auténticas de la cultura popular; desde las composiciones más
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La literatura tiene su materia prima esencial en la lengua. Los grandes es critores saben extraer todo lo que la lengua tiene que ofrecerles para crear una obra de arte. Con la lengua se transforman en paisajistas, para recrear ambientes y es pacios que llegan incluso a convertirse en protagonistas; gracias a la lengua vemos surgir de los relatos personajes que cobran vida y nos hablan desde las páginas. Nada de esto sería posible si el escritor no fuera capaz de conservar la vitalidad y la historia de las palabras sobre el papel. La vitalidad y la historia de los indigenismos antillanos aparece por doquier en las obras clásicas de la literatura dominicana.
a la literatura dominicana del siglo XX demuestra cómo sus obras siguen reflejando la variedad del español que se habla en la República Domi nicana, especialmente su riqueza léxica, caracterizada, entre otros aspectos, por la pervivencia de voces indígenas prehispánicas. Basta recorrer las páginas de la novela La sangre, publicada por Julio Cestero en 1915, para encontrar innumerables voces ancestrales: guásima, pitahaya, yarey, catibía, ceibo, copey, macuto, maquey, nigua, yarey.164 La cercanía a las raíces rurales y campesinas de la ambientación de los cuentos y novelas de Juan Bosch los convierte en caja de resonancia de innu merables palabras indígenas vinculadas con el medio natural: cajuil, caimito, capá, cayo, cigua, barbacoa, bejuco, mamey, maguá, cabuya, higüera.165 Desde los cuentos de Hilma Contreras (cigua, guayar, macanazo, túbano)166 o René del Risco (hama carse, guaraguao, higüera)167 a las publicaciones de la narrativa contemporánea de Ángela Hernández (nigua, jaiba),168 Jeannette Miller (cocuyo, comején, cuaba, guaná bana, yagua)169 o Pedro Antonio Valdez (macuteo, cabuya, güiro).170
En la última década del siglo XIX las palabras indígenas se entrelazan con la narración costumbrista en las Cosas añejas de César Nicolás Penson: «En eso acertaron a pasar unos vecinos que iban al río a hacer sus compras a los campesi nos que traen por las tardes en sus canoas las cañas de azúcar, la yerba, el carbón, víveres, cazabe, conservas y otros dulces y productos así para el abastecimiento de la ciudad».163Unaojeada
Mi mujer ya me está consumiendo; destruye como el comején mis sentimientos. Comején me está cayendo. Comején me está comiendo.
Se me muere el niño, tiene tos ferina y no tengo cuarto pa la medicina. Una curandera que hay en el batey me dice que lo cure con rompezaragüey. Para terminar con el infeliz me lo quieren bañar con ají tití.
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La conmovedora Siñá Juanica del puertoplateño Félix López Kemp:
Se murió Martín en la carretera, le prendieron cuaba porque no había vela.
El merengue nació rico, eso no es cosa de ahora; y sus instrumentos son acordeón, güira y tambora.
tradicionales a las más actuales; desde las de raigambre popular a las de autoría reconocida. Las letras de Alcedito Ureña con las que se prende este perico ripiao:
El jocoso «Comején» de Wilfrido Vargas:
Voy a prender tu cariñito como cocuyo en el mar y voy a hacerte un traje de novia con hojas del platanal.
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Ojalá que llueva café en el campo, que caiga un aguacero de yuca y té, del cielo una jarina de queso blanco y al sur una montaña de berro y miel. Ojalá que llueva café en el campo, peinar un alto cerro de trigo y mapuey, bajar por la colina de arroz graneado y continuar el arado con tu querer. Ojalá el otoño en vez de hojas secas vista mi cosecha de pitisalé.
O los merengues de Juan Luis Guerra, que han llevado la música dominicana por excelencia más allá de las fronteras de las Antillas y con ella, prendidas de sus letras, las voces prehispánicas que el español dominicano adoptó muchos siglos atrás y que siguen formando parte de nuestro patrimonio cultural más valioso:
Para que en el conuco no se sufra tanto, ay hombre, ojalá que llueva café en el campo.
Voy a bajar por los yayales en una yagua de tul, voy a pintar los manantiales con óleos de cielo azul.
