Monique Alaperrine-Bouyer
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años antes una parte de las constituciones. En cuanto al segundo, ofrece una síntesis de los documentos contenidos en tres legajos del Archivo de Indias de Sevilla, añadiendo un apéndice documental sobre el establecimiento del colegio y la reproducción entera de la real cédula de 1792. Más tarde, otros estudiosos tocaron el tema siguiendo las pistas de los criollos americanos que vinieron a España (Díaz Trechuelo, 1972; Rieu Millán, 1982; Guerrero Cano, 1997; O’Phelan, 2002). Todos estos estudios —exceptuando los de Rieu Millán y los de O’Phelan— se centran esencialmente en los nobles criollos, para quienes el proyecto había sido elaborado en prioridad, dando poco espacio, o ninguno, a los otros nobles americanos: los indios descendientes de los incas, que desde una real cédula de 1545 gozaban de títulos y privilegios de nobleza, confirmados varias veces, y últimamente en el siglo XVIII. Sin embargo, la posible candidatura, a fines de este siglo, de esta nobleza, que intentaba a duras penas conservar sus prerrogativas y abrirse un camino en las carreras antes reservadas para los criollos y españoles en el Perú, significaba para ellos una nueva competencia particularmente difícil de ganar.
1. De los seminarios de nobles al Colegio de Nobles Americanos de Granada El proyecto de crear un colegio especial para los nobles americanos resultó del fracaso de otro proyecto: el de atraer a España a los hijos de la aristocracia de ultramar, que se sentía postergada en las funciones administrativas y militares y cuyo descontento empezaba a ser manifiesto. La uniformidad de la enseñanza practicada durante dos siglos particularmente por la Compañía, en todas las provincias de la monarquía española había mantenido esta elite en la ilusión de una igualdad de oportunidades y derechos con los peninsulares a pretender altos puestos, al mismo tiempo que la pedagogía de los jesuitas se iba quedando invariable y uniforme (Gonzalbo, 1989: 229), a pesar de la corriente renovadora (O’ Phelan, 2002: 844) que se hizo más sensible en Nueva España que en el Perú. Un seminario de nobles había sido creado por Felipe V en 1725 en Madrid, destinado a la educación de la nobleza española en las cuatro carreras (eclesiástica, militar, de gobierno y de justicia), y más tarde, otro en Valencia, los dos dirigidos por los jesuitas al principio. Carlos III aconsejado por el futuro conde de Floridablanca quiso atraer allí a los nobles americanos. Muy pocos se manifestaron, ni aún cuando se les reservó una cuota de cuarenta plazas. Una nota de José Gálvez al conde de Floridablanca (11/8/1784) dice al respecto: «que de no señalarse un número de plazas hará poco o ningún efecto en Indias porque allá saven que siempre han sido admitidos los pocos que han venido al colegio». (AGI, Indiferente: 1619)