HISTORIA DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ TOMO 14

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delicado, con salidas de original humorismo, frente al amigo de verdad. Había vivido y había viajado mucho en América y en Europa y hasta en Asia pero muy poco por el Perú. Era un representativo de cierto tipo de aristocracia de sangre y de espíritu nacido en nuestra tierra pero asimilado esencialmente a ambientes más evolucionados; en este caso ello no se había producido por la fortuna inmensa o por la gloria artística sino por los azares de una carrera diplomática cuyo alejamiento prolongado de la patria no debieron permitir una legislación eficiente o una Cancillería cuidadosa. “Qué magnífico inglés habla el Embajador del Perú” era una frase que se podía oír con frecuencia años más tarde en ciertos círculos hispanoamericanos de Washington. Lástima que no hable tan perfectamente su propio idioma. Ofendía no solo el magro ajuar lingüístico de muchos ciudadanos de la América morena aquel acento que les parecía de Oxford; también contrastaba con el desenfado o el tono “en mangas de camisa” de muchos estadounidenses. Viéndole en un salón parecía demasiado perfecto para estas Repúblicas con millones de analfabetos. Otros diplomáticos criollos han abochornado a sus compatriotas por desatinados, lenguaraces o de conducta reprochable; a Freyre se le censuraba paradójicamente porque jamás hizo nada incorrecto, ni indiscreto ni de mal gusto. Y, sin embargo, aquel gran señor estaba bien lejos de tener un alma cosmopolita. Un día, en 1925, le fueron a buscar en su legación de Buenos Aires para pedirle que representara al Perú en la que aparecía la más lamentable de las actuaciones: en la comisión que, según todas las apariencias y casi todos los pronósticos, iba a dar, al dirigir el plebiscito de Tacna y Arica, el título jurídico a Chile sobre esas provincias. Freyre aceptó con sencillez y serenidad y sin descomponer jamás las líneas de su rostro ni la mesura de su voz y con una luz que no era trágica sino irónica en su mirada. Cumplió su misión. Parecía haber hecho suyo el consejo de Talleyrand: “Sobre todo, no tener exceso de celo”. Se diría que había leído estas palabras de sir Harold Nicolson: “La peor clase de diplomáticos está formada por misioneros, fanáticos y abogados. La mejor, por escépticos razonables y humanos”. Diríase que era hijo de un clima lo más lejos posible del trópico; mientras que Agustín Edwards, con sus millones, sus largos años en Londres, su continuo entrenamiento en la política, a su lado, resultaba desorbitado, excesivo, gesticulante. Cuando regresó de Arica, en apoteosis, Freyre oyó que hasta se le aclamaba como futuro presidente. Se encogió de hombros con una indiferencia en la que acaso había también aburrimiento y se fue primero a Londres y luego a Washington donde representó al Perú durante casi veinte años, bajo varios gobiernos, algunos de ellos antagónicos entre sí, hasta el día de su muerte en 1944. La capacidad para el desdén constituía una de las notas de su personalidad; no es cierto, a pesar de ello, que no amara al Perú. Como aquella vieja viñeta que aparece en un libro famoso, en donde se ve un león en un campo de rosas, aquella alma hosca sabía atesorar, aunque lo disimulara con gestos escépticos, muy adentro, la grave emoción de la patria. In fortitudine dulcedo.

LA COMISIÓN DEL PLEBISCITO

Además de Manuel de Freyre, la comisión plebiscitaria peruana de agosto de 1925 estuvo conformada por los peruanos Alberto Salomón, Anselmo Barreto y Manuel María Forero; y por los ciudadanos estadounidenses Alberto Giesecke y Sara Wambaugh. En esta fotografía vemos, de izquierda a derecha, a Barreto, presidente de la comisión, Freyre y Salomón.

LOS COLABORADORES DE FREYRE.- Freyre tuvo como asesores a Alberto Salomón, Anselmo Barreto y Manuel María Forero. El personal que lo acompaño primero en el Ucayali y luego en el Rímac fue bastante numeroso. Al lado de abnegados peruanos, prestaron entonces servicios al Perú los norteamericanos Alberto Giesecke, ex rector de la Universidad del Cuzco y Sara Wambaugh, intemacionalista experta en plebiscitos. Como suele ocurrir en el Perú, hubo a veces menudas divergencias y hondos enconos personales entre quienes hallábanse hermanados en la defensa de la misma causa. Alberto Salomón, que trabajó infatigable y eficientemente, tuvo serios choques con Freyre; si bien el trato entre ellos no llegó al extremo de que se mandasen misivas en papel higiénico como ocurriera más tarde entre algunos delegados a la conferencia de paz con Colombia celebrada en Río de Janeiro.

[ CAPÍTULO 6 ] PERÍODO 7

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