Cuando se decreta la ley de manumisión o libertad de los esclavos en Perú en diciembre de 1854, ya habían pasado 5 años que regularmente llegaban chinos culíes a nuestras costas. Ocurría porque era notable la escasez de mano de obra para la agricultura costeña que comenzaba a participar más con su producción en el mercado internacional; en segundo lugar, para el trabajo de extracción y ensacado de guano (de las islas Chincha y de otras más ubicadas al frente del litoral peruano); en tercer lugar, para la construcción de ferrocarriles que procuraban modernizar el transporte de mercadería y de gente; y, por último, como servidumbre doméstica cuya escasez aumentó desde décadas anteriores a la liberación de los esclavos. Toda esta importación de trabajadores desde Asia y las diversas repercusiones de ello fue todo un fenómeno migratorio que se inició a mediados del siglo xix y cuyas consecuencias aún perduran en el Perú de nuestros días.
1. La esclavitud en Perú en 1854 Durante el año 1854 la situación del régimen de esclavitud en la sociedad peruana, mayormente presente en la costa, continuaba de manera normal sin que se previera cambios profundos e inmediatos. Durante todo el Virreinato, parte de lo «normal» fue el tráfico de seres humanos, preferente, aunque no exclusivamente, originarios de África. En este período histórico era corriente comprar, vender, permutar, maltratar esclavos, también usar mujeres esclavas como amas de leche. Y así fue hasta fines del año 1854 cuando se inició el proceso de manumisión con una ley dada en la ciudad de Huancayo. Hasta esa fecha eran habituales noticias o anuncios periodísticos como el ejemplo que sigue: en un aviso de un diario de Lima una persona —no consigna su nombre— señala que vende un matrimonio de esclavos que tiene una niña de seis años1. De esta manera el ofrecimiento llevaba su yapa, ya que quien adquiriera a los cónyuges y a su hija lograba a su vez la continuidad del provecho personal con el servicio de un humano que estaba cautivo de antemano. También seguía siendo corriente la respuesta que los mismos esclavos daban a la esclavitud: rebeliones locales, fugas frecuentes, creación de palenques de cimarrones, bandolerismo y delincuencia. Todo esto era una señal más del caos reinante y del rechazo al orden integral existente; el Estado ni controlaba ni satisfacía a todos los sectores sociales. El régimen esclavista a mediados del siglo xix no era el mismo que en otros momentos, en esos años previos a la fecha de la liberación albergaba una serie de transformaciones «subterráneas» que deterioraban su integridad. Lo dicho puede comprobarse si se tiene en cuenta el rechazo desem1
El Comercio, 17 julio de 1854.
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