Monique Alaperrine-Bouyer
8. 1. Los colegiales intrusos La citada carta de 1657 de los curacas, expone varios motivos de queja pero el más importante es que «este colegio lo a conbertido de españoles». La queja de los dos firmantes corresponde a un viraje en la política educativa de la Compañía. La explicación que ellos dan de su descontento es que se volvieron escuelas para españoles.
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Lo que varios historiadores constatan para el siglo XVIII (Macera, 1966: 341; O’Phelan, 1995: 54) es en realidad un fenómeno mucho más temprano. Efectivamente en la carta anual del año 1636 por primera vez se mencionan, para San Borja, además de los veinte hijos de caciques quince pupilos que están en la escuela. Estos pupilos eran indios de familias nobles y españoles, cada uno pagaba noventa pesos para su mantenimiento, mientras que los hijos de caciques, becarios del Rey, teóricamente no pagaban personalmente sino que su mantenimiento se cobraba, con la consabida dificultad, de las cajas de comunidad. Este elemento económico explica que muy pronto se multiplicara el número de alumnos ilícitos, superando rápidamente el de los caciques. En 1664, por ejemplo, según la carta anual, la situación era la siguiente: 22 hijos de caciques, 12 pupilos indios que pagaban sus alimentos y 30 pupilos españoles; en 1666 son 20 colegiales hijos de caciques, 12 colegiales indios que pagan cien pesos cada uno para sus alimentos y 31 pupilos españoles que también pagan los suyos (ARSI, Perú: 19), o sea que el número de supuestos caciques ni siquiera representa una tercera parte del total de los alumnos y sabemos que este número además no es confiable, en la medida en que muchos de los colegiales no eran primogénitos, herederos del cacicazgo. No aumenta sin embargo el personal docente, que al contrario disminuye: un padre rector y un hermano, en vez de dos antes. La proporción creciente de españoles y el número total de alumnos ya no ofrecían la posibilidad de dar una educación de calidad a los caciques, pese a que afirmara el rector del Cercado en 1762 que «nada pierden en que este beneficio se difunda y franquee a los demas de todas castas» (BNP: ms. c1167, fol. 25-26). Si bien el pretexto era instruir a una mayoría de indios pobres, resulta evidente que los jesuitas, muy pronto, se desinteresaron de la educación de los hijos de caciques, a quienes despreciaban en el fondo, sobre todo en Lima. Cuidaron más de enriquecer los colegios con el aporte de los pupilos y alumnos españoles o criollos que de respetar las constituciones reales que no admitían indios del común. Los dos firmantes de la carta aciertan cuando dicen: «este colegio lo a conbertido de españoles». Añaden que sus hijos sufren humiliaciones de parte de los alumnos intrusos —lo que no sorprende— y denuncian una segregación que era evidente para los observadores de aquella sociedad que no sufría «interpolación de españoles con indios» cuando se trataba de crear una escuela de niños (ADC, Colegio de