104 | Carlos Contreras Carranza
La minería peruana de los siglos XVI-XVII había sido productora principalmente de plata. Otras sustancias de alguna importancia fueron el mercurio (o azogue, como fue su denominación colonial y la que emplearemos en este capítulo) y, ya con mucha distancia, el oro. En el nuevo siglo, aunque la plata y, en segundo lugar, el azogue y el oro, conservaron su importancia, comenzó la explotación más sistematizada de otros metales, como el cobre, y de un tipo de minería no metálica, que producía bienes como la brea, el salitre, la sal y el carbón; sin embargo, ninguna de estas nuevas sustancias llegó a crearse un sitio expectante entre las exportaciones peruanas que, así, siguieron dominadas largamente por la plata.
I. La situación de la minería a inicios del siglo XVIII El inicio del siglo dieciocho encontró a la minería en muy mal pie. La producción del centro minero de Potosí —el más importante del virreinato— apenas superaba los doscientos mil marcos anuales de plata (cada marco equivalía a ocho onzas u ocho pesos, o bien media libra de peso), habiéndose ubicado por encima del medio millón de marcos durante el período 1580-1650, hasta casi rozar el millón en algunos momentos. Ninguno de los nuevos descubrimientos mineros ocurridos durante las últimas décadas del siglo diecisiete (Huantajaya, en la costa de Iquique, y Laicacota, en Puno, por mencionar los dos más relevantes) resultó de una importancia duradera como para tomar la posta de la célebre Villa imperial altoperuana. De esta manera, la producción de Potosí era la que seguía dando la tónica al conjunto del virreinato; y esta tónica era claramente la del estancamiento, cuando no del retroceso. Una consecuencia de la caída de la producción de plata fue la disminución de las remesas del metal a España. Estas correspondían tanto a transferencias del superávit fiscal desde la periferia colonial hasta el centro del imperio, cuanto a pagos por el comercio de mercaderías españolas (o europeas en general) que llegaban al Callao por la vía de Portobello. Si el Perú no tenía plata para exportar, tampoco podía importar bienes de Europa. La disminución de la producción minera terminaba contrayendo el comercio que hoy llamaríamos internacional (y que entonces se denominaba ultramarino). Los objetos que se traían de España —como el papel, el fierro, el vino, las obras de arte, los muebles y la ropa— o debían racionarse, elevándose sus precios, o debían pasar a producirse internamente, lo que en parte sucedió (por ejemplo, con las bebidas, las pinturas, muebles y tejidos), pero no con todos los bienes. A mediados del siglo diecisiete, tales remesas habían mantenido un promedio superior a los dos millones de pesos anuales, mientras que en las primeras décadas del nuevo siglo casi habían desaparecido, reduciéndose a algunas decenas de miles de