decir, la explicación de la herencia. Esta última hipótesis sostenía que los productos germinativos se componían de un conjunto de gémulas provenientes de todos los rincones del organismo a través del torrente sanguíneo. De ahí se desprendía con toda lógica que las partes del cuerpo que sufrían una modificación (una mutilación, un traumatismo, o una alteración por uso o desuso) emitían gémulas modificadas, lo que causaba la transferencia de esa modificación adquirida. Específicamente, el ejercicio constante de un órgano producía un aumento en la producción de sus gémulas, de manera que, en los descendientes, esos mismos órganos presentaban, desde el comienzo de su desarrollo, un mayor volumen (Klein, 1972). Sin duda, la pangénesis es una fea mancha en el boletín de calificaciones de Darwin. No la aceptaron ni sus parientes, y esto no es una mera forma de decir. De hecho, fue Francis Galton, su primo, quien la tiró abajo al demostrar la inexistencia de pangenes sanguíneos. Lo hizo transfundiendo sangre de conejos negros y blancos con la esperanza de corroborar su propia teoría de la herencia por mezcla. Mediante este tratamiento, observó que los conejitos seguían naciendo de un color distinto al del conejo donante: ergo, no había pangenes en la sangre. Charles Robert debió reconocerlo, pero hasta ahí llegó su amor. Suficiente tenía con sostener una teoría de la evolución como para cargarse con una teoría de la herencia. Fue entonces cuando conoció a George John Romanes (1848-1894), un brillante y ambicioso naturalista que terminará erigiéndose en su discípulo; el único que tuvo en su vida (Martins, 2006).
El heredero Durante los últimos siete años de su vida, nuestro golpeado campeón tuvo en Romanes a un inseparable colaborador. De entrada, el viejo le encomendó al joven una misión excluyente: diseñar un experimento que corroborara su hipótesis pangenética. Romanes puso manos a la obra… o al menos eso le dijo a su maestro. Este le escribía casi a diario; quería saber si había resultados. Aquel se disculpaba o contestaba con evasivas. Darwin le acercaba trabajos, como ese de Haeckel en donde se describía una hipótesis parecida, la perigénesis de las plastídulas13. Las plastídulas, decía el artículo del barbudo profesor de la Universidad de Jena (Alemania), eran las unidades estructurales básicas de todo ser organizado. Esas moléculas vibraban y sus vibraciones eran heredadas (en virtud de su propiedad de reproducirse y recordar). El uso intensivo de ciertas partes del cuerpo, decía el artículo, afectaba de forma positiva la vibración de las plastídulas, de manera que, 13 La traducción al inglés de este trabajo, The perigenesis of the plastidules, es de 1876.
Teorías de la evolución | 113