58 | Magdalena Chocano
“inservibles”; en cambio, tenía pocos yanaconas. A mediados del siglo XVIII, de los 450 peones que laboraban cada año en dicha hacienda, solo entre 70 y 80 eran yanaconas: trabajadores fijos que recibían un pago en especie y una pequeña parte en dinero. Predominaban, en cambio, los indios “alquilos”, es decir, trabajadores temporales de los pueblos cercanos que laboraban por un salario en el cañaveral y en la fabricación del azúcar, aunque solo una pequeña porción les era otorgada en dinero efectivo, pues la mayor parte se entregaba directamente al corregidor, probablemente, para cancelar deudas del reparto o del tributo. La categoría de indios maquipuras, más aproximada a la del jornalero independiente, también existía en Pachachaca y se aplicaba a los indios que trabajaban por un jornal en las labores nocturnas del ingenio, quienes recibían su salario íntegro en dinero apenas acababan la tarea encomendada y no vivían en la hacienda. El hecho de que los administradores solo se preocuparan de que no disminuyeran los esclavos, sin intentar invertir en elevar su número, sugiere que ya a fines del siglo XVIII habría existido una tendencia en algunos propietarios a ver en el yanaconaje una alternativa a la esclavitud.54 La contabilidad de la hacienda es un medio para averiguar los niveles de rendimiento que se conseguían. Nuevamente, la documentación jesuita conservada tras su expropiación brinda una visión general que se puede considerar aplicable a las propiedades privadas con una gestión semejante. En el cuadro 20, podemos observar que si bien las haciendas de la costa en general (y también Pachachaca, situada en el Cuzco) contaban con una elevada cantidad de producto libre, las haciendas de la sierra (las cuatro últimas) fueron las que presentaron una relación más elevada de producto libre sobre el producto bruto. De todas maneras, sobre la base de estos cálculos no es posible afirmar de modo claro una identificación entre el llamado producto libre con la ganancia real obtenida en una hacienda. La situación de las propiedades más pequeñas era probablemente menos boyante. Así, la hacienda Santotis, ubicada en las cercanías del Cuzco, perteneciente a la Orden de San Juan de Dios, estaba dedicada a cultivos de panllevar y ganadería de pequeña escala. Sus propietarios la entregaron en arriendo con el compromiso de que el arrendatario realizara mejoras en las instalaciones. En efecto, en 1698, el arrendatario de turno se comprometió a reedificar el molino de la hacienda; pero, ya a mediados del siglo XVIII, las edificaciones de la hacienda estaban derruidas y un nuevo arrendatario prometía reedificarlas. Estas haciendas experimentaron mejoras momentáneas que no se consolidaban a largo plazo, pues el deterioro del agro cuzqueño en el siglo XVIII parece haber sido irremediable, lo cual se evidenció en la renta decreciente pagada por los 54. Polo y la Borda 1977.