352 | Ramiro Alberto Flores Guzmán
La gran ofensiva fiscal no solo afectó a un amplio segmento de la población colonial (conformada por hacendados, mineros, obrajeros, artesanos, pequeños labriegos, vendedores minoristas e indígenas de diversa extracción), sino que atacó frontalmente los intereses de aquellos grupos que tradicionalmente habían usufructuado una parte sustancial de las rentas comunales, como los caciques, corregidores y curas. No sorprende, por tanto, que muchos de los sectores descontentos se avinieran a la formación de alianzas multiétnicas para consumar una de las mayores oleadas revolucionarias experimentadas en el área andina durante el convulsionado período de 1770-1780, cuyo clímax fue la Gran Rebelión de Túpac Amaru II. La evidencia expuesta demostraría que sí existe una correlación entre reforma fiscal y protesta popular en el último cuarto del setecientos; aunque no se puede afirmar que la relación sea tan mecánica, pues hay muchos otros factores en juego que ayudan a explicar no solo por qué muchos individuos se levantaron contra el sistema, sino también por qué otros no lo hicieron o incluso se pusieron abiertamente a favor de la contrarrevolución.
VIII. El centralismo fiscal: Transferencias de dinero de las cajas subalternas a la caja real de Lima El sistema fiscal fue creado bajo un criterio centralizador y jerárquico, con el propósito de concentrar la mayor parte del presupuesto en una sola tesorería: la caja matriz de Lima. Esta centralización de los ingresos tenía sentido si tomamos en cuenta que esa caja era la principal pagadora del Estado colonial. Ello permite entender la importancia crucial del sistema de transferencias entre cajas, pues permitía drenar los recursos fiscales generados en las provincias hacia la capital para el financiamiento de los gastos más importantes del presupuesto virreinal. Según la legislación vigente, las cajas subalternas debían remitir los sobrantes de sus cuentas a la caja matriz del virreinato. En el caso del Perú, todas las cajas debían enviar el resto líquido de sus cuentas (descontados los gastos administrativos básicos) a la tesorería limeña, la cual agrupaba todos esos fondos en un ramo particular conocido como Venido de Fuera. La conducción de estos capitales era confiada, por lo general, a un transportista de azogues (“asentista de la carrera del azogues”), quien debía entregarlo a los oficiales reales de la caja de Lima. No obstante, ese ramo particular no monopolizaba todas las transferencias llegadas de las cajas subalternas, sino tan solo el resto del consolidado de las cuentas al final del ejercicio fiscal. Por lo común, los oficiales reales de las cajas provincianas enviaban los fondos sobrantes de cada uno de los ramos de Hacienda que administraban al mismo ramo específico de la caja de Lima. Por lo mismo, el examen de las transferencias monetarias de las cajas subalternas a la matriz limeña no debe restringirse al ramo de lo Venido de Fuera, sino incluir los caudales que llegaban a cuenta de