Sacar la basura
Salgo a sacar la basura del edificio tres veces por semana. No hay conserjes. Alguien debe hacerlo. Me propuse como único voluntario porque no tenía nada más que hacer. Estaba sin trabajo y los días se desencajaban por completo sin una obligación, sin la inercia de un deber forzado. Salgo a la calle con los tachos en un horario cercano al toque de queda. Afuera no hay ruido, no hay nadie. Ese mismo tiempo desencajado que me aterra dentro del departamento es un umbral en el exterior. Es como estar debajo del agua sin tener que aguantar la respiración. Los gatos son los únicos que interrumpen esa tranquilidad. Chillan esporádicamente o se pasean indiferentes por el medio de la calle. Los gatos no están en cuarentena. O sí, lo están, escondidos en casas viejas o abandonadas de los alrededores del edificio. Y la rompen cuando me ven a mí romperla. Cuando me ven con mis torpes artefactos rompiendo la burbuja de silencio, que sólo ellos pueden reventar, con sus maullidos que parecen llantos de guaguas. Se sientan en medio de la calle bajo la luz cambiante de los semáforos de la esquina. Los veo pasearse como dueños de la ciudad que ya no es de nadie porque no hay nadie y vuelve a mí la vieja rabia. La de saber que pude haber renunciado antes de que me 106 | Historias confinadas