Clase media
La caja metálica de los calcetines azules de cobre que me regalaron para Navidad se usa para guardar los billetes. Está en el espacio del medio junto a las camisas planchadas y los chalecos de cuello redondo de invierno. Mi padre cada noche deja caer allí la propina al vaciar sus pantalones de trabajo. Yo me encargo de ordenar lo ganado en fajos de diez, que sujeto con un elástico. Así se juntó para el pie del auto que compramos hace un año. Pero desde marzo comenzó a cerrar temprano el restaurante. El jefe comentó que serían unas semanas y que esperemos el salvoconducto. Nunca llegó el correo y tuvimos que recurrir a la caja para los gastos diarios. Mi hermana amasa de madrugada y yo reparto a los vecinos con teletrabajo. Por la noche, ordeno la caja, sin embargo, el montón de billetes baja con cada comida que hacemos en casa. El auto se vende mañana, afirmó mi viejo durante la cena. Aceptó una miserable propuesta, luego de llamar a un número que encontró en un cartel pegado al poste de la luz, con tal de sacarse de los hombros la deuda pactada. Pero está el asunto del crédito hipotecario. Enciendo la televisión, mientras las cacerolas suenan al fondo, gesticulan los legisladores y el periodista comenta la urgencia del proyecto de ley. Muchas familias, dice la Cuando el aislamiento nos une | 39