132 | Carlos Contreras Carranza
Arequipa. Esto sucedió cuando el Alto Perú ya había pasado a otro virreinato, lo que nos hace pensar que en tiempos anteriores el comercio debió ser todavía más fluido. Estudiando las guías de aduana de Pasco durante el último medio siglo colonial, Magdalena Chocano detalló el consumo relativamente sofisticado de dicha villa, a la que ingresaban bienes importados, como ropa de Castilla, bretañas, angaripolas, marquetas de cera, libros y muebles. No todos los sectores discurrían, sin embargo, según los vaivenes de la explotación minera. En el caso de la actividad textil, Miriam Salas detectó una fase de auge entre 1660-1760, seguida de una crisis entre 1760-1790; vale decir: ciclos exactamente opuestos a los de la minería. No obstante, su estudio se redujo a una región específica del virreinato: la de Huamanga, cuya experiencia pudo ser diferente al resto de regiones productoras de textiles. En el siglo XVIII, las telas europeas ingresaron con más fuerza, recapturando eventualmente el mercado virreinal que hasta entonces había estado dominado por los obrajes andinos.
VI. La minería de Huancavelica y el abastecimiento de azogue Además de la plata y el oro, el otro rubro importante de la minería peruana fue el azogue. Este fue producido básicamente en las minas de Santa Bárbara, en Huancavelica, en operación desde la segunda mitad del siglo XVI. El azogue tenía un carácter de bien intermedio para la minería peruana, puesto que el metal (en estado líquido a la temperatura ordinaria) era un insumo para la refinación de la plata y el oro; sin embargo, en varias ocasiones a lo largo del siglo XVII, el virreinato peruano llegó a exportar azogue al virreinato mexicano. Una de las razones que llevaron a las autoridades coloniales a tratar de implantar el método de la amalgama con azogue en el Perú fue la existencia de minas de este metal en el propio virreinato. Las minas de Santa Bárbara habían sido estancadas por el Estado, que celebraba periódicos contratos con un “gremio” de mineros constituido en la Villa Rica de Oropesa (título colonial con que fue fundada la ciudad, en 1571). En estos contratos se estipulaba que el Estado cedía la explotación de las minas al consorcio local de mineros y se comprometía a facilitar una cantidad de indios de mita para los trabajos. Asimismo, debía comprar a los mineros el azogue producido, a un precio fijado en el contrato. El gremio debía pagar un salario a los mitayos, también estipulado en el contrato, y cumplir con producir para el Estado una determinada cantidad de quintales de azogue anualmente. El estanco significaba que ninguna persona distinta del gremio podía explotar las minas y que, a su vez, el gremio solo podía vender el azogue al Estado. Este se encargaría de distribuirlo a través de las cajas reales a los mineros y azogueros del virreinato, generalmente, mediante una venta al crédito.