Monique Alaperrine-Bouyer
harinas cobrar al dicho don Juan un año y mas segun lo que pareciere en su quenta». (ADC, Colegio de Ciencias: leg. 47, paq. 8) No especifica en estos dos casos si es para alimentos de sus hijos o por otra razón, pero a don Rodrigo Valle se le debe reclamar doce costales «en quenta de enviar harina por el año de los alimentos de Fernandillo».
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Por otra parte, un documento acusa a los jesuitas de cobrar dinero también de los caciques en Cuzco. El obispo Manuel de Mollinedo escribe en 1682 que son muy raros los que vienen a dicho colegio por tener más conveniencia de aprender en sus propios pueblos que en él, «donde pagan considerablemente esta enseñanza, no deviendo [...]». Insiste más adelante: «no hubieran nuestros virreyes señaladoles dichas rentas a aver tenido noticia de que dichos indios pagaran de su casa el sustento y enseñanza a dichos Padres». (AGI, Lima: 82) Se debe situar esta carta dentro de una violenta polémica entre el obispo y la Compañía, la cual pedía entonces la doctrina de San Sebastián. Es posible que el obispo confundiera los hijos de caciques que no eran primogénitos o hijos de familias nobles que no eran caciques, con los que lícitamente podían pretender el título de colegial. Pero también lo hacían los jesuitas a la hora de cobrar de las cajas de censos, como se ha visto, y es muy posible que las dificultades que tenían con dichas cajas fueran pretexto para pedir la participación de las familias.
5. Los bienes de los colegios de caciques Los alimentos de los caciques no eran el único ni el más importante recurso del colegio del Cuzco, sino que a partir de 1635, adquirió bienes como tierras, molinos, haciendas, casas, etc. La carta anual de 1627-1628 menciona la hacienda de Guaraypata, sin que se pueda discernir si pertenece a la casa del Cuzco o a San Borja. Aparece tanto en las cuentas de uno como de otro en 1764, lo que permite pensar que una parte, el alfalfar, o pasó del colegio grande al de San Borja, o se había comprado independientemente. El cultivo de la alfalfa era particularmente rentable porque una fanegada de este producto valía 300 pesos a principios del siglo XVII (Vergara Ormeño, 1995: 25) y los jesuitas solían comprar o acaparar las tierras fronterizas a sus haciendas (Vergara Ormeño, 1995: 37). También, como se ha visto, en 1636 se esperaba «descanso» de las haciendas por los pleitos que se iban acabando. Según Francisco de Madueño, en 1657 San Borja poseía el molino en Chinchaypuquio —que antiguamente fue de Domingo Ros— y la estancia de Rumarao que: