Rutina
Me levanto en estos días domingo infinitos. Mis pies tocan el frío piso y me envían una corriente al cuerpo, pidiéndome que me acueste de nuevo. Hago caso omiso y continuo con mi rutina diaria. Dirijo mis pies a la ventana, donde observo las calles repletas de hormigas que insinúan ser humanos. Algunas se dirigen a sus trabajos y otras tienen sus espaldas cargadas de un sustento para el mes. Mi vista sube al cielo y observo cómo los árboles se mecen queriendo alcanzar las nubes. —¡Hija, la comida está en la olla! —escucho decir a mi mamá, segundos antes de que la puerta principal se cerrara. Otra hormiga más que va en busca de un sustento, pienso. Bajo las escaleras hasta llegar a su fin y veo que justo a mi lado está el desinfectante que elimina todos los microorganismos, incluso los que tienen las hormigas, o al menos eso pretende. Mis pies van a la cocina, justo donde esta la olla. Fideos otra vez. Me siento en pausa. No, el mundo esta en pausa y yo sigo. Mi día transcurre con estrés de guías y tristeza por la no empatía. Mi papá no se encuentra, obvio. Es una hormiga que fue a parar al hospital. Mañana lo dan de alta, después de un
190 | Historias confinadas