Micrófono silenciado
Sería inspirador que la cuarentena hubiese sido un espacio de encuentro interior. De grandes preguntas, de esas definitivas, categóricas, que entregan una orientación clara de lo que pasa y proyectan con calma lo que vendrá. Pero no. Al momento de asistir a una nueva reunión vía Zoom, pienso que, de eso, poco y nada hay. Muchas veces fabulamos sobre distopías lejanas, medias orwellianas, donde quedaremos, irremediablemente, prisioneros de un ojo panóptico, propio del Foucault más descorazonado. Algo similar susurra este escenario. Porque escribimos, trabajamos y socializamos a través de estilizadas pantallas impersonales. Estas, con cautela, registran con eficiencia cada acción que ejecutamos. Al fin, comenzó la reunión. Partimos opinando sobre el desolador escenario nacional, intercambiamos algunas frases rutinarias y, durante la conversación, percibimos nuestras propias caras en las pantallas, produciéndose un inquietante desdoblamiento. En paralelo, mientras alguien habla con el audio algo desfazado, compañías segmentan nuestros patrones de conducta, registrando caras y palabras con sofisticadas tecnologías, lejanas a propiciar algún avance que mejorará nuestra calidad de vida. Sólo nos incluirán en bases de datos, para así vendernos estupideces irrelevantes. 176 | Historias confinadas