Tahira Vargas, Katia Núñez y Rosa Beltrán
España (que pueden ser familiares o parejas). Estas mujeres se ven obligadas a vender drogas a sus clientes, con lo cual se ven envueltas en el delito de tráfico de drogas. Por otra parte, algunas víctimas de trata han hecho referencia a compañeras a las que se les obligaba a consumir drogas con los clientes, con lo que creaban adicciones que luego les impedían su inserción en el país de acogida. Algunas de estas mujeres incursionaron en delitos de narcotráfico para mantener su dependencia a psicotrópicos; de ellas, algunas terminaron en la cárcel y luego fueron deportadas, mientras que otras perdieron la vida. Las mujeres tienen mucha dificultad para denunciar estos casos porque se niegan a poner en evidencia a la familia y a sus amistades, y tienen miedo de inculpar a los tratantes. La confianza en las relaciones interpersonales aparece como mediación en el engaño y la venta de las mujeres, como se plantea en otros estudios (Vargas y Maldonado, 2018; Vargas/INM RD, 2019). Las rutas que atravesaron estas mujeres sobrevivientes de trata para tráfico de drogas son diversas. En el caso de Costa Rica, son trasladadas desde la República Dominicana hacia Colombia, El Salvador, y Nicaragua. Desde El Salvador, son llevadas por tierra en autobuses hasta llegar a Costa Rica con paradas en cada país de una o dos semanas, tiempo en el que son explotadas sexualmente. En el caso de España, son trasladadas desde la República Dominicana, pasan por Colombia y llegan hasta la isla Princesa (Turquía). En esta isla sufren explotación sexual. Luego las llevan a Grecia y, por último, a España. En Suiza, la ruta de tráfico de drogas es República Dominicana-España-Suiza. Las sobrevivientes de trata que fueron «mulas» en España y Suiza fueron apresadas, en Costa Rica no. 7.2.4.
Trata con fines de matrimonio servil-forzoso
La trata con fines de matrimonio servil-forzoso es mucho más difícil de identificar y visibilizar debido a las representaciones culturales existentes alrededor del matrimonio y a su legitimación social en virtud de una cultura patriarcal que establece el matrimonio como una concesión masculina que «premia» a la mujer al otorgarle la categoría de «casada» o «unida». Este imaginario que envuelve al matrimonio como símbolo cultural lo ha convertido, 260