Ventanas abiertas
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Seguirles la pista no es tarea fácil. Hay que partir de los textos antiguos, pero no solo de las crónicas,171 las obras literarias o los diccionarios. Los documen tos más humildes, aquellos que pertenecen a la esfera de la vida cotidiana, como las cartas, los informes o los protocolos notariales, son los que guardan la información más valiosa, pero también la más difícil de desbrozar y recuperar. Hay que estu diar también la pervivencia y la difusión de estas voces en el español hablado en el Caribe durante el periodo de las independencias y del nacimiento de las nuevas repúblicas. Hay, en fin, que estudiar con mucha atención su vigencia en el español actual de los países caribeños y cómo las características de las nuevas sociedades pueden repercutir en la pervivencia de un componente léxico tan relacionado con el entorno natural.
Los antillanismos prehispánicos son ventanas abiertas a nuestra historia, a nuestro entorno, a nuestras costumbres y a nuestra lengua. Son parte esencial y muchas veces desconocida de nuestro patrimonio lingüístico y cultural, que com partimos con los pueblos que habitan las Antillas y, en algunos casos, con los pue blos del Caribe continental. Esta pequeña obra quiere contribuir al conocimiento y a la valoración de estas palabras tan nuestras como forma conocer y valorar la lengua española, que compartimos con una inmensa comunidad hispanohablante, y que constituye nuestro mayor patrimonio personal y colectivo.
Como para tantos otros aspectos relacionados con la difusión de las pala bras, el elemento más rico y más cambiante de nuestra lengua, la investigación de la historia de los indigenismos prehispánicos antillanos adoptados por la lengua española, y, más allá, la de todos los indigenismos americanos, sigue en curso.
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vija, bohío,bijao,749835, 44, 57, 58, 126, 136 buhío, burén,boniata,boniato,bonday,5786696967
ausuba, 99 açuba, auyama,auzuba,11810043, 44, 73
baitoa, 100, 101 bajareque, barbacoa,bahareque,585861,62, 137 baría, batata,maría,10110244, 69, 70 batey, 58, 136, 138
anamú, 105 anón, 44, 90 annona, 90 anona, arahuaco,90 11, 13, 21, 37, 40, 53, 113, 123, 155 arcabuco, 59 alcabuco, charabuco,5959
A abey, ají,ácana,ácano,abujo,abuso,99126126999937,39,73, 138 agí, 43, amacey,73105
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148Glosario
cabima, cacicazgo,cacicatura,cacicada,cacheo,cabuya,cabirma,999933,34110185115, 51
caníbal, 53 caríbal, 53
cayuco, 81 cazabe, 44, 65, 66, 67, cigua,sebucán,cibucán,cemí,ceyba,ceiba,cazabi,caçabi,caçabe,13765664398,999854,1366666101,118, 137 coa, cocuyera,cobo,5963 126 cocuyo, 125, 137, 139
canoa, 10, 11, 12, 13, 17, 31, 32, 40 canoas, 31, 35, 36, 49, 82, 98, 137 caoba, 44, 98 caobán, 98 cahobo, 118 capá, 100, 137 capa, carey,49121, 122 carei, caribe,12211, 13, 15, 21, 35, 36, 37, 40, 44, 49, 73 carite, catibía,14467, 137 caya, cayería,99 81 cayo, 31, 47
cucuyo, 37, 125 cohoba, 55 colibrí, 118
C
149
cacique, 35, 36, 39, 40, 44, 49, 51, 54, 58 cacica, 44, 46, 51 cacona, caimán,caguasa,caguama,621229240,44, 45, 115 caimito, 91, 92, 137 caymito, 100 caimoní, camiguama,93 122 caney, 58
cupey, cuaba,córbano,10010287,137, 138 coaba, curamagüey,87 105
comején, 118, 126, 137, conuco,comixén,13812658,136, 139 copey, 100, 137 copei, 118
