Experimentos y tanteos
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial
El hecho de que sea Dios quien envíe las pestilencias aparece como signo divino. Según Alain Milhou (1998) que cita al gran franciscano, se consideraba que se estaba produciendo una translatio fidei de este a oeste llegando ahora a la China, país de gente de más capacidad. Los fracasos de la evangelización desalentaron a los religiosos, borrando sus éxitos, al mismo tiempo que la sociedad colonial que se iba consolidando, rechazaba la idea de dar una educación superior a los indios. La fundación de la Real y Pontificia Universidad de México en 1551, al introducir una nueva selección, participó de la marginación de los indios a pesar de no cerrarles oficialmente sus puertas (Durand-Forest, 1986: 339). Con la llegada de religiosos españoles cada vez más numerosos, y no siempre de los más letrados, los detractores de los indios llegaron a ser mayoritarios y los franciscanos dejaron de militar a favor de la enseñanza superior que se les dispensaba. El sacerdote, arriba citado, que salió del colegio «tapado de oídos» es un buen ejemplo del oscurantismo que prevalecía entonces en el bajo clero. Indirectamente este oscurantismo favorecía al clero español entero que quería imponerse como único factor de evangelización. Las múltiples experiencias positivas que pusieron de manifiesto que los indios eran aptos a la enseñanza superior no bastaron para que ésta se mantuviera contra los prejuicios de una sociedad colonial que quería mantener y aumentar los beneficios de la Conquista.
2. Los jesuitas frente al problema Los jesuitas llegaron a Nueva España en 1572. Anteriormente Ignacio de Loyola se había negado a mandar hermanos para enseñar en el colegio de San Juan de Letrán y al principio solo se dedicaron a la educación de hijos de criollos y españoles (Durand-Forest, 1986: 340). Por aquel entonces, la Compañía llevaba en España la difícil experiencia de la educación de los moriscos, que pronto iba a fracasar, y se puede establecer un vínculo entre esta experiencia y la americana (Duviols, 1971: 176; El Alaoui, 1998; en prensa). Un hombre como Plaza, por ejemplo, que fue mandado a América como visitador de la Compañía, tuvo un papel determinante, como veremos a continuación, en la política educativa de los jesuitas. Había sido superintendente del colegio de Granada (Medina, 1988: 81). Ahí los jesuitas se habían confrontado con el problema esencial de la lengua ¿Cómo expresar en árabe los misterios de la fe? (Medina, 1988: 48; El Alaoui, 1998: 272). El mismo problema se plantearía en Nueva España y más tarde en Perú. Solo fue en 1582 cuando la Compañía intentó retomar la empresa moribunda de los franciscanos y agustinos en el seminario de San Gregorio. Es muy probable, además, que la experiencia de Tlatelolco fuese un factor que influyó en la decisión de los jesuitas de hacerse cargo de la educación de las elites indígenas (Bayle, 1934: 314; Vargas Ugarte, 1941: 35). Ahí donde los franciscanos lograron un
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