Monique Alaperrine-Bouyer
128
El libro de entradas del colegio del Príncipe muestra que los colegiales entraban en cualquier época del año, pero los meses de más inscripciones son enero, julio, septiembre y octubre. Se observa un promedio de 47 entradas para estos dos últimos meses, 33 en enero, 36 en mayo, 44 en julio, 37 en agosto. Los meses que cuentan con menos entradas son febrero y marzo con un promedio de 18. En estos dos meses que corresponden al invierno serrano, o sea la estación de lluvias, era muy difícil, casi imposible bajar a Lima, por lo tanto las entradas serían entonces más bien limitadas a las de los costeños. No se observan diferencias al respecto al transcurrir el tiempo. Estas entradas, que se efectuaban en cualquier momento del año, impedían un trabajo progresivo de todos los alumnos a la vez, tal como lo concebimos ahora.
3. Duración de los estudios El Real Acuerdo en 1622 al reconsiderar la fundación del colegio del Príncipe así como las cédulas reales, establece que los hijos de caciques no deben estar en el colegio más de seis años «el tiempo que se jusga por bastante para que aprendan la religion y policia cristiana que se pretende» (AGI, Lima: 305). El único ejemplo documentado de un alumno que se quedó seis años y salió «enseñado» del colegio del Cercado es posterior a los jesuitas: Mariano Dávila entró en 1770 y salió en 1776 (Inca: 819), lo que no significa que no existieran otros. A pesar de las directivas que figuran en las constituciones, resulta difícil establecer la duración normal de los estudios en los colegios. Las indicaciones que proporciona el libro del Cercado a partir de 1718 ponen de manifiesto que no todos los alumnos se quedaban los seis años reglamentarios, que varios se ausentaban y volvían y que algunos salían «aprovechados» a los pocos meses. En lo referente al siglo XVII, algunos documentos fechados nos permiten deducir —aproximadamente— el tiempo de estancia cuando conciernen a colegiales registrados en el cuaderno publicado por Inca. Así dos testamentos de indios, hechos en el Cercado de Lima, llevan las firmas de colegiales testigos. Uno en 1643 de un indio oficial en el arte de barbero —oriundo del valle de Jauja— lleva las firmas de don Diego Apiñán, de don Lorenzo Mejía, y don Cristóbal Pumayani «caciques colegiales y ladinos en la lengua española». Los dos primeros habían entrado el mismo día de agosto de 1641, posiblemente porque eran del mismo pueblo, o parientes, y el otro en 1642. Desgraciadamente no se puede saber por qué fueron escogidos, si tenían relación de parentesco con el otorgante o si fueron elegidos por el rector como buenos representantes del colegio. Tampoco sabemos hasta cuándo se quedaron. El hecho es que eran colegiales, respectivamente desde hacía dos y un año. Otro testamento de 1645 de Marta Bárbola tiene también por testigos colegiales del Príncipe: Cristóbal