Luis Alejandro Pérez de Llano
Una mala noticia puede ser motivo de alegría José Luis Juan Fonseca
Javi, se llamaba Javi. Recuerdo aquella mirada angustiada, mirada de socorro, mirada de súplica, de petición de ayuda, de alguien que necesita que le solucionen un problema serio. Me contó que le dolía el pecho, que se cansaba cada vez más, y que últimamente había notado dificultad al tragar. Me advirtió, muy serio, que no fingía ni exageraba, que lo que le estaba pasando era algo muy real. Tras una pequeña charla acerca de su vida y de sus estudios, vi que era un adolescente responsable y le creí. Le pedí una radiografía, se la hacen al momento y no aprecio ninguna anomalía. Le pido otra prueba, una espirometría, y allí se insinuaba que había algo alrededor de la tráquea que le impedía respirar con normalidad. Al fin una pista. Pienso: sé que estás ahí, cacho cabrón, aunque no te veo, sé que estás ahí. Hablé con su madre, le dije lo que temía, y que iba a poner en marcha toda la mecánica para agilizar el proceso. Llamé a hematología y dudaron. Insistí y, tras hablar con un conocido, accedieron a ver en consulta al joven en unos días. A los quince días me llaman de hematología para decirme que se trataba de un tumor maligno, que está en tratamiento, y con buen pronóstico debido a que habíamos llegado a tiempo. Al cabo de otros días, subió su madre a verme, me “comió a besos” y me trajo un regalo de su hijo. El regalo era una galleta grande, muy bonita, con la siguiente inscripción: “Gracias por todo. Javi”. 125