Crónica
El gallo había cantado. No una, sino muchas veces. Durante casi toda la pandemia lo venía haciendo y otros gallos también se habían sumado. Lo hacían nueve veces al día, pues el mensaje debía llegar a todos. Era un llamado oficial y exigía la participación obligatoria de cada representante. Es que no querían que faltara nadie: ninguna. Así llegaron todas a Cañicú a la asamblea extraordinaria de la ANGP: Asociación Nacional de Gallinas Ponedoras. —¡Hemos sido informadas! —aleteó una sobre un ponedero— Se han aprovechado de nosotras y, arbitrariamente, subieron el precio de nuestros huevos en un 66% durante la pandemia. —¡No pongamos más! —gritó una. —¡Huelga de cloacas cerradas! —gritó otra. La gallina trató de poner plumas frías, pero el averío estaba molesto. Discutían y se picoteaban, cuestionándoselo todo: la obediencia, su vida confinada, el hacinamiento y el abandono de su plumífera clase trabajadora. La frustración era colectiva y el cotorreo ensordecedor. La más vieja puso orden. Con su sola presencia en el ponedero, todas callaron. Les propuso un plan. Con votación a ala alzada, decidieron esconder los huevos. A los pocos días, los medios hablaban de su escasez. 162 | Historias confinadas