gallardía y la tenacidad del periodismo del exilio en los tiempos de Felipe Pardo y Aliaga y Manuel Ferreyros cuando escribieron desde Santiago y Guayaquil contra la Confederación Perú-boliviana en nombre de la “Patria invisible”; si bien en este caso no surgió el apoyo de gobiernos amigos o de una expedición militar inmediata. El general Óscar Benavides vivió durante algún tiempo en Guayaquil en espera de una oportunidad propicia para encabezar una sublevación que no llegó a estallar. José Pardo, en cambio, prescindió ostensiblemente de toda actividad política. Entre la multitud de los demás desterrados o emigrados, algunos de ellos eran poseedores de fortunas que les permitieron vivir con comodidad o decoro y otros se vieron forzados a ganarse la vida duramente en ambientes extraños. Significación propia tiene José María de la Jara y Ureta, gran orador que nunca llegó al Parlamento, gran catedrático de historia de la literatura Castellana que solo acudía de cuando en cuando a las aulas para deslumbrar a sus discípulos con lecciones magistrales, antiguo pierolista convertido en dirigente “futurista”, ejemplo de virtudes cívicas y morales. José María de la Jara había escrito un vibrante manifiesto contra Leguía antes de su deportación en 1925. Preso, vivió durante varios años en la isla de San Lorenzo, Arturo Osores junto con su esposa y sus hijos, uno de los cuales murió entonces. Entre los jóvenes eran varios los exiliados, la mayor parte de ellos divididos por la pugna que enfrentaba a los apristas y los comunistas. Si había sido deshecho todo intento de oposición legal; si el Poder Legislativo tenía una contextura monolítica; si el Poder Judicial estaba domesticado; si en el gobierno de la Universidad la reforma de 1928 implicaba un sistema que si bien no era el total sometimiento al poder por lo menos iba a una neutralización; si el aparato represivo y preventivo del Estado continuaba al parecer intacto, ¿de dónde iba a salir el impulso vigoroso y eficaz para empezar la liquidación del régimen leguiista? En el naufragio de las instituciones nacionales había una que aparecía entera y fuerte: el ejército. Conjuras militares y hasta esbozos de motines habíanse sucedido sin éxito; pero podían gestarse otros. Hacia comienzos y mediados de 1930 fueron muchos los jefes con comando de cuerpos y de guarniciones buscados y mimados por civiles de diversa condición, ansiosos de un cambio político. La tentación llegó hasta el comandante del regimiento de escolta presidencial, coronel Eulogio Castillo, pariente del presidente Leguía. En julio de 1930 surgió una agitación estudiantil en la Universidad de San Marcos para celebrar la caída del presidente boliviano Siles y reclamar un acontecimiento análogo en el Perú. Fue el comienzo de un movimiento que resultó incontenible. EI14 de julio se realizó en el Teatro Excelsior una función de gala en que fue proyectada una película sobre la Revolución Francesa, bajo los auspicios de la Legación de ese país. Asistió el presidente Leguía. Al amparo de la oscuridad empezaron los aplausos ante las escenas en que aparecía el pueblo sublevado y escucháronse muchos mueras a la “tiranía”.
LA rePÚBLICA
Autodenominado “órgano de la opinión pública independiente del Perú”, este medio apareció en respuesta a la política represiva del presidente Augusto B. Leguía. entre sus colaboradores estuvieron los desterrados Felipe Barreda y Laos y Alejandro revoredo. Aquí vemos la portada de una edición de La república de 1922.
eL PrONUNCIAMIeNTO eN AreQUIPA.- En marzo de 1930 se produjo el ascenso del mayor Luis M. Sánchez Cerro al grado de comandante. Si son auténticas las memorias de Leguía publicadas con el título de Yo tirano, yo ladrón, él vaciló antes de firmar la resolución pertinente; pero le dieron toda clase de seguridades Foción A. Mariátegui, el general Manuel María Ponce y el propio Sánchez Cerro, no obstante que, por dos veces, habíase este embarcado antes en aventuras subversivas. Una vez ascendido, el nuevo comandante obtuvo un mando en Arequipa. Poco después Foción Mariátegui viajó a esa ciudad con el pretexto de tomar unos baños termales. Allí, según la misma publicación, celebró varias entrevistas de carácter sedicioso con su protegido, con otros militares y con varios civiles. Leguía tuvo un aviso telegráfico sobre lo que ocurría; pero se negó a creer en tan inesperada denuncia, sobre todo cuando recibió un telegrama adulatorio del personaje sospechoso. “Después de estos sucesos (léese en Yo tirano, yo ladrón) volvió N.N. (Mariátegui) a Lima y, como de costumbre, su primera visita fue para mí. Cuando lo tuve frente a frente, inquirí en su mirada, en sus actos y en sus movimientos el vestigio de lo pasado, quise arrancarle un rayo
[ CAPÍTULO 14 ] PERÍODO 7
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