Elena Serna Tinao
Valiente Lara García Pérez
Y una tarde más, Antonia volvió a sacar ese cuaderno raído y deshilachado, pero tan lleno de amor, que yo me quedaba embobada cuando me contaba aquellas historias vividas muchos años atrás. La vida de una mujer luchadora, incansable, paciente, y que hasta hace poco estaba llena de vitalidad, ahora con ayuda del oxígeno poco a poco me podía contar vivencias y grandes historias; y ella misma volver a recordar ciertas anécdotas que de repente descubría de entre sus escritos y que le volvían a sacar aquella sonrisa que llenaba la habitación. No sabía las sensaciones reales de Antonia, porque ella siempre te decía que estaba bien, pero esta nueva realidad no debía ser fácil. Ya nadie se acercaba igual, ya no estaba con sus compañeros, ya no daba sus paseos, ni podía ir los domingos a tomarse una tapa en el bar de Manolo… Ahora solo le alimentaba una pequeña caricia, un gesto de cariño, o una sonrisa intuida entre todas aquellas capas. —Este nuevo disfraz que os han dado tiene que ser agobiante —decía preocupada, viendo cómo tras haber tratado a varios residentes las gotas me caían tras la pantalla protectora. Pasaban los días y cada mañana que amanecía yo pensaba: ¿Seguimos en esta pesadilla? ¿O solo ha sido un mal sueño? Pero bastaba con encender la caja tonta y ver que efectivamente no era ficción, era la realidad, dura, difícil y que, incluso ya después de las primeras semanas, se estaba haciendo demasiado larga. Yo, amante de la película La vida es bella, un día decidí que dejaran de escuchar la palabra pandemia, que vieran este tiempo como un reto, o un juego que debemos superar, que tenemos que luchar contra los malos y que la seguridad y la ilusión de ganar la partida iba a ser la mejor arma contra el miedo y la soledad. 87