fotuto, 63 botuto, 63
G gina, 92 jina, guabá,92 guacamayo,guabina,126122 118 guaconejo, 87 guajaca, 101 guama, 43, 44, 92 guanábana, 44, 90, 137 guanábano, 100 guanibrey, 107 guanimo, 70 guanín, 55
F
daguita, 86, 87 dajao, 122
guano, 110 guao, 106, 107 guara, guaraguao,101 117, 118, 137 guaragao, 118 guárana, guaraquinaje,101 43, 44 guare, guariquitén,44 67 guasa, guatapaná,guataca,13253 105 guateque, 132
guayaba, 37, 44, 90 guayabo, 90, 91 guaiabo, guayacán,10024, 105 guayada, guayar,guayao,guayahielo,guayaero,6666666665,66, 137 guáyiga, 67 guayaga, guayo,guaymate,6710165,66
Glosario150
curí, 113 corí, curía,11344, 113 corí, 44, 113
daho, 122 dúho, 54
D
daguillo, 86 daguilla, 86
I
Glosario151
H
hico, jicotea,62 114, 115 hicotea, 114, 115 hycotea, 114 jobo, 91, 93, 110 hobo, 32, 78, 91, 98, 99, jobobán,11041
guásuma, 101 güira, 102, 138 güiro, 102, 137
jaibería, jico,jibijoa,hibiz,jibe,xoxén,xixén,jején,jaquimey,123105127535466,676612662
guayón, guazábara,66 78 guasábara, 78 guázuma, 101
guaçuma, 100 guásima, 101, 137 guásimo, 101
haitinal, 58 hamaca, 32, 35, 37, 39, 40, 43, 44, 49, 62, 87, 136 amaca, 49, 62 hicaco, 93 higuaca, 118 higüera, 102, 137 hibuera, 102 higüero, 102 hibuero, 102
iguana, 37, 46, 114
J jaba, xayba,jaiba,xagüey,jagüey,xagua,iaiagua,jagua,haba,110110741007437,8181123,137123
higuero, 100 huracán, 40, 44, 82 hutía, hyen,huitía,11311366
macanear, 77 macuto, 110, 137
yerén, 71
loro, 44, 118
maguey, 85 maíz, 35, 36, 40, 44, 70, 99 majá, 115
ocuje, 107
majagua, damajagua,85 85 mahagua, 86 mamey, 44, 93, 137 manacla, 110 manaca, 110 manatí, 44, 121 manglar, 81 mangle, 81, 118 maní, manibarí,95 100
lerén, 71 lirén, 71
anaiboa, 66 nigua, 59, 127, 137
O
L
M
mabí, macana,macagua,macabí,861229937,44, 77 macanas, macanazo,7777, 137
manigua, 59, 113 manigual, miraguano,mayal,maya,maricao,maquey,mapuey,manicero,manisero,manigüero,59599595138123,13710011,100100110
N
enagua, 42 naiboa, 66
Glosario152
naboría, 37, 54 nagua, 37, 62
pitajaya, 92
Glosario153
ture, 28, 54
tiburón, 37, 40, 121 totí, totuma,118 102 totumo, 102
Q
Y
yuca,yayal,yaya,yahutíadiahutía10013935,37, 43, 44, 65, 66, 67, 69, 138
yauruma,yagruma 101 yagrumo, 101 yagua, 109, 137, 139 yaguacil, 109 yaguasa, 118 yaguaça, 118
T
quibey, 105
sabana, 37, 59, 113
yaguaza, 118 yaguazo, 109 yaití, yarey,99110, 137 iaruma,yaruma 100 yautía, 71
P
túbano, 63, 137 tuna, 37, 40, 92
pitahaya, 44, 92, 137
S
taíno, 13, 15,37, 40, 45, 49,53, 61, 82, 135 tereque, 63 tereco, 63
papaya, piragua,9536, 37, 82
8. Tejera Penson, Emiliano, Palabras indíjenas de la isla de Santo Domingo. Con adiciones hechas por Emilio Tejera, Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1951, p. VIII.
Pie de página
1. Tovar, Antonio y Consuelo Larrucea, Catálogo de las lenguas de América del Sur, Ma drid, Gredos, 1984.
3. Tejera Penson, Emiliano, Palabras indíjenas de la isla de Santo Domingo. Con adiciones hechas por Emilio Tejera, Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1951, p. VIII.
4. Como afirma Jansen (2015: 18) «la expresión globalizante lengua de los indios, que abunda en las crónicas españolas, no corresponde por lo tanto a la compleja situación sociolingüística del espacio antillano». Su artículo presenta una introducción muy ilustrativa al panorama lingüístico antillano a la llegada de la lengua española.
