Monique Alaperrine-Bouyer
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del franciscano para ser educado en la fe cristiana, a ella «le habia de enviar al convento de monjas de la Concepción de esta ciudad para que alli se criasse y doctrinasse» (AGI, Indiferente: 514c). Don Lorenzo quería por tanto dar una educación equivalente a sus dos hijos. El convento de la Concepción de Lima acogía a las indias jóvenes de familias nobles y se encargaba de su educación, pero en general, ellas entraban a servir a las monjas de velo negro y no podían pretender recibirlo. El velo negro teóricamente distinguía a las monjas que habían profesado, de las novicias y sirvientes3, entre las cuales habían muchas niñas indias. La educación de los hijos e hijas de caciques pasaba pues por la servidumbre en su niñez. Tal vez por ello los caciques reclamaron y apoyaron en un primer tiempo la fundación de colegios que les fuesen reservados. Para las chicas no existía lo equivalente y la única solución de prestigio era el convento de la Concepción en Lima, de Santa Clara o de Santa Catalina en el Cuzco. Algunas salían a casarse pero otras se quedaban de por vida con la perspectiva de llevar el velo blanco de las novicias. Kathryn Burns (1999) mostró los fines económicos de tales colocaciones por parte de familias indígenas que lograban cantidad de crédito por los censos que las monjas controlaban y también construían así una identidad «decente» (2002: 130). Sin embargo, las jóvenes indias ocupaban puestos subalternos en estos conventos sin poder pretender llevar el velo negro de las monjas profesas.
2. Los beaterios4 Pero también existía según Kathryn Burns otra solución, los beaterios que las familias nobles podían fundar sin depender de una orden religiosa y a donde solían mandar a sus hijas a educarse en la perspectiva de lograr la reputación de decencia y religiosidad que las alzaba a la altura de las familias criollas. Al estudiar el ejemplo del beaterio de la Santa Trinidad en el Cuzco, que había sido fundado por indios nobles para huérfanas pobres, y que observaba unas reglas severas de aislamiento del mundo y vida cristiana, llega a la conclusión que estos beaterios, despreciados por los criollos, ofrecían a las jóvenes indias la posibilidad de lograr un estatus de poder que los conventos les negaban, puesto que podían llegar a ser abadesas y administrar sus propios bienes (Burns, 2002: 121). Solo en el Cuzco se contaban siete beaterios de indias y dos de españolas. La nobleza indígena, abatida y humillada por la imagen que los españoles le devolvían de sus mujeres, encontraba en estos establecimientos una solución autónoma de educación que les garantizaba poder y respeto, mostrando públicamente que
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Para detalles sobre la población de los conventos limeños, véase Lavallé (1975). Agradezco a K. Burns la comunicación de sus fuentes sobre los beaterios del Cuzco.