Luis Alejandro Pérez de Llano
Recuerdos César Augusto Bejarano Rojas
Recuerdo esa primera vez que mi madre me lanzó la chancla a la cara. O cuando jugábamos a fútbol con una lata de refresco en el colegio, porque ninguno tenía balón. Recuerdo cuando tocábamos el timbre en las casas y salíamos corriendo (especialmente cuando conocíamos a un nuevo amigo y le dejábamos detrás. Era la forma de iniciarse). Recuerdo cuando iba caminando al colegio, con 11 años, y tenía que hacerlo durante una hora. Me ponía los cascos justo cuando me iba acercando para pasar desapercibido ante el tumulto de compañeros que se formaba en la entrada. O cuando la profesora no me dejó ir al baño, por más que se lo pedí seis veces, hasta que no pude aguantar, y lo único que hizo fue dejarme en el centro, mientras el charco recorría mi puesto y todos se reían. Recuerdo cuando empecé a salir con María, y la timidez no me dejaba ni tomarle la mano. O cuando partía el pastel de pollo por la mitad y me daba una parte, porque sabía que no tenía dinero para comprar nada. Recuerdo cuando nos pasábamos notas en el cuaderno, mientras el profesor estaba tomando apuntes en la pizarra. “¿Vienes a mi casa cuando salgamos?” Recuerdo cuando me gradué, y lancé el sombrero al aire. Recuerdo cuando entré en la universidad y tenía que llevar el horario impreso en la mano, mientras observaba cada salón como quien observa un distinto tipo de ave en el Amazonas. Recuerdo cuando encontré mi primer trabajo y tuve que aprender a dividir mi tiempo entre las clases y los deberes financieros. La vida de escuela jamás había parecido tan simple.
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