Enseñanza y pedagogía
Seguirían debatiéndose como lo muestra la carta del padre Vásquez al virrey conde de Chinchón cuando, en 1637, se contemplaba la posibilidad de suprimirlos. (Vargas Ugarte, 1963, II: 332; MP II: 876).
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial
1. ¿Qué se enseñaba en estos colegios y cómo? Los colegios estuvieron bajo la administración de los jesuitas —desde 1618, para el Príncipe, y desde 1621 para San Borja— hasta 1767. Tan largo periodo deja lugar a una posible evolución de contenido dentro del marco fijo ignaciano, sin contar el ancho margen dejado por la Compañía a la iniciativa individual (Vargas Ugarte, 1941: 35). Las condiciones del siglo XVIII, y en particular de su segunda mitad (O’Phelan, 1988; 1995; 1997), distan bastante de las del siglo anterior ya que, por una parte, el poder de los caciques estaba debilitado y por otra, entonces se hacía posible la ordenación de sacerdotes indios, aunque el consejero Sierra y Osorio, en su informe sobre el memorial de Juan Nuñez Vela, los consideraba «tan pocos y tan contados que apenas hacen número en una Nación de tanta infinidad de gente» (Muro Orejón, 1975: 370). Los curacas pasaban entonces a ser curas (O’Phelan, 1995: 47-68; Lavallé, 1999: 350-352). Este tema será tratado más detalladamente en otro capítulo. El reglamento, elaborado en 1578 y retomado en 1619, con algunas diferencias en las constituciones definitivas, en su conjunto tiene puntos comunes con las constituciones de los otros colegios de jesuitas, creados para la enseñanza de las elites y que el general Acquaviva organizó definitivamente. La línea del famoso ratio studiorum valía también para ellos en varios aspectos. Sin embargo, las necesidades creadas por la especificidad de los hijos de caciques, considerados como bárbaros —en el sentido de no cristianos— y sospechosos de idolatría, hacía de estos colegios establecimientos aparte. Mandaban las últimas constituciones que los niños fueran doctrinados y enseñados en las cosas de la fe, ley natural y policía cristiana, y: «a leer y escribir, y contar y cantar; y que en todo procedan particularmente como los españoles; que se ocupen en los libros de devoción la pasión de nuestro Redentor, vidas de santos y otras que pareciere a los padres». (Inca, 1923: 793-796) Cabe notar que en las primeras reglas elaboradas por los padres Plaza y Acosta, solo debían aprender a leer, escribir, cantar y tañer la música que se usa en iglesias, y nada más (Egaña, 1958: 458). Con el objetivo principal de enseñarles la doctrina cristiana, las preocupaciones docentes eran esencialmente dos: la primera consistía en hacer de «bárbaros» hombres, o sea de inculcar a los niños la «policía cristiana», considerada como base imprescindible de toda
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