Maricruz Carreño
No puedo llegar Juan Antonio Irache Sanz
Vivimos en un mundo donde, de la noche al día, tan solo va, un “zas”. En ocasiones, ese “zas” está metido en nuestros genes, el cual, en el tiempo que el cuerpo de nuestra madre nos está gestando, él se está haciendo un lugar entre nosotros. “Nadie lo sabe”, en ocasiones puede haber una pequeña intuición debido a que sus progenitores son portadores. No siempre ocurre, pero el pensamiento y el temor a ello hace que el tiempo de espera se haga interminable. Otro punto es lo que otras veces sucede. En esta ocasión, nadie de su entorno lo padece o no tiene síntomas de ello. Un día, se presenta sin más aviso que un pequeño cansancio, o algo parecido. Así le ocurrió a un niño cuya salud era una roca. Tanto padres como profesores y amigos hacían honor a ello. Un día, su vida cambió. Estando haciendo deporte en el colegio se sintió cansado. No podía llevar el ritmo de sus compañeros. Tanto ellos como incluso el mismo profesor se reían de él. Las frases más comunes en ellos eran “Te pesa el culo“, “¿Dónde has dejado la fuerza que tenías?”, “Estás acabado”, entre otras. Esto al chico le llevó incluso a tener depresión. Él mismo se preguntaba: ¿qué me pasa, que cuando hacemos esfuerzos es como si alguien me sujetase? Los días pasaron y el profesor se fue dando cuenta que lo que le ocurría al niño no era normal, y poniéndose en contacto con sus padres les expuso el problema. Ni los padres ni el profesor sabían lo que podía estar pasando, pero cuando se lo comentaron al niño, sus palabras fueron estas: “Cuando hacemos deporte o ciertas cosas que requieren esfuerzo, parece que la meta o lugar al que me dirijo se alejan”. Los padres se alarmaron al escuchar las palabras de su hijo. Su hijo hasta entonces había tenido una salud extraordinaria. A nadie de sus familiares les había sucedido nada igual. Saltaban las preguntas. ¿Qué le pasaba a su hijo? Había que encontrar respuestas a lo que le sucedía. ¡Quizás no las hubiese, pero había que buscarlas!
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