Los colegiales
ser el curaca de los años 60, don Alonso Quispe Ninavilca, sino su hermano menor, que Spalding describe como impulsivo, amigo de manejar las armas y de muchos españoles (226) y fue acusado en 1660 de haber atentado contra Juan de Noblejas, alguacil mayor de las visitas (AAL, Hechicerías: 76, leg. IV, 21). Alonso, el curaca, tampoco figura en la lista y su padre Sebastián era demasiado viejo para haber estudiado en el colegio del Príncipe. La lista al ser incompleta, puede dejar una duda en el caso de don Alonso. También un tal Francisco Apu Inca, que entró al Colegio del Príncipe en 1707, podría ser —sin más argumento que el nombre— el Francisco Inca que encabezó una de las rebeliones de Huarochirí en 1750 (Rowe, 1955: 22) y vivía en Lima (O’Phelan, 1988: 114). Muchas veces se encuentran los sobrenombres pero con otro nombre de pila lo que significa que los caciques mandaban hijos al colegio pero no siempre a sus primogénitos.
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial
6. La frecuentación del colegio del Cercado Uno de los aspectos interesantes que nos proporciona el libro de entradas del colegio del Príncipe, es que nos permite evaluar, grosso modo, la frecuentación de dicho colegio. Así observamos que el alumnado varía mucho al transcurrir el tiempo. En los primeros 40 años, entra un promedio de ocho futuros caciques al año con un máximo de 22 y un mínimo de 1, mientras que a partir de 1664 el promedio es de poco más de 2, y nunca pasan de 9 en un año. Es evidente que el periodo que va de 1618 a 1660 corresponde al predominio de la Extirpación, con sus altibajos. En 1664, por primera vez desde la fundación, no entra ningún cacique. La primera pregunta que se debe hacer es si todas las entradas eran el resultado de las visitas o si dentro del alumnado había quienes entraban por la propia voluntad de sus padres. Sabemos que al principio ciertos curacas anhelaban la creación de dichos colegios, prometidos desde los tiempos del virrey Toledo, y que hubo entre ellos quienes escribieron para pedir «un colegio de los yngas y curacas» en el Cuzco, en 1601 (Olaechea, 1973: 423; O’Phelan, 1995: 53). La razón principal era que consideraban estos colegios como un reconocimiento de su nobleza: así como los hijos de nobles españoles tenían los colegios de San Martín, de San Pablo o de San Bernardo, los hijos de caciques tendrían los suyos. Por tanto se puede considerar que en las primeras décadas se conjugaban los resultados de las visitas y la voluntad de los caciques. Resulta imposible cuantificar lo uno y lo otro ya que faltan documentos precisos al respecto (cuadro 3). El procurador de la Compañía Juan del Campo, en un memorial, presentado en 1655 al virrey Conde de Alva de Liste, escribe que: «se avian de traer [los hijos de caciques] con especial prevencion al dicho colegio sin esperar la boluntad de sus padres que de hordinario lo resisten [...]» (RAHC, 1950-1951: 193, 201). Repetía y copiaba entonces las palabras de otro memorial anterior.
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