La administración de los colegios
Y añade que se ha impuesto nuevos censos de la sobra de los réditos, que no entran en la contabilidad de los otros. Vacos, extravagantes, réditos que no se pagaban, provisiones reales que modificaban las constituciones, he aquí los principales elementos que se combinaban con la concusión de los oficiales para complicar las cuentas de los colegios de caciques.
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial
3. Continuos litigios Los jesuitas, al principio, se resistieron a administrar lo temporal de los colegios, pero no tardaron en tener que hacerlo, puesto que conocieron dificultades para cobrar las sumas correspondientes al sustento de los colegiales. O sea que los obstáculos que tuvieron que vencer en el Cuzco, entre los años 1622 y 1631, siguieron hasta el final de su administración, aunque estaban al abrigo de un decreto real. Por un lado, la oposición de la «buena sociedad» a los colegios, sus intereses en los censos, debieron de pesar bastante en el ajuste de cuentas, según el grado de honradez del juez de censos. Por otro, los abusos de ciertos rectores para cobrar más de lo que se les debía, tampoco facilitaban estos ajustes. Las triquiñuelas de unos y otros se mezclan en un embrollo particularmente difícil de desenredar. En pocas palabras, la administración de los colegios de caciques se convirtió pronto en un continuo enfrentamiento entre el rector y el juez de censos. Las constituciones, aprobadas por el Rey, ordenaban que el padre que tuviere a cargo el cuaderno del colegio, lo presentara para cobrar lo señalado para cada colegial, descontando las ausencias, y tomando en cuenta las fechas de llegada y salida de cada uno. Las sumas se cobraban por tercios adelantados, cada cuatro meses. El padre tenía que presentar a la vez un memorial para justificar el importe que pedía para el tercio siguiente, tomando en cuenta lo que sobró del tercio pasado, o lo que faltó por haber ingresado nuevos colegiales en el curso de los cuatro meses. Al parecer, estas normas no se cumplían. La razón de ser del cuaderno era doble. Por una parte, en el original venía escrita y certificada la provisión del Virrey, lo que en teoría, impedía las falsificaciones. Por otra, facilitaba las cuentas, ya que si se llevaba tal como se había ordenado, ahí constaban los nombres de los colegiales y se podía averiguar si todos eran, o no, hijos primogénitos de curacas o segundas personas que habían recibido oficialmente la beca del Virrey. En realidad, como se ve en la transcripción de la revista Inca, el cuaderno se llevaba de manera aproximativa. Hasta el siglo XVIII, no se indicaba la fecha de partida del alumno, y después hubo varias temporadas más o menos prolongadas sin indicación ninguna. También desaparecía el original, se volvía a hacer, incluso confiando la copia de la provisión de Esquilache a un alumno «para actuarse en escribir, sin orden ni methodo y por letra mal formada», como denuncia el juez de censos de Lima
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