AQUELLA NOCHE ^[DURANTE LOS SUCESOS DE SETIEMBRE DE 1919] FUE TAMBIÉN SAQUEADA LA CASA DE ÁNTERO ASPÍLLAGA E INCENDIADA LA DE ANTONIO MIRÓ QUESADA EN LA QUE SE HALLABAN SUS HIJOS, MENORES DE EDAD. SE PERDIÓ ASÍ LA VALIOSA BIBLIOTECA DE ESTE HOMBRE PÚBLICO CON MÁS DE 10.000 VOLÚMENES, UNA RICA COLECCIÓN DE HUACOS Y TELAS PREHISPÁNICAS Y UN SELECTO ARCHIVO DE PAPELES RAROS.
que no explotaba apetitos, engaños ni rencores; que no era pedigüeño ni logrero, servil ni faccioso. Dimos ejemplo de decencia, dignidad y civismo. En tal situación, no era presumible que nos escasearan frívolas censuras, ataques ponzoñosos y odios solapados, o potentes y procaces. Fingieron desdeñarnos porque nuestro círculo director fue una selecta minoría, como si no ocurriera lo mismo con todos los partidos aquí y doquiera... Nos motejaron de ideología tímida y retrógrada, precisamente en lo que no éramos intonsos ni rezagados; porque presentíamos la reacción de la mentalidad europea hoy triunfadora (Riva-Agüero simpatizaba entonces con el fascismo); y porque en nuestro programa alboreaba la intervención del Estado en lo económico y la representación funcional y corporativa. Cierto es que, contagiados en algunos aspectos de la doctrina por el retraso y laxitud del ambiente (lo declaro con doloroso arrepentimiento) no habíamos adjurado de todos los errores liberales ni repudiado por entero la mala herencia del siglo XIX. Aún no habíamos comprendido cabalmente la inmensa importancia del problema religioso, vital entraña de la sociedad, punto sustancial, clave y columna maestra de la tradición; y no apreciábamos la nocividad tremenda de la peste laicista y la urgente necesidad de contrarrestarla. Demasiados optimistas e ingenuos, confiábamos sobradamente en la espontaneidad y bondad de la naturaleza humana y en la sensatez de la opinión pública, y profesábamos mimio respeto supersticioso a las libertades individuales y, en particular, a las de la prensa, que proclamábamos ilimitadas e Intangibles. El antiguo Partido Demócrata, más previsor y experto, no había caído en tal red; y en su declaración de principios había reclamado, con mucha mayor energía y acierto, la severa represión y, a menudo, la prevención del delito de propaganda subversiva. Pero en el instante en que todo nuestro grupo se definió, todos en el Perú estábamos aquejados de exceso de tolerancia, de culpable lenidad. Caro lo hemos pagado. Mi desengaño se advierte muy claro desde 1918, en algunos artículos que publiqué, especialmente en uno para la revista El Mercurio. “Con la inminencia de la crisis política (¿La elección presidencial de 1919?) arreciaron contra nosotros los embates de los azuzadores de la mala prensa y del motín; desde las despreciables pullas de los que jamás alcanzaron el verdadero ingenio, hasta las incongruentes y descosidas imposturas, a la par atroces y ridículas y las injurias más soeces y absurdas como imprecaciones de ebrios. Avanzaba a grandes pasos la catástrofe (¿el nuevo advenimiento de Leguía?) que habíamos anunciado; y, en la enervación general, nadie logró detenerla. Los mismos que nos habían restado fuerza y denegado prestigio (¿Luis Fernán Cisneros?) nos acusaron luego de ineficaces, cuando éramos los únicos que protestábamos en alta voz. Es sabido que el sentir de un pueblo descarriado y embaucado, exige de los buenos lo inasequible e imposible, al paso que en los malos excusa y alaba los peores y más criminales yerros. Ante la fuerza bruta estimulada y desbordada por las culpas de nuestros propios censores, tuvimos que disolvernos, como todos los demás verdaderos y libres partidos, sin excepción alguna. Nos fuimos a la proscripción; y se quedaron mofando, con bajuna risa, los que harto habrían de llorar después (¿Cisneros?). Muerto quedó nuestro juvenil ensueño político, encuadrado en cánones de estricta pulcritud. Una algazara vil celebró nuestro fracaso, que era el del Perú; y, a poco más de dos lustros, la justiciera historia, con el irresistible curso de los hechos, había convertido a todos, vencedores y vencidos, perseguidores y víctimas, burladores y vejados, renovadores, restauradores y demoledores, en una colección de fracasados lastimosos. Amargas palabras que revela el sombrío estado de ánimo de Riva-Agüero en sus años postreros, la evolución que se había operado en sus ideas, y la ilusión vana que fue el Partido Nacional Democrático.
EL GABINETE PORRAS.- Con motivo de las elecciones para la Asamblea Nacional o por razones particulares, renunciaron Cornejo, Idiáquez, Gutiérrez y el general Abril a mediados de agosto de 1919. Quedó constituido entonces el Gabinete que presidió Melitón Porras y en el que conservó
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PERÍODO 7
[ CAPÍTULO 2 ]