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Lima
de trigo y alrededor de 25.000 de maíz (con el que se elaboraban ta males, humitas, mazamorras y chicha). La producción lugareña arroja ba en años normales cosechas del orden de las 100.000 fanegas de tri go y de 10.000 a 12.000 de maíz. Para compensar el déficit, navios de todo calado se movilizaban intensamente en un circuito que cubría los valles de La Barraca y Pativilca hasta Santa, por el norte, donde se car gaban unas 50.000 a 60.000 fanegas del primero de dichos cereales, y del sur (valles de Mala, Cañete, Chincha y Pisco) se acarreaba un vo lumen similar, bien entendido que este abastecimiento caducó en 1687 al arruinarse las cosechas peruanas por el ataque de la roya. Desde en tonces, suplió la carencia Chile, que se convirtió en el granero de Perú. Cuando por diversos azares escaseaba el trigo, y desde luego en los primeros años, españoles e indios lo suplían de necesidad, se consu mían sucedáneos como yuca (Manihot esculentd), camote (1pernea bata ta), achira ( Canna edulis) y patata (Solanum tuberosum), a los que recu rrían las clases de escasos medios económicos. Los indígenas, hasta muy avanzada la segunda mitad del siglo xvi, seguían aferrados a sus tentarse con maíz, que había constituido la base de su alimentación desde tiempos inmemoriables. En un principio la carne que se beneficiaba era la de llama (Auchenia llama), hasta que la reproducción del ganado importado de la metrópoli permitió sustituirla por especies más habituales al paladar de los españoles. Se sabe ya de un camal en 1548, a las orillas del río, donde se sacrificaban reses los martes y sábados. En 1622 se instaló otro en la plazuela de Santa Ana. El consumo anual era de unos 200.000 carneros que se arreaban desde Canta, Jauja, Tarma y Conchu cos; 3.500 reses vacunas, que se conducían desde Cajamarca y aun des de Loja y Cuenca, y unas 12.000 cabezas de ganado de cerda, que se cebaba en Chancay, cuya manteca era muy solicitada para suplir la pe nuria de aceite de oliva. En las estancias del valle se criaban ovejas y cabras en número de unas 25.000 cabezas. Existía, como en las ciuda des de la Península, un proveedor oficial (obligado o asentista), que ajustaba precios y condiciones con el Cabildo, actuando en régimen de monopolio. Siglo y medio más tarde (1776), las expresadas cantidades habían experimentado las variaciones correlativas con el incremento en la po blación: las necesidades de trigo se habían establecido en 300.000 fa negas anuales, en tanto que las de maíz se habían multiplicado por