Enfrentamiento, usurpación y transacción de los derechos de posesión de la mascapaycha
forma: seis cañaris y chachapoyas, por turnos, para cuidar de noche y de día la casa del que era o hubiera sido corregidor de la ciudad del Cuzco; y cuatro, para el cuidado de la cárcel pública y para salir de ronda con el alguacil mayor. También estaban obligados a cuidar la casa de las municiones, vigilar el corredor del Cabildo mientras se hiciera el ayuntamiento y hacer guardia a los presos en la cárcel, así como a llevar mensajes del corregidor, es decir, a prestar servicio de chasquis. En otras palabras, además de tener privilegios y estar exentos del pago del tributo y de servicios personales, los cañaris y los chachapoyas se encargaron de la vigilancia de establecimientos oficiales y de funcionarios del Estado colonial. Asimismo, fueron recomendados para participar de manera activa en el resguardo del orden y tranquilidad durante el desarrollo de las fiestas importantes efectuadas en la ciudad del Cuzco. Es en este contexto que se explican las ordenanzas del virrey Toledo: «Que los dichos Cañares y Chachapoyas allende de los suso dicho ayuden, como les cupiere en las fiestas publicas desta ciudad, así espirituales como temporales y honrar y enrramar las calles y aderezarlas para las procesiones y limpiar la plaza para los regocijos y todo lo a esto anexo y concerniente según y como lo han hecho hasta aquí»32. Gracias a estas ordenanzas, los cañaris y los chachapoyas, para el día del Corpus Christi o en otras fiestas públicas, salían con sus insignias, «bien vestidos hechos soldados»33. Así, en la fiesta de 1610, realizada por la Beatificación de San Ignacio de Loyola, la procesión y la entrada de la Parroquia de Santa Ana fue encabezada por su cacique y gobernador, quien probablemente fue don Francisco Uclucana, padre de nuestro personaje. La escenificación y el colorido de la vestimenta de los cañaris y los chachapoyas se puede observar en uno de los cuadros del Corpus Cristi34. Con ellos se dio una especie de militarización, ya que fueron los encargados de cuidar la casa del Cabildo del Cuzco y las casas de las autoridades principales, como el corregidor y el alcalde. De la misma forma, en las principales fiestas de la 32
ARC. Cáceres, Pedro. Prot. 40, 1697, f. 691. Salieron de ese modo en la fiesta por la Beatificación de San Ignacio de Loyola en 1610: «El domingo, que fue el día la fiesta de los Vizcaínos vino la Parroquia de Santa Ana, poco antes de la misa mayor, entro la procesión por la plaza que estaba llena de Españoles, metió delante trescientos soldados cañares armados de picas, alabardas y muchos arcabuzes, y muy vestidos sitiaron en la placa un castillo que traían, combatieronlo haziendo sus escaramuzas al son de caxas, no entró la procesión en la iglesia por estar lleno de Españoles y ser estos más de cinco mil indios, y así se les predicó en la plaza» (Romero, 1923, p. 448). 34 La colección de doce lienzos sobre el Corpus Christi se encontraba, hasta la década de 1930, en la iglesia de la Parroquia de Santa Ana; actualmente se encuentra en el Museo del Arzobispado del Cusco. 33
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