La máquina del tiempo Raúl Clavero Blázquez
Mi eterno Luis, esto no es sólo una carta de amor. Esto es una máquina del tiempo. Sé que Verónica habrá elegido la ocasión adecuada para entregártela, y espero que, cuando la leas, hayas empezado a perdonarme. Soy consciente de que te debo una explicación, aunque quizá ya no te haga falta, nunca te conformaste con los espacios vacíos y es probable que hayas tirado abajo todas las puertas necesarias hasta descubrir el motivo de mi huída. Puede que pienses que soy una cobarde, pero dentro de unos años te darás cuenta de que esta era la mejor solución. No quiero la agonía, no quiero ver cómo te agrietas mientras me consumo, no quiero sentir cómo se pudren todos nuestros lazos bajo el peso del dolor. Ahora estoy aterrada, lo confieso, dentro de unos minutos me encontraré contigo y tendré que mentir. No te contaré que en el hospital me dijeron que esta vez mis pulmones son irrecuperables, y nos abrazaremos, y prepararemos la cena, y nos reiremos de habernos asustado tanto por una falsa alarma. Después te diré que quiero dar un pequeño paseo, a solas, para reencontrarme con la idea de seguir viva. Y ya no volveré a oír tus suspiros lastimeros del despertar, ni olfatearé de nuevo el aroma único de tu cuello, ni podré sentarme a tu lado durante horas, en silencio, solo por el placer de observar cómo nos crecen, poco a poco, las arrugas. He elegido el puente donde te vi por primera vez, hace diez primaveras, antes incluso de que supieras mi nombre ¿Lo recuerdas? Nuestras miradas se cruzaron por un segundo y sonreíste. Ahí estuve segura de que la eternidad era tu boca. Repartías publicidad de colchones y me diste un folleto que aún guardo. Había algo en tu modo de mover los
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