Introducción “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17), esta es una verdad fundamental para todo cristiano quien en la Escritura busca la guía para la edificación de su vida a que está comprometido como parte del llamamiento del Padre al que se ha respondido.
Con todo y todo la Escritura, al tener su fuente en la inteligencia infinita de Dios, no tiene un solo mensaje sino varios, numerosos, podría decirse que infinitos como su autor. Reflexionando sobre esto Pablo escribiendo a los Romanos exclama “¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33), en ese mismo sentido, escribiendo a los Efesios les declara “A mí […] me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Efesios 3:8-12).
De esta forma, como aquel escriba que Jesús mencionaba en Mateo 13:52, quien se adentra en el estudio, la meditación, la oración por medio de la Escritura puede esperar sacar de ella cosas nuevas y cosas viejas, es decir, avanzar en la comprensión de las verdades divinas “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13) pues como 1