El estandarte real y la mascapaycha
ambos ayllus se representaban como soldados ricamente vestidos. Con todo, esto no quiere decir que las distintas panacas de nobles incas no participaran en la fiesta; todo lo contrario, estas panacas tendrían una activa participación en sus respectivas parroquias. En esta perspectiva, lo que habría que destacar es la utilización de las insignias en dichas fiestas. Así, según el auto otorgado por Hernando Valenzuela, juez de naturales, en 1598, solo debían ponerse la mascapaycha el alférez real y el alcalde mayor de las ocho parroquias, y solo debían utilizarla en la víspera y en el día central de la fiesta de señor Santiago, mas no en otros días. No obstante, esta orden habría sido alterada en ciertos momentos, como en la fiesta de la beatificación de San Ignacio de Loyola, en 1610, en la que los nobles descendientes representaron a los once incas, cada uno en sus literas y con su mascapaycha: [...] la memoria de los incas que sus descendientes coloniales buscaban poner en escena no era, ciertamente, la de su derrumbe traumático [...] sino la de un imperio mítico en plena edad de oro, que el Inca Garcilaso y otros cronistas habían llegado a comparar en más de una ocasión con las grandezas de la antigua Roma (Wuffarden, 2005, p. 211).
En esta perspectiva, los lienzos genealógicos adquieren «una pluralidad de significación en función de los diversos [cargos] públicos locales» (Wuffarden, 2005, p. 212). Para los descendientes incas del Cuzco, «la posesión de las pinturas de sus antepasados se había convertido no solo en signo de estatus de nobleza dentro de la sociedad colonial, sino en una prueba tangible de esa situación ante las autoridades españolas: eran descendientes de reyes y por tanto debían ser tratados como tales» (ibidem). Siguiendo a Wuffarden, es interesante constatar la posesión de retratos de los incas en los testamentos de sus descendientes. Otro ejemplo más esclarecedor sobre la posesión de la mascapaycha se dio en 1692: don Juan Sicos, no siendo descendiente inca, del ayllu Pomamarca y Ayarmaca, luchó duramente con los nobles incas del ayllu Sucso, descendientes de Viracocha, por la posesión de esta insignia. Sin embargo, fortalecido por su posición económica de próspero mercader, don Juan logró obtener el oficio de alcalde mayor de las ocho parroquias, cargo que le permitió acceder a la mascapaycha. Por eso, en la fiesta de Nuestra Señora de Loreto, en agosto, salió vestido de Inca, con su mascapaycha, y acompañado por su ayllu, quienes llevaban en un lienzo pintado a Tocay Capac, quien fuera jefe o Señor de los ayarmacas antes de la conquista de los incas. Sobre la base del caso de don Juan Sicos se puede explicar la participación y comportamiento de don Francisco Uclucana Sabaytocto y de su hijo. A ellos les bastó sumar su posesión económica con el oficio de cerero para ser considerados 210