EL 20 DE FEBRERO DE 1931 SE PRODUJO UN INTENTO DE ASALTO AL PALACIO DE GOBIERNO Y UNA SUBLEVACIÓN MILITAR-POLICIAL EN EL CALLAO EN EL ANTIGUO CASTILLO DEL REAL FELIPE. ALLÍ TOMÓ COMANDO DE LOS REBELDES EL GENERAL PEDRO PABLO MARTÍNEZ. LA PRIMERA IMPRESIÓN qUE SE DIVULGÓ FUE qUE SE TRATABA DE UN PRONUNCIAMIENTO DE LOS LEGUIISTAS.
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PERÍODO 8
[ CAPÍTULO 1 ]
al encontrar juntas las firmas de Carlos Neuhaus Ugarteche, José Sabogal, Alberto Arca Parró, Luis D. Espejo, José Quesada, Jorge Núñez Valdivia, Abelardo Solís, Enrique Dammert Elguera, Rafael de la Fuente Benavides, José León Barandiarán A última hora no firmó pero contribuyó a la redacción del manifiesto y se asoció luego entusiastamente a la Acción Republicana, César Antonio Ugarte. Los iniciadores del movimiento no solicitaron su adhesión a José de la Riva-Agüero y Osma, ni a Víctor Andrés Belaunde, ni a Antonio Miró Quesada. Ellos se encontraron luego con que Sánchez Cerro varió su rumbo y fue a la convocatoria de elecciones simultáneas, presidenciales y para la Constituyente con él como candidato. Hubieran podido unírsele en busca de personal e inmediato provecho. Prefirieron aconsejarle primero elevada y reiteradamente que no tomara ese camino y enfrentársele luego con entereza y dignidad cívica, a despecho de amenazas y promesas. Más tarde (en una segunda etapa) la Acción Republicana quiso constituirse como partido político nominal y (sin la presencia de muchos de los signatarios del primer manifiesto) buscó empeñosamente una candidatura de centro en el proceso de 1931 hasta que, como se verá, en unión de otras agrupaciones pequeñas, lanzó la de José María de la Jara y Ureta. Luego, después de algunos estertores, se disolvió. El último esfuerzo para revivirla partió de César Antonio Ugarte que se dedicaba a organizar la reaparición de El Perú cuando falleció súbitamente a principios de 1933. Fue violentamente atacada, pues unos la consideraron como un neocivilismo y otros como neoleguiismo (ante la presencia de figuras como José Gálvez y Raúl Porras Barrenechea que había ocupado, el uno un cargo universitario y el otro un puesto técnico en el Ministerio de Relaciones Exteriores durante el régimen de Leguía). En unos cuantos de los críticos hubo encono por no haber sido llamados a formar parte del grupo, aunque esto no se aplica a las personalidades de que se ha hecho antes mención; en algún caso surgió la envidia ante la posición profesional de ciertos dirigentes de este. Mucho más formidable resultó la animadversión de quienes eran voceros de los dos grandes movimientos de masas formados en aquella época: el sanchezcerrismo y el aprismo. Dichos dirigentes, por lo demás, con toda su sinceridad, su limpieza y su buena fe, resultaron ser políticos solo en sus horas extras, pues sus bufetes, sus oficinas o la vida familiar ocupaban la mayor parte de su tiempo y cometieron, sobre todo, el pecado capital de no acercarse al pueblo.
LA rebeLIón deL CALLAO.- El 20 de febrero de 1931 se produjo un intento de asalto al Palacio de Gobierno y una sublevación militar-policial en el Callao en el antiguo castillo del Real Felipe. Allí tomó comando de los rebeldes el general Pedro Pablo Martínez. La primera impresión que se divulgó fue que se trataba de un pronunciamiento de los leguiistas. Según otra versión hubo aquí un motín militar (con enlaces en la marina) a favor del coronel Aurelio García Godos, al que se sumaron a última hora personas conectadas con el Gobierno derrocado en agosto 1930. El general Pedro Pablo Martínez ha contado en su libro Haciendo historia que el origen de este movimiento estuvo en la persecución general para los que habían servido al régimen anterior. Dice que cuando él llegó al Callao solo encontró a unos 100 hombres de la Artillería de Costa y unos cuantos de la Policía, a los que se sumaron luego tropas de la Guardia Civil y Seguridad y grupos de civiles y oficiales con un total de 300 hombres más o menos. Según le contó el coronel César Zorrilla, en la madrugada había fallado en Lima un golpe al mando del coronel Víctor Bustamante. La actitud enérgica de los defensores del Gobierno (entre los que se destacaron el comandante Gustavo Jiménez y los regimientos Nº 5 y Nº 7) y la evidente simpatía del pueblo chalaco hacia ellos, hicieron fracasar a los sublevados del Real Felipe. Ellos tenían solo fusiles contra ametralladoras, artillería y aeroplanos y se les agotaron las municiones. La Escuela Naval y la escuadra, en las que confiaron, no llegaron a pronunciarse.