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Lima
Como se adivina sin dificultad, inicialmente prevalecieron módu los estilísticos arcaizantes, pues sólo se contaba con maestros de obras de modestos alcances como artífices, y como tampoco puede olvidarse que el último conjunto urbanístico español que dejaban al embarcarse para el Nuevo Mundo era la Sevilla grandiosa seiscentista, es obvio que las construcciones locales reproducían, dentro de sus limitaciones, los arquetipos hispalenses (casas particulares, templos...). Una vez en Lima, la norma estética venía impuesta por la catedral: así, la segunda iglesia construida en la ciudad, la primitiva de Santa Ana, fue una réplica de aquélla. Por su parte, los dominicos, con cierto arcaísmo gótico, edificaron su primera iglesia bajo la dirección del maestro Jerónimo Delgado, cu yos rastros aún pueden advertirse. Una capilla, la de San Jerónimo, se engalanó con un lienzo de Juan de Juanes, y una capilla contigua, la de Veracruz, lucía portada con ornamentación mudéjar. La imagen de la Virgen del Rosario, todavía por fortuna existente, procedía de la gu bia de Roque Balduque y una custodia de plata reconocía como lugar de fabricación el taller también sevillano de Alonso de Guadalupe. Los mercedarios, a expensas de doña María de Escobar, levanta ron un templo muy anchuroso, a partir de 1542. La iglesia de los agus tinos, terminada hacia 1600, despertó la admiración por el lujo del artesonado enjaezado con piñas doradas, pinjantes y racimos en oro y azul. El primer cenobio femenino de la América entera se constituyó en Lima corridos apenas 23 años de la fundación de la ciudad. Esta blecióse en un principio como recogimiento de beatas, el 25 de marzo de 1558, festividad de la Encarnación, por la viuda y la suegra del cau dillo rebelde Hernández Girón, doña Mencía de Sosa y doña Leonor Portocarrero, respectivamente. Tratándose de una recolección de muje res, algo insólito en el país, es fácil imaginar la extrañeza que despertó entre los vecinos, y aún se exteriorizaron opiniones contradictorias so bre las ventajas o la inutilidad que reportaban tales instituciones, hasta que el virrey Marqués de Cañete ofreció a las fundadoras sus auspicios, con lo que fue posible que se les juntaran otras mujeres piadosas. La fundación formal del cenobio tuvo lugar en 1561, y las religiosas adop taron el hábito de canónigas regulares agustinas, acogiéndose bajo la advocación del misterio de la Encarnación, en recuerdo de la fecha en que se había congregado por primera vez tres años antes.