Conclusiones
de San Ignacio de Loyola, los descendientes incas peticionaron ante el Cabildo del Cuzco hacer el juramento y voto personalmente para que, como incas de dicha ciudad, dieran ejemplo a todos los naturales, a sus hijos y descendientes, para que a través de este santo se prediquen las cosas pertenecientes a su salvación. Después, a partir de 1685, el Cabildo de los veinticuatro electores fue reestructurado en su funcionamiento: la elección de los veinticuatro se hizo en función de los once incas gobernantes, desde Manco Capac a Huayna Capac, y la descendencia de cada inca fue denominada como «ayllu» (ayllu Sinchi Roca, ayllu Huayna Capac) y se dejó de usar la denominación «panaca». Seguidamente, de cada ayllu sacaron dos representantes, con excepción de Tupa Inca Yupanqui, de quien sacaron tres, y de Huayna Capac, de quien sacaron cuatro, cifras que en total sumaban veinticinco electores. Esta relación y memoria de los veinticuatro electores fue aprobada por el virrey Duque de la Palata, el 29 de octubre de 1685. Fue a partir de entonces que el cargo de los veinticuatro se privatizó, es decir, fue vinculado o heredado de padres a hijos. El ayuntamiento de los veinticuatro electores había tomado el control completo de todos los nobles incas de las ocho parroquias cuzqueñas. Además de juntarse cada año, el día de Juan Bautista para nombrar al alférez real inca, también nombraban embajadores para recibir a las autoridades principales, como virreyes y obispos, que visitaban o estaban de pasada por la ciudad del Cuzco, y calificaban los expedientes de probanza presentados por los «aspirantes» a nobles incas. – La posesión por parte del alférez real de los incas del estandarte real y de la mascapaycha creó una serie de conflictos entre los nobles incas de las ocho parroquias cuzqueñas. A ellos se sumaron también aquellas personas que, aprovechando su parentesco con los descendientes incas y coyunturas que les favorecían, intentaron tener ciertos derechos a la posesión de los privilegios que tan celosamente eran cuidados y vigilados por los nobles incas. Este fue el caso de don Francisco Suta Yupanqui, cacique principal y gobernador de la Parroquia de San Sebastián, del ayllu Sucso, y descendiente del Inca Viracocha, quien hacia 1641 se había convertido en el líder absoluto de su ayllu. Así apareció triunfalmente mostrando la provisión despachada por el virrey don Pedro de Toledo Leiva, marqués de Mancera, que declaraba libres, a él y a su ayllu, de pagar tasa, tributo y servicio personal. Para lograr este propósito su ayllu había pleiteado casi durante cien años con sus encomenderos capitanes, don Lorenzo de Zárate, don Pedro de Zárate, y los hijos Alonso Gómez de la Montaña y
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