Los albores de la ciudad
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teradamente al «valle que dicen de Lima» o a la «ciudad e valle de Lima» 4; n) en 1611, el virrey marqués de Montesclaros, al dar cuenta de la destrucción del puente, la explica por una avenida del «rio de Lima», con lo que deja entender que así se designaba al actual Rimac, y por último, o) en 1630 al repetido padre Cobo ratifica que la ciudad había quedado «asentada y trazada [...] en el mismo asiento del pueblo de indios dicho Lima [...]» (I, III). Finalmente, el título de Rimac para denominar al río es de apari ción tardía, y desde luego en los cronistas primitivos no figura.
El
h o r ó sco po d e
L im a
y d e los lim eñ o s
A la par de los usos consuetudinarios y de los formulismos tradi cionales, dentro del espíritu de la época no podía prescindirse de la constelación de los astros en la hora natal de la ciudad. El aspecto de los mismos al tiempo de fundarse la población gravitaba de modo fa vorable o adverso sobre su destino y sobre la idiosincrasia de sus hijos. Las fuerzas ocultas de emanaciones telúricas junto con el influjo mis terioso del cielo y del movimiento de los astros moldeaban el carácter y el ciclo vital de las colectividades y de sus individuos. El cronista conventual Calancha 5, dejando a salvo su ortodoxia y no sin prevenir a sus lectores sobre lo incierto y lo falible de las pre dicciones de la estrellería, acude a autores de probada garantía para le vantar el horóscopo de Lima, a partir de la situación de los astros entre las diez y las once de la mañana del día de la fundación. Fiado en los supuestos enunciados por esas autoridades dictamina que los limeños serán dichosos en su vivir; en su apostura gallardos, con el cabello ti rando a rubio y barbitaheños, con propensión a la calvicie. En cuanto a su índole, no duda en que serán nobles de condición, liberales y de buenas entrañas, aficionados a pegar la hebra y a expresarse en lengua je discreto. Gozarían de riquezas, mas por no tener habilidad para ad
4 Revista H istórica, 33, 1981-1982, pp. 111-173. 5 Coronica M oralizada, Barcelona, 1639, libro primero, cap. XXXVIII.