Cuerpos delimitados
Por la ventana, el Sol aparece tan quieto como las vidas en circuitos cerrados que hoy experimentamos. Mi mente, aun más maquinada que antes del cierre definitivo del portón, ahora es tan parecida a la arquitectura de la casa, en esas líneas que se trazan como emulando el tráfico de las calles. Noto que el espíritu no se posa tan lejos del hogar y que los muebles te habitan tanto como tú a ellos. Tristemente reposo la intuición de que la absurda posición del cuerpo civilizado ante la naturaleza es parecida a la de la carne liberada contra los muros. Pero como en todo absurdo florece la voluntad más verdadera, me siento todos los días a la mesa y observo a mi madre como si estuviera pintando su retrato y a mis hermanos tratando de retener su juventud para esos días en el futuro. Me confundo con mis deseos y la obra germina tan adentro y tan demoledora que pienso fundirme en el lenguaje en cada torpe, nerviosa pincelada. Enfrío algunos delirios con el amor que separa aquella ciudad hecha incógnita y la pulsión más infantil de dominar, por una vez, ese cerro que, majestuoso, se burla tras la pandereta que divide tantos mundos. El exterior es tan solo la estela que dejan los autos al olvidar constantemente su suelo, solitarias sirenas que rellenan 158 | Historias confinadas