6. Casas, Fray Bartolomé de las (1527-1550), Apologética historia sumaria, Madrid, Alian za Editorial, 1992, p. III, 1281. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
2. Sánchez Méndez, Juan, Historia de la lengua española en América, Valencia, Tirant Lo Blanch, 2002, p. 39.
5. Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, (en línea). https://dle.rae. es.
7. Zamora Munné, en su obra Indigenismos en la lengua de los conquistadores, calcula que el 30 % de los indigenismos de las crónicas y los documentos coloniales son de origen taíno.
12. Casas, Fray Bartolomé de las (1527-1550), Apologética historia sumaria, Madrid, Alianza Editorial, 1992, p. II, 871. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
10. Pané, Ramón, Relación acerca de las antigüedades de los indios, México, Ediciones Le tras de México, 1932.<http://digicoll.library.wisc.edu/cgi-bin/IbrAmerTxt/IbrAmer Txt-idx?type=header&id=IbrAmerTxt.Spa0006>
15. Fitzgerald, Francis Scott (1952), El gran Gatsby, Barcelona, Penguin Random House, 2015, p. 187.
155
16. Frago Gracia, Juan Antonio, «Estrategias para la investigación en el español ameri cano hasta 1656». En Actas del Congreso Internacional de la Lengua Española de Sevilla, 1992. Consultado en http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/sevilla/unidad/ponenc_ gracia.htm. [04/04/2020].
9. Casas, Fray Bartolomé de las (1527-1550), Apologética historia sumaria, Madrid, Alianza Editorial, 1992, p. II, 871. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
11. Casas, Fray Bartolomé de las (1527-1550), Apologética historia sumaria, Madrid, Alianza Editorial, 1992, p. II, 871, consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
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23. Mártir de Anglería, Pedro, Décadas del Nuevo Mundo, 2012, Valladolid, Maxtor, p. 261.
19. Simón, Pedro (1627): «Tabla para la inteligencia de algunos vocablos desta Historia». Fray Pedro Simón y su vocabulario de americanismos, ed. facsimilar de la «Tabla para la inteligencia de algunos vocablos» de las Noticias historiales de la conquista de Tierra Firme en las Indias Occidentales. Santafé de Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
20. Fernández de Oviedo, Gonzalo (1535-1557), Historia general y natural de las Indias, Ma drid, Atlas, 1992. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (COR DE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
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21. Fernández de Oviedo, Gonzalo, Sumario de la natural y general historia de las Indias (1526), Salamanca, María Casanueva-CILUS, 2000, fol. XXXVIIIR. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
17. Frago Gracia, Juan Antonio, «Estrategias para la investigación en el español ameri cano hasta 1656». En Actas del Congreso Internacional de la Lengua Española de Sevilla, 1992. Consultado en http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/sevilla/unidad/ponenc_ gracia.htm. [04/04/2020].
25. Anónimo, Diario del primer viaje de Colón [Textos y documentos completos de Cris tóbal Colón] (1492-1493), Madrid, Alianza Editorial, 1992, p. 150. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
24. Mártir de Anglería, Pedro, Décadas del Nuevo Mundo, 2012, Valladolid, Maxtor, pp. 9-10.
18. Fernández de Oviedo, Gonzalo (1535-1557), Historia general y natural de las Indias, Ma drid, Atlas, 1992. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (COR DE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
Pie156de página
35. Para el repaso de la presencia de indigenismos antillanos en la literatura nos valemos como guía del artículo de Manuel Ariza «A vueltas con los indigenismos americanos del español peninsular».
28. Para la presencia de indigenismos arahuacos, taínos o caribes en las crónicas nos guiamos por el interesante repaso del artículo de Manuel Antonio Arango «Prime ras voces americanas introducidas en obras españolas», que estudia su inclusión en obras españolas.
27. Anónimo, Carta de Colón a los Reyes anunciando el Descubrimiento [Textos y docu mentos completos de Cristóbal Colón] (1492-1493), Madrid, Alianza Editorial, 1992, p. 234. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en lí nea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
32. Díaz del Castillo, Bernal (1568-1575), Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Madrid, CSIC, 1982. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
29. Zárate, Agustín de (1555), «Historia de la conquista y descubrimiento del Perú», en Historiadores primitivos de Indias, Madrid, Rivadeneira, 1853, Tomo II, p. 470.
34. Frago Gracia, Juan Antonio, «Estrategias para la investigación en el español ameri cano hasta 1656». En Actas del Congreso Internacional de la Lengua Española de Sevilla, 1992. Consultado en http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/sevilla/unidad/ponenc_ gracia.htm. [04/04/2020].
157 Pie de página
36. Castellanos, Juan de (1589), Elegías de varones ilustres de Indias, Madrid, Ribadeneira, 1847. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en lí nea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
31. José María Enguita registra en su obra Para la historia de los americanismos léxicos el cálculo de unos 80 indigenismos en la crónica de Bernal Díaz del Castillo, de los cuales 30 son taínos.
33. Ariza, Manuel, «A vueltas con los indigenismos americanos del español peninsular», Itinerarios, Volumen 14, 2011, 11-23, p. 11.
30. Tejera Penson, Emiliano, Palabras indíjenas de la isla de Santo Domingo. Con adiciones hechas por Emilio Tejera, Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1951, p. IX.
42. Tirso de Molina (Fray Gabriel Téllez) (1632), Amazonas en las Indias, Kassel, Edition Reichenberger, 1993, pp. 92-93. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Ban co de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
44. Lukasz Grützmacher destaca cómo casi la mitad de los indigenismos encontrados en el corpus de Cartas de particulares en Indias del siglo XVI, publicado por Marta Fernández Alcaide, «son palabras muy bien asimiladas de origen taíno o caribe (caci que, caiman, canoa, hamaca, maíz). De esta manera, se confirma otra convicción bien asentada entre los estudiosos sobre la importancia de la primera etapa de coloniza ción en el proceso de la formación de la variante americana del español […]».
41. Quevedo y Villegas, Francisco de (1597-1645), Poesías, Madrid, Castalia, 1969-1971. Con sultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
43. Para el estudio filológico de las cartas privadas de emigrados a Indias durante el siglo XVI resulta imprescindible la obra de Marta Fernández Alcaide Cartas de par ticulares en Indias del siglo XVI. Edición y estudio discursivo. En ella encontramos la recopilación y edición filológica de un corpus textual valiosísimo junto a su estudio detallado. Como complemento, el artículo de Lukas Grützmacher recopila y analiza los indigenismos encontrados en el corpus.
Pie158de
37. Cervantes Saavedra, Miguel de (1615), «Entremés del rufián viudo llamado Tram pagos», en Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1995, p. 903. Consultado en REAL ACA DEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del espa ñol. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
39. Vega y Carpio, Lope de, El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, París, Pres ses Universitaires de Lille (París), 1980, p. 34. Consultado en REAL ACADEMIA ESPA ÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http:// www.rae.es> [03.04.2020].
38. Cervantes Saavedra, Miguel de (1615), «Comedia famosa de la entretenida», en Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1995, p. 708.
40. Góngora y Argote, Luis (1580-1627), Romances, Barcelona, Quaderns Crema, 1998, p. 536. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en lí nea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
página
46. Fernández Alcaide, Marta, Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Edición y es tudio discursivo, Madrid, Iberoamericana, 2009, p. 97 del corpus.
159 Pie de página
52. «Pareceres que se dieron sobre la manera como deben estar los indios de estas is las» (1517). Archivo General de Indias, Indiferente General 1624, Ramo III, núm.1, fols. 549r y sigs. Transcripción de M. CARRERA. Documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica. Siglos XVI a XVIII. Anejos del Boletín de la Real Academia Española. Anejo LIII. Compilación María Beatriz Fontanella de Weinberg. Madrid. 1993, p. 16.
Fernández Alcaide, Marta, Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Edición y es tudio discursivo, Madrid, Iberoamericana, 2009, p. 71 del corpus.
53. Casas, Fray Bartolomé de las (1527-1561), Historia de las Indias, Madrid, Alianza Edito rial, 1994, p. 666. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (COR DE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
47. Fernández Alcaide, Marta, Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Edición y es tudio discursivo, Madrid, Iberoamericana, 2009, p. 895 del corpus.
51. Mártir de Anglería, Pedro, Décadas del Nuevo Mundo, 2012, Valladolid, Maxtor, pp. 261.
55. «Pareceres que se dieron sobre la manera como deben estar los indios de estas is las» (1517). Archivo General de Indias, Indiferente General 1624, Ramo III, núm.1, fols. 549r y sigs. Transcripción de M. CARRERA. Documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica Siglos XVI a XVIII. Anejos del Boletín de la Real Academia Española. Anejo LIII. Compilación María Beatriz Fontanella de Weinberg. Madrid. 1993, p. 16.
48. Fernández Alcaide, Marta, Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Edición y es tudio discursivo, Madrid, Iberoamericana, 2009, p. 896 del corpus.
50. Anónimo (1509), «Declaración de Sebastianico, indio naboría», Documentos de Santo Domingo, Real Academia Española, 1993. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑO LA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www. rae.es> [03.04.2020].
45.
49. Estas definiciones están tomadas del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española.
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56. «Pareceres que se dieron sobre la manera como deben estar los indios de estas is las» (1517). Archivo General de Indias, Indiferente General 1624, Ramo III, núm.1, fols. 549r y sigs. Transcripción de M. CARRERA. Documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica. Siglos XVI a XVIII. Anejos del Boletín de la Real Academia Española. Anejo LIII. Compilación María Beatriz Fontanella de Weinberg, Madrid. 1993, p. 14.
61. Fernández de Oviedo, Gonzalo (1535-1557), Historia general y natural de las Indias, Madrid, Atlas, 1992, p. III, 322. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [09.04.2020].
62. Academia Dominicana de la Lengua, Diccionario del español dominicano, Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua, Santo Domingo, 2013.
63. «Pareceres que se dieron sobre la manera como deben estar los indios de estas is las» (1517). Archivo General de Indias, Indiferente General 1624, Ramo III, núm.1, fols. 549r y sigs. Transcripción de M. CARRERA. Documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica. Siglos XVI a XVIII. Anejos del Boletín de la Real Academia Española. Anejo LIII. Compilación María Beatriz Fontanella de Weinberg, Madrid, 1993, p. 17.
65. 65 Díaz del Castillo, Bernal (1568-1575), Historia verdadera de la conquista de la Nue va España, Madrid, CSIC, 1982. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [09.04.2020].
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58. Fernández de Oviedo, Gonzalo (1535-1557), Historia general y natural de las Indias, Ma drid, Atlas, 1992, p. I 160. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [03.04.2020].
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59. Fernández Alcaide, Marta, Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Edición y estudio discursivo, Madrid, Iberoamericana, 2009, p. 529 del corpus.
76. Casas, Fray Bartolomé de las (1527-1550), Apologética historia sumaria, Madrid, Alianza Editorial, 1992. Consultado en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [07.04.2020].
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67. Academia Dominicana de la Lengua, Diccionario del español dominicano, Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua, Santo Domingo, 2013
69. Academia Dominicana de la Lengua, Diccionario del español dominicano, Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua, Santo Domingo, 2013
71. Academia Dominicana de la Lengua, Diccionario del español dominicano, Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua, Santo Domingo, 2013.
70. Tirso de Molina (Fray Gabriel Téllez), «La villana de Vallecas», Teatro escogido, Ma drid, Yenes, 1840, tomo V.
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150. Las definiciones de los usos dominicanos se extraen del Diccionario del español domi nicano de la Academia Dominicana de la Lengua.
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171. Para un recorrido por los indigenismos americanos, no solo antillanos, registrados en las crónicas de Indias sigue siendo esencial la lectura de la obra Vocabulario de indigenismos en las crónicas de Indias de Manuel Alvar Ezquerra.
162. Ureña de Henríquez, Salomé, Poesías completas, Samto Domingo, Comisión Perma nente de la Feria Nacional del Libro, 1997, p. 231
169. Miller, Jeannette, A mí no me gustan los boleros, Santo Domingo, Santillana, 2009. Mi ller, Jeannette, La vida es otra cosa, Santo Domingo, Algafuara, 2006.
159. Hemos señalado mediante la cursiva los indigenismos que aparecen en las siguientes citas.
168. Hernández, Ángela, Masticar una rosa y otros cuentos antologados, Santo Domingo, ABC, 2005.
160. Bonó, Pedro Francisco, (1856), El montero. Novela de costumbres, en Varios, Novela, Santo Domingo, Colección Pensamiento Dominicano, Volumen VI, Sociedad Domi nicana de Bibliófilos/Banreservas, 2010, p. 993.
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