primer equipo de evolucionistas cristianos. Fueron ellos, más que los creacionistas fijistas al estilo Wilberforce, los primeros opositores verdaderos a la selección natural. No eran literalistas bíblicos ni fundamentalistas religiosos (al menos la mayoría), sino estudiosos serios y respetables que aceptaban la evolución como la cosa más natural del mundo; eso sí, una evolución que no escapaba a los deseos de Dios. Mivart (más adelante hablaremos en extenso sobre él) fue quizás el evolucionista teísta más inteligente. Un fastidioso tábano que logró malhumorar al apacible Charles Darwin, obligándolo a agregar un capítulo entero a la sexta (y última) edición de El origen de las especies (de 1872).1 Pero no todos los evolucionistas teístas eran tan serios como Mivart. Hubo también provocadores profesionales, más preocupados por ganar la batalla al darwinismo en el terreno de las emociones que por rebatirlo con argumentos. Entre estos últimos, el pensador inglés Samuel Butler (1835-1902), decía barbaridades como esta: Postular esa doctrina [la selección natural] supone despertar un odio instintivo; me corresponde la afortunada tarea de afirmar que esa pesadilla de desecho y muerte carece de base y es repulsiva. (Citado en Bowler, 1985, p. 87)
Y con esto terminamos con los provocadores para centrarnos en los cristianos serios, como Owen y Mivart.
Y Dios dijo: hagamos al arquetipo Ya nos referimos a Richard Owen en el capítulo ii, contándolo como un simpatizante de la teoría vertebral del cráneo, y en el capítulo iv, como autor de las descripciones de los mamíferos fósiles colectados por Darwin. Cuesta un poco entender a este brillante anatomista y paleontólogo británico. Lo hemos ubicado en el evolucionismo teísta pero con ciertos reparos. De hecho, no es muy claro su evolucionismo. Aún más: algunos historiadores, como Adrian Desmond (1984), opinan que Owen nunca aceptó la evolución, aunque reconocía una «organización ininterrumpida de la vida». En cambio, otros, como Nicolaas Rupke y Peter Bowler, piensan que sí se habría pasado a las filas evolucionistas (lo habría hecho a mediados de siglo), aunque adoptando una modalidad de la evolución muy distinta a la de Darwin (el consabido teísmo). El solo hecho de que los historiadores no se pongan de acuerdo sobre este punto tan básico es revelador; en definitiva, nadie tenía 1 En el capítulo i vimos cómo Mivart había cuestionado la evolución de los ojos de los pleuronectiformes por selección natural